Cuando la vi, estaba sentada, con el libro en el regazo, y los ojos abiertos, con la mirada perdida, sin ver nada de lo que pasaba a su altededor; miraba un mundo propio de sueños e ilusiones, pensé, que la llevaba muy lejos del banco donde se hallaba sentada ¿Qué maravillas se ofrecían a tu paso? ¿Qué derroches de amor? ¿Qué alegrías? ¿Qué Universo maravilloso se presentaba ante tu mirada, chica del parque? ¡Qué no daría por poder penetrar en tu Universo personal, y escapar por unos instantes del prosaico quehacer diario.
Mientras me alejaba, alcancé a divisar el libro, que cual mudo testigo, seguía ofreciendo a la Soñadora sus páginas no leídas.
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