Me senté en un banco, arrepentida de haber elegido los zapatos rojos. No por su color, puesto que hacían juego con mi blusa de seda floreada, casi transparente, ajustada al cuerpo y que permitía entrever los senos, y la faldita mini que dejaba poco a la imaginación. El problema de los zapatos eran los tacones altos y puntiagudos, que se enterraban en el camino pedregoso y lleno de barro por la lluvia de la mañana.
Era consciente de que llamaba la atención entre los presentes, pero al fin y al cabo yo era uno de los personajes principales esa tarde, donde esperaba que todo cambiara y estaba dispuesta a demostrarlo desde un principio. Por supuesto que no estaban acostumbrados a verme así, pues durante años me vieron vestida muy conservadora, normal, como pretendía Luciano. Pero hacía mucho que esa palabra, mágica para todos a mi alrededor, me causaba alergia y deseos de vomitar.
Lucy se acercó y me tendió la mano. ¿Seguimos?- me preguntó. Le seguí los pasos y pronto alcanzamos a los demás, todos grises, sobrios e insípidos. Lautaro se colocó a nuestro lado. Sus ojos me miraron con vergüenza ajena, pero yo le sonreí y le dije que la vida era una aventura que había que saber disfrutar. Hizo un gesto de enfado pero se quedó callado como correspondía a un Lerman. Lucia sozollaba, Lisandro la consolaba. Lucrecia comentaba con Lily que era una gran pérdida y el resto del cortejo bajaba la cabeza y decían que fue un buen hombre
Al contrario de los demás, yo iba con la cabeza en alto. Una sonrisa muy bien pintada adornaba mi cara. No podía ocultar la alegría que me producía la llegada de mi ansiada libertad. Hacía mucho tiempo sabía que semejante normalidad no era nada normal. Intenté proponer un divorcio, pero Luciano se negó rotundamente, pretendiendo que eso no era bien visto en la sociedad.
Ahora, muerto Luciano, me quedaba el camino libre para vivir lo que me reste tal como se me plazca. Vestir lo que se me cante en gana, enseñar a mis hijos como desee, comer lo que me antoje y a la hora que quiera, pasear, cantar y bailar libremente. Ensimismada en mis pensamientos, mi corazón palpitaba con más fuerza, caminaba más ligero, como si flotara en el aire. De repente, un apretón en la mano me atrajo a la realidad. Todos tenían su mirada fija en mí. Entre rezos y lágrimas, los más allegados paleaban arena a la tumba recientemente ocupada. Sin darme cuenta, había estado tarareando y bailando.
Finalizada la ceremonia, unos desconocidos me preguntaron cortésmente si podría contestarles a unas preguntas por la extraña muerte de Luciano. Lucía y Lisandro se acercaron y mientras nos abrazaban, comentaron que estaban dispuestos a venir a vivir con nosotros para cuidarnos, como correspondía a los abuelos de una familia normal.
Estoy segura que desde el cielo Luciano Lerman nos mira y sonríe.
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