Una calle de barrio porteño.
Casas bajas y modestas, con perfumados jardines; algunas con erguidas palmeras, que les confieren un toque peculiar.
El progreso, sin prisa y sin pausa, las fue desplazando por altos edificios, que lucen airosos sus fachadas de lujo. Entre sus paredes se encierran infinidad de historias de toda índole; simples e insólitas.
Uno de ellos, por ejemplo, quizás el más antiguo de la serie, acunó en su seno a muchos bebés, a quienes vio crecer y luego partir rumbo al altar.
Los vecinos, fueron envejeciendo junto con el edificio y sin llegar a ser amigos, mantienen una relación cordial y solidaria.
Hace un tiempo, todos percibieron un cambio en el ambiente habitual. Un matrimonio mayor se mudó al segundo piso, departamento cinco. Nadie sabe nada de ellos, ni el portero, informante oficial de todos los sucesos de la casa.
Son ellos: don Cosme, un caricaturista jubilado, quien alarga sus días dibujando. Carácter jovial, dispuesto a la comunicación, pero reprimido por su esposa, quien no le permite familiaridades con nadie.
Doña Mercedes, personalidad rígida, ceño adusto; siempre alerta, como esperando algún imprevisto y en lo posible tratando de eludir el saludo.
Todos comentan en un susurro, que extraños son los nuevos vecinos.
Cuando el joven irrumpió en el departamento, don Cosme no creyó que sólo era un ladrón; pensó que venía a exigir fuertes sumas de dinero, que él se guardó comercializando la droga por su cuenta. La impresión fue tan fuerte, que cayó fulminado por un infarto sobre el tablero de dibujo.
El muchacho, un ratero improvisado, quedó estupefacto; no se atrevió a escapar ni supo que hacer. La mirada aterradora de doña Mercedes lo inhibió y sólo atinó a decir que lo sentía…
“ Ella alzó la cabeza y le miró. La cara arrugada. Váyase al cuerno dijo. Se queda ahí plantado diciendo que lo siente. Mi marido está muerto. ¿Es que no lo entiende? Como diga otra vez que lo siente le juro que voy a por la pistola y le pego dos tiros.”
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