FAMA:
Don Gervasio se paseaba por la plaza del pueblo, contoneando su figura redondeada, muy prominente por cierto, entre las mesas que exhibían ruanas y sombreros de colores vistosos, artesanías, zapatillas de fique, carteras de cuero, cadenas elaboradas, frutas y verduras que traían los campesinos de sus campos. Iba con una comitiva de allegados que seguían escuchando sus cuentos y recuerdos de gran funcionario en la capital. Según relataba, era muy importante y tenía muchos empleados a su cargo. Le bastaba con un pequeño gesto o levantar una mano para que todos le obedecieran. Había regresado al pueblo para hacer campaña política, porque decía que era el preferido de los grandes de arriba. Sus adeptos lograban para él favores, y en su paseo por la feria, llevaba ya puesto un poncho, una mochila y otros regalos más. Don Gervasio paró sediento en un puesto de frituras, y ya le servían su gaseosa, acompañado de buñuelos recién sacados de la olla. Mientras comía, seguía contando de sus peripecias y haceres: de cómo había salvado a la ciudad de una gran inundación, y pacificado una contienda entre proletariados e industriales, que de no haber parado ahí, se hubiera convertido en una gran revuelta, de la cual todavía no habrían salido por esos días. Por sus grandes cualidades como entendedor y agente intermediario se había ganado la confianza de los grandes, y era el favorito de los directivos nacionales. El grupo de oyentes había aumentado a una decena de personas, que ya aplaudían sus hazañas, y lo proclamaban como su candidato a la alcaldía municipal. Entre vítores y algunos chiflidos, la concurrencia iba creciendo, y Don Gervasio prometía promesas incumplibles a su audiencia, que gritaba enardecida: Viva Don Gervasio, próximo alcalde que nos sacará de la pobreza. - Don Gervasio sonreía ampliamente mientras en su fuero interno proclamaba: ¡Los tengo en mi bolsillo. Pobres ilusos!
CRONOPIA:
Asunción de las Aguas tropezó de nuevo, trastabilló, pegó un pequeño salto, y recuperó el equilibrio. Se puso la mano al corazón y exclamó ¡Que susto!. Optó por sentarse a descansar en el cordón de la vereda, mientras sacaba un pañuelo que ya no recordaba el blanco original. Se apretó con él la rodilla que aún sangraba y respiró profundo. Todavía le dolía la espalda. Le faltaba aún un tramo largo por recorrer, y necesitaba recuperar sus fuerzas. Organizó como pudo su ropa, la sacudió un poco. Se soltó la hebilla que le mantenía el cabello, lo aplastó con las manos y volvió a cerrarla. Miró el reloj del campanario, y lo comparó con el suyo, viendo que ambos estaban iguales. En ese instante cayó en cuenta que, si no se apresuraba, llegaría tarde a su trabajo. Se levantó de prisa y apuró el paso. No podía atrasarse; la echarían como a un perro y ella no tendría como pagar el arriendo ni comprarle la comida a su pequeño. Si no le decían nada, se iba a esforzar por trabajar hoy como nunca, tan sólo que no se dieran cuenta de la hora- pensaba. No podía seguir así con esa angustia todos los días. Recorría el camino lo más rápido que le daban sus piernas. Casi llegaba Asunción a su destino, cuando un auto cruzó la calle y levantó el charco de la esquina, salpicándola casi por entero. "Claro, a mí me tenía que pasar" – exclamó. "Y ahora qué hago? se preguntaba. Siguió andando, mientras chorreaba agua, y entró por una puerta lateral, intentando pasar inadvertida a los cambiadores. Se fijó en la primera oficina a ver si alguien vigilaba la entrada, pero no había nadie en ella. Recuperó en algo la confianza, y prosiguió a buscar su uniforme. Cuando entró a la cámara, encontró a todas sus compañeras en reunión con el administrador, que presentaba al nuevo jefe de personal. Este último la observó con detalle y miró la hora. "Seguro que me botan"- se repetía constantemente Asunción. Finalizada la presentación, cada uno se dirigió a su faena respectiva. El nuevo encargado, la llamó aparte. Asunción temblaba, y se decía: " ahora sí me corren". Se acercó con temor. Quería taparse los oídos para no escuchar la terrible sanción. Para evitar subir las manos, se las agarró por detrás de la espalda con fuerza, hasta que se hizo daño a sí misma. El superior le advirtió que esa sería su última llegada tarde, pues la próxima vez quedaría en la calle... "Gracias señor, le prometo que no volverá a pasar" se oyó decir a si misma, mientras pensaba para sí: ¿y cómo haré para llegar a tiempo todos los días?
No hay comentarios:
Publicar un comentario