domingo, 30 de enero de 2011

HERENCIA por GABY SZUSTER


Una vez más, la luna llena acompañó su metamorfosis. Su cuerpo se transformó lentamente. Una vez más la profecía de su padre se cumplió. Se elevó desplegando sus alas. Salió volando por la ventana de su cuarto. La misión era clara, precisa.

Cada cuarenta años un nuevo ser reemplazaba al anterior, repitiéndose el ritual por generaciones. A los diez años su papá le explicó que era su turno, la profecía que se repetía desde tiempos inmemoriales, como lo había hecho antes su padre, su abuelo, y luego lo haría su hijo, su nieto…

Llegó a destino. Se plegaron las alas sin dejar evidencia de haber estado allí. Se acomodó la ropa y entró. La casa estaba oscura, silenciosa. Parecía que se hubiera equivocado. Pero no, la luz se filtraba por la rendija de una puerta y hasta allí se dirigió. La abrió sin hacer ruido, pero todas las miradas se volvieron hacia el. No se inmutó. Se acercó al lecho donde yacía una mujer pálida, joven, bella, en sus últimos instantes de vida. Le tocó la frente, tomó sus manos entre las suyas devolviéndole la vida que se le esfumaba. Abrió los ojos y le sonrió. Solo ellos comprendiendo lo que allí había sucedido. Nadie más.

Se fue por donde había venido. Una nueva misión había sido cumplida.

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