Estoy en el balcón . La cabeza suspendida en el vacío. Las manos aferradas a la barandilla. El deseo de saltar.
Tengo ganas de gritar, llorar, que todos se enteren de mi destino. Pero soy cobarde, solamente con abrir mis manos, en treinta metros, hallaría la paz para mí y lavaría el deshonor de mi familia. Es el minuto de indecisión y desfilan a la carrera miles de momentos felices de mi vida hasta llegar a esto. Como pude ser tan estúpido de traicionar veinticinco años de confianza y jugar mi felicidad en una mesa de naipes. ¿Y cuándo empezó todo? Ni yo lo sé… Pero si sé que los $ 50.000 que tomé la primera vez, y pude devolver por una mano de suerte en la segunda, lo único que hicieron fue incentivar mi locura, que cada día se convertía en una cifra más grande. Hoy es imposible de solucionar. Mas mi cobardía para enfrentar la situación es la misma que me hace dudar de abrir las manos. Pero es lo mejor… Perdóname Lidia.
1 comentario:
Muy buen relato, nos da la escencia del personaje, en muy pocas líneas dice muchísimo.
Un abrazo.
Publicar un comentario