Y…..se encontraron al domingo siguiente. Ahora, ¿qué le digo, cómo sigo, se habrá detenido ella en mis palabras que hablaban de enamoramiento? Todo esto, pensaba Miguel. Ella, ruborizada lo miraba. El también. Era más fácil el lenguaje de las miradas que el de las palabras.
Caminaron, caminaron, dejándose tocar por una tarde tibia y soleada. Al fin, se detuvieron en el puente que da al río.
Se abrazaron, se gustaron. El contacto permitió destrabar ese nudo de emociones.
A mí me gusta el cine, dijo Miguel
A mí también, agregó Flora, películas románticas, pero mi madre dice que después, no puedo estudiar, que tengo ocupada la cabeza.
Bueno, podemos caminar, tomar un refrigerio. Miguel, no sabía si le estaba dando tiempo a ella, o, se lo estaba dando a sí mismo. Se sentía extraño, raro, pero ese manojo de sensaciones, le daba fuerzas para seguir avanzando.
Ya, más decidido, le dijo nuevamente: Estoy enamorado de ti, me gustan tus ojos, tu piel, tu manera de andar, tu silueta en la vereda. Creo, creo que yo también, murmuró Flora, en voz tan bajita, que ni ella misma podía escucharse. Pero, mi madre, mi madre....
No es malo hablar de los sentimientos. Ni él mismo se lo creía, pero sus palabras empezaron a brotar, ya no podía volver atrás, tampoco quería, y ella, al verlo, se sintió invadida por una confianza, que le permitió acercarse más
Empezaron a verse con más frecuencia. Miguel se sentía más seguro. Flora, podía hablar más por ella misma que por palabras de su madre.
Fue tiempo de conocerse, de cruzar miradas cómplices, más profundas, de tocarse y recorrerse, dejando que el amor fluya, que hable por sí mismo.
La madre de Flora, vio a su hija feliz. En el colegio, le iba bien.
Recordó entonces, el día que un joven como Miguel, le dijo que la amaba.
Así, pudo entender y compartir, estos dos jóvenes despertaban al amor.
Miguel y Flora caminaron juntos encuentros y desencuentros, alegrías y no tantas, incertidumbres, momentos de felicidad.
Miguel y Flora, caminaron juntos por muchas alamedas, que los vieron crecer.
*Continuaciòn libre del primer capitulo del cuento de Mario Vargas Llosa
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