(La consigna, escribir un relato breve en el que el protagonista desee descollar por algo, pero que no lo pueda lograr. Que este deseo sea su fuerza, su impulso, lo que lo hace actuar).
Fue un encuentro casual. Ella doblaba la esquina y él, en su apuro, casi se la lleva por delante. Apenas acertó a decir un perdón, escapado de los labios, como una respuesta autónoma, casi sin reparar de quien se trataba. Por un minuto sus manos rozaron sus brazos, para evitar que cayera al suelo por el impacto. Pero al mirarle a los ojos, la reconoció, y su natural timidez hizo que instintivamente bajara la vista, la soltara y se quedara con la pregunta en la punta de la lengua: "¿estás bien? " . Ella se estabilizó mejor, aseguró su cartera al hombro, y le contestó con voz tranquila "no hay problema, no pasó nada", y siguió su camino.
Ariel se mordió los labios, y si hubiera podido se habria abofeteado él mismo. El destino se la había puesto por delante, servido en bandeja de plata y él, como gran pendejo, sólo le había perdón. "¿Perdón?- ¡que imbécil!". Otro más inteligente que él ya habría intercambiado teléfono, la hubiera invitado a salir, al menos sabría su nombre. ¡Pero no!; Ariel ni siquiera le sostuvo la mirada. Se consolaba en saber que su voz era dulce, y que usaba un perfume suave, de rosas recién cortadas. ¡Y pensar que llevaba tanto tiempo buscando una manera de encontrarla, de hablarle un poco, de declararle su amor secreto!
Soy un desastre, decía para sus adentros. Todavía desde pequeño en la escuela era un pendejo, un tímido que no se atrevía ni siquiera a hablar con las chicas. Menos aún si alguna le gustaba, entonces se escondía entre los libros y los deberes. Decía para si mismo que cuando fuera más grande se atrevería. Luego, en su época de estudiante se encerraba en la biblioteca, en grupos de laboratorio e incluso se buscó un trabajo en las noches, para evitar su azaro con las compañeras, y no asistir a fiestas con ellas. Entonces se autoconvencia de que ellas sólo buscaban diversión y cuando llegara el amor en serio, él ya tendría las agallas para acercárceles.
Sin embargo, los años fueron transcurriendo y no lograba vecer su timidez. Había leído libros de autoayuda, practicado horas frente al espejo, bailado con la almohada, incluso se había anotado en un grupo de encuentro para solteros al que asistió una vez y a la primera oportunidad que tuvo se escapó. Ya vendrá, volvia a repetirse. A estas horas del partido, ni el mismo se lo creía. Estaba seguro que sus padres, que nunca lo habían visto con ninguna, sospechaban que era del otro equipo.
Era una situación desesperante. Ariel que pasaba ya más de ocho meses todas las noches pensando en ella, la chica del edificio de enfrente, no le dirigía todavia la palabra. Se asomaba todas las noches a la azotea del apartamento y lloraba su amor no correspondido. Le había escrito cartas declarando sus sentimientos, que nunca mandó. Planeó encuentros y diferentes maneras de cruzar palabras, llevarle flores, regalarle un perro. ¡Qué no le había pasado por la mente! Y ahora, que había desaprovechado la oportunidad de su vida, ya no tendría remedio... Buscó un banco para sentarse a llorar sus desavenencias. De camino al parque fue recuperando su ánimo, se prometió, - otra vez, que mañana la esperaría en la entrada de su casa y le hablaría. Sonrió y exclamó: "Todo saldrá bien".
2 comentarios:
todo saldra bien
me gusto !!!bien escrito !!!
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