(la consigna, elaborar un relato atribuyendo características a un ser vivo, sin nombrarlo, utilizando la técnica bionica de creatividad)
Alaska siempre le había fascinado. A pesar de ser un lugar inhóspito, prácticamente desierto y con la mayor parte del año cubierto de nevada, que acentuaba el clima frío, allí en las proximidades del Ártico. Ese era para él un lugar ideal para vivir en el que se sentía cómodo y a sus anchas. Incluso los rudos habitantes de ese territorio, distribuidos en varios pueblecitos, calzaban con sus preferencias. El mismo era muy rudo y en las oficinas donde trabajaba era temido por su fría y calculada agresividad. Alguno llegó a llamarlo "robot con forma humana".
Lucas Morgan, así se llamaba él aunque le decían "Lucky", quizás porque creían que era un hombre de suerte, pertenecía a la dinastía de los Morgan, pero no siguió los pasos bancarios del resto de la legendaria familia. Abrió su propio negocio de transacciones dinerarias en el corazón financiero del mundo: la Bolsa de Valores de Nueva York. Era uno de los más exitosos "brokers" del planeta, admirado y temido por sus audaces y a veces sorpresivísimas operaciones accionarias. Y había dejado a un tendal de competidores prácticamente en la bancarrota. Lo había conseguido con una notable impiedad y cinismo, tras lo cual acostumbraba a sacarles –en plena cara, si podía encontrarse con ellos- su extensa lengua. Asi, consideraba que el mundo no era otra cosa que una enorme jungla de salvajismo donde se verificaba cotidianamente la teoría de la evolución de las especies de Darwin.
Iría a vivir a Alaska, junto con toda su familia, eso ya lo tenía decidido. Su mujer y los tres chicos, él lo sabía, lo apoyaban incondicionalmente. Lucas era, virtualmente, el jefe de la manada y lo único que tenía que hacer era dirigir sus pasos en la dirección que él consideraba correcta. Pero ahora, también rondaba su mente la posibilidad de abrir allí sus oficinas. Debería considerar el hecho cuidadosamente y planear todo para poder operar eficazmente en Nueva York, desde allí lejos. A veces encontraba las respuestas preguntándose mentalmente ¿qué habría hecho en esas circunstancias Gordon Ghekko? Ese personaje de ficción salido de la película Wall Street era para Lucky Morgan su héroe preferido y muchas veces, inspirador de varios de sus tremebundos y sorpresivos ataques financieros en la bolsa neoyorkina.
El cerebro era, para él, un objeto de la máxima atención. El cerebro, su funcionamiento y la psicología que generaba en cada individuo constituían la obsesión cotidiana de este Morgan, que hacía honor a la tradición familiar. Estudiaba a sus competidores hasta el cansancio, se introducía en sus mentes y procuraba examinar –una por una- el modo en que funcionaban las células nerviosas, cómo titilaban, qué ideas y conceptos producían, qué sentimientos y anhelos se generaban en tal o cual "broker". Y así, iba abriéndolos desde adentro, alimentándose de lo más profundo de sus seres para luego destrozarlos. Cuando lo hacía, ante cada victoria financiera, su boca salivaba en exceso Lamentaba no poder comerse esas masas encefálicas para así acumular conocimiento y fuerza.
Nadie hasta el presente había podido con él, con excepción de esa imaginativa joven que, luego de servir años en el ejército y haber combatido en el superviolento Afganistán, se dedicó una temporada a los negocios accionarios. Ella, la ex teniente Ripley, fue la única que le hizo perder millones de dólares en una apuesta para la industria aeroespacial. Había salido gananciosa, librándose de una trampa cuidadosamente tendida por Lucas. Ya arreglaría las cuentas con ella, que ahora ella estaba viviendo en Alaska donde había nacido. Ahí se dedicó al trabajo de rescatista de montañas, siempre al borde del peligro algo que conocía muy bien y le había servido para derrotarlo a él, al "robot con forma humana".
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