Rebeca se preguntaba porque el destino, la vida o quienquiera que sea se había ensañado con ella. Su corta vida fue un sinfin de dolor.
A la semana de cumplir dieciseis años un intruso se metió en su casa, despues de ver que los padres habian salido. Habia estado vigilando varias noches hasta que finalmente se presentó la oportunidad. No fue dificil entrar, forzó la cerradura sin hacer ruido casi. Las sombras de la casa lo hicieron invisible, encontró el cuarto sin dificultad,
la niña parecia inquieta, y la cama crujia debilmente. Era tan pequeña y frágil, justo lo que el buscaba. Le tapó la boca y ella se dejo hacer, sin oponer casi resistencia. Mansita como a él le gustaba. Acarició, lamió, se sació de ese cuerpo hasta el extasis. Se fue como vino, sin dejar rastro.
Rebeca apenas recuperó la fuerza para ir al baño y terminar con su vida. Pero no pudo, los padres lograron salvarla a tiempo.
Siguió como pudo, arrastrando su dolor, hundida bajo el peso de ese recuerdo, como si aun lo sintiera sobre ella.
A los veinticuatro años Rebeca recibe la noticia que tiene leucemia. Le dan pocas
expectativas de vida. Comienza a visitar espiritistas, buscando una esperanza, una ilusión. Siguio estudiando con la idea de recibirse y encontrar una cura al dolor de su alma. Llegando al final de sus fuerzas, decide terminar con su vida, de una manera cruel y dolorosa, quemandose viva. Un sacrificio a un Dios inexistente, que ironia!
En el velatorio, el ataud esta cerrado.
Ella recorre la sala, viendo los rostros de sus familiares y amigos. Un fantasma.
Rebeca sentada en su escritorio relee lo escrito. Sonríe satisfecha. Rebeca era una niña tímida e introvertida, su único refugio era escribir. Alli volaba, cabalgaba con sus personajes, vivia otras vidas, historias fascinantes.
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