El edificio tenía dos habitantes, dos hermanos siameses; inconsciente y consciente.
La noche arrulló suavemente a consciente e inconsciente jugo a ser libre desplegando ráfagas de colores sobre un lienzo formado por una piel camaleónica que parecía tener vida propia.
Llamaradas de colores fuertes y en movimiento parecían devorar a los suaves o danzar en armonía unos con otros. Los colores se entrelazaban en danzas amorfas dando origen a otros y diferentes matices que seguían el ritmo de melodías a momentos dulces y suaves y a momentos desenfrenados y cortantes.
El lienzo de piel viviente se trasformaba dando origen a las mas hermosas combinaciones.
De pronto, la luz del amanecer despertó a conciente; el lienzo se transformo en piel rugosa y yerta, esta me acarició la mejilla y mi boca emitió un gemido. Me puse de pie y salí. Bajé corriendo para no vomitar en el edificio de mi mente”.
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