Ahí estaba, hermosa como siempre. El pelo rubio, lacio, brillante. Los ojos celestes como el cielo, los labios que supieron besar tan apasionadamente cada centímetro de mi cuerpo con amor, con pasión. Las manos largas, pulcras, manos que saben acariciar, que dan abrazos cálidos, infinitos.
La vi ahí, y todos los años que pasé a su lado volvieron a mi mente, como si hubiese sido ayer. Fue la época más dulce, más intensa de mi vida. Dos estudiantes locos amándose en cada rincón, luchando contra el sueño que tanta falta nos hacía, dormíamos poco, trabajábamos, estudiábamos. Época de exámenes, práctica, guardas y amor, mucho amor.
Fue ella la que me convenció que fuera obstetra y no pediatra, como yo pensaba. No se equivocó.
Mi vida en el hospital me llena, cada vez que ayudo a traer un niño al mundo, siento satisfacción, alegría.
Me sonrió, ay, su sonrisa puede derretir el hielo. Ella sabía que la sigo amando. La miré fijo y le indiqué a donde quedaba la sala del ultrasonido. Si mi experiencia no me traiciona, son mellizos.
1 comentario:
Muy tierno.
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