Yo, con trece años menos que vos creía que lo sabía todo. Casi ni tenía lo que aprender. Cerca de los veinte años el mundo te pertenece y nada ni nadie es más importante que uno mismo. Creía en el amor con tanta intensidad que pensaba (aun hoy lo pienso) que él mueve montañas. Pensé que me esperaría al cabo de la vida, más adelante, cuando fuera más madura, para entonces solo quería aventuras, amores de verano, pasajeros, rápidos, que no dejen secuelas. Te conocí en la playa, en las arenas brillantes del Mediterráneo. No nos dijimos mucho, nuestros ojos se entendieron, nuestros cuerpos se desearon. Esa noche dormirías en mi cama, conocerías mis sábanas, mis secretos, mis sueños, mi pasión…No fue la última, hubo muchas otras, más intensas aún. Las estrellas nos envidiaban, la luna espiaba por la ventana y gozaba con nuestro placer, las flores desde sus floreros se ruborizaban al sentir nuestros gemidos, nosotros éramos uno, nos olvidábamos de la identidad. Yo no me quería despertar. El reloj, mi mayor enemigo. Lo odiaba. Con los últimos besos volvíamos a la realidad. Vos te ibas a tu casa, con tus mentiras y yo volvía a la soledad. Sabía que me faltaba mucho por aprender.
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