Espera, ¡no. En honor a algo, que mientras duro fue hermoso, léela hasta el final. He pasado cuatro meses duros, sabía que lo nuestro tenía pocas probabilidades de ser duradero, pero como una tonta quinceañera (en lugar de mis veintiocho) me ilusioné, y creí, y soñé, y pensé que las frases que dejabas escapar en nuestros encuentros íntimos, cuando dabas rienda suelta a toda la lujuria y deseo que anidaba en ti, podrían ser verdad. Y cumplí con lo que tú querías, desde aquella vez que por una indisposición de tu mujer me pediste que te acompañara a ese evento social, en calidad de tu secretaria ejecutiva. Y después fue un seminario en Eilat, una exposición en Praga, un curso en Haifa, etc., etc. Fui tu eficiente secretaria primero, tu confesora, con la cual podías hablar de temas casi prohibidos después, y poco a poco mientras tu pobre mujer, según tu, no se recuperaba, fui también la mujer que sació tus deseos insatisfechos. Y comencé a quererte y a ilusionarme, hasta ese primero de abril de hace cuatro meses donde me anunciaste simultáneamente, la total y feliz recuperación de tu mujer y (para evitarme dolores) mi ascenso y traslado a la sucursal de Arad. Creí morir, encerrada en mi cuarto, mis padres y mi hermano no sabían que hacer conmigo, pensé en una fuerte dosis de pastillas y sumirme en un sueño eterno donde seguramente estaría tomada de tu mano… Pero no, al tercer día salí, pensando que una persona como tu no merecía que alguien diera la vida por el. Y así, como quien carga en su alma el dolor de una irreparable pérdida, comencé de nuevo. Hoy puedo decir que estoy convertida en una nueva mujer, el trabajo y mi familia han sido el bálsamo que me ha devuelto la paz. Solamente quiero que sepas, por último, que el ser que desde hace cinco meses anida en mi cuerpo, solamente sabrá que tiene una madre que será madre y padre a la vez y que orgullosa y con la frente bien alta hará de el un hombre de verdad. ¡Hasta nunca! Ariadna
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