El decía que la amaba. La acariciaba y le compraba regalos. Le ayudaba con los chicos y tiraba la basura. Si ella no hacía tiempo también lavaba el piso. Muy bueno José, un marido cómodo.
Adriana siempre miraba para abajo. Nunca levantaba la vista, ni la voz, estaba de acuerdo con todos. Una buena mujer.
Nadie tenía ni idea que José la agredía verbalmente, que cada palabra de él era un cuchillo clavado en el corazón, un tirón de pelo terrible, de su boca salían insultos que parecían puñetazos. Nadie se daba cuenta que las sutilezas e ironías que él decía constantemente estaban dirigidas a ella. Se burlaba de sus padres (ellos ni tenían idea, tan amable él siempre, buen muchacho), la menospreciaba por no haber estudiado, le criticaba sus amigas, le desarrollaba su falta de seguridad frente a los hijos.
Adriana callaba y sufría.
Un día, en el baño del supermercado vio una propaganda del centro de ayuda a las mujeres tratadas con violencia, aunque todos creían que las palabras no golpean ni matan, que son violencia. Llamó. Se hizo amiga de la asistente social con la que se veía una, dos veces por semana.
Un día José llegó temprano a casa, Adriana lo miro a los ojos. El entendió.
El abogado dijo que un fin de semana por mes. Adriana volvió a sonreír, a veces alzaba la voz, miraba a todos a los ojos.
Sus padres se lamentaron mucho. Ella no.
2 comentarios:
Te puedo decir que , lamentablemente , me toco vivrlo, es muy duro y dificil pero con fuerza y seguirdad en si mismo todo se logra.
Felictaciones !
Gracias, ojala nadie tuviera que vivir estas experiencias!
Shoshana.
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