Le angustia mirar el reloj. El reloj es consciente de esa angustia y se para. Ella piensa en su madre que se lo regaló el día que cumplió quince. Si no fuera por eso lo tiraría. Cada cosa que le ocurre, para bien, para mal, el reloj se para. Se fija la hora en el reloj grande de la sala. Son las seis. Pone en hora su reloj. Tiene que comprar otro reloj, piensa. La última vez que estuvo con Juan, en algún momento se paró el reloj. Ella tampoco se dio cuenta, y llegó tarde a su casa. Más tarde de lo acostumbrado. La mirada de su tía, que es su tutora, ahora a los dieciocho, no fue amable. Juan no llamó, y tampoco contestó cuando ella lo llamoó. El sale a las siete pensó. Salio con la idea de esperarlo a la salida del trabajo. Se apura. Casi pierde el tranvía. Mira el reloj. No se paró. Camina las dos cuadras de la parada al trabajo de Juan. Mira el reloj todo el tiempo. Cuando llega enfrente del trabajo de Juan lo ve salir y besarse con una chica, que se ve que lo esperaba. Lentamente desanda el camino a la parada del tranvía. Vuelve a su casa. Mira con odio el reloj. Tu culpa le dice, y lo tira. Sube las escaleras. Entra a su casa. El reloj del salón marca un cuarto para las ocho. La tía la mira y sonríe, complacida.
1 comentario:
Excelente relato.
Saludos.
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