Buenas tardes.
Mi nombre es Dalia Rafaeli, tengo cuarenta y nueve años y nací en Israel; soy de origen sefaradí pues mi familia es oriunda de Turquía.
Agradezco la oportunidad que me han brindado para dar esta charla, en la que les contaré una historia; la mía.
Se, que muchos de ustedes al escucharla, se sentirán conmovidos, otros horrorizados, algunos asombrados; tal vez habrá quien piense: ¿Qué tiene que ver esto conmigo?
Cada uno tendrá algo de razón. Pero debo aclararles, que todo atañe a todos. Todo ser humano puede hacer algo, menos actuar con indiferencia.
Desde muy joven fui independiente, emprendedora, con poder de decisión y muy moderna. Así me conoció el hombre con quien me casé a los veinte años. El era inteligente, atento y agradable.
Estábamos muy enamorados.
Ya en la luna de miel comenzaron mis problemas. Me prohibió usar bikini y minifalda. Pensando que era una broma, me reí. Recibí la primera bofetada, con la advertencia de no provocarlo. Se me hinchó la cara y me salió un moretón. Por supuesto, por varios días no pude salir de la habitación. Se disculpó, llenó el cuarto de flores y no cesó de reiterarme que me amaba.
Durante esos días vivimos un apasionado romance. Pensando que había sido un episodio pasajero, no le di importancia; pero por supuesto, dejé de usar minifalda.
Instalados en nuestro hogar, comencé a descubrir poco a poco, su verdadera personalidad. Era violento sin represión alguna. Por cualquier motivo, me insultaba, humillaba y golpeaba, mientras trataba de persuadirme que yo era la culpable de su proceder. Llegué a convencerme que tenía razón y trataba de ser perdonada. Perdí mi autoestima y me convertí en una persona sumisa y servil.
En el ínterin tuve dos hijos.
La situación se tornaba cada vez más difícil. Estaba desesperada, no sabía qué hacer, a quien acudir y por inercia me dejé estar.
La crisis estalló una noche, cuando en un arranque de ira, me tomó de los cabellos y me arrastró por el piso. Mis gritos de dolor se sumaron a los suyos de furia. En ese momento, mi nene de cinco años se abrazó a mis piernas y le dijo: - No quiero que le pegues a mi mamá. Eso lo enardeció aun más y por primera vez golpeó a uno de sus hijos.
Ese hecho me hizo reaccionar; por el bien de mis hijos, debía volver a ser la persona de antaño.
Una vecina me puso en contacto con una asistente social y por ella me enteré que aquí en Israel hay instituciones que brindan ayuda a personas en mi situación.
Mis hijos y yo recibimos albergue en una casa destinada a ese fin, en una ciudad alejada de la nuestra. Mi marido, acusado de malos tratos fue apresado y nunca supo donde nos encontrábamos.
Allí tuve la oportunidad de estudiar, trabajar.
Pasaron veinte años. Mis hijos son dos excelentes muchachos, que ya hicieron la Tzavá (ejército) y estudian en la Universidad. Yo volví a ser una persona normal.
Mi objetivo, al venir a dar esta charla es concientizar a la mujer. Cada una de ustedes tiene familiares, amigas compañeras de trabajo o de estudio. Alguna de ellas puede necesitar de su ayuda.
Sepan que pueden brindarla…
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