Ella era tontita, aprovechaste y la violaste. Sentiste un enfermizo placer, que me repugnó hasta las vísceras. No te importó nada, ella sollozaba totalmente tensa, incapaz de reaccionar, perdida en el limbo de su nebulosa infranqueable. Decidí intervenir y hacer justicia por mano propia. Reduje tu insignificante figura y comencé la fiesta: Corté tu oreja, luego la otra, clavé alfileres en tus ojos, tus desgarrados gritos me trajeron a la razón, decidí clavarte por la boca el palo de beisbol que posaba en un rincón. Serruché tus dedos uno por uno y se los fui entregando a la “tontita” como trofeo. La sangre chorreaba por tu cara. Comencé el corte magistral apoyada en tu ingle, no sé si te desmayaste o ya estabas muerto; el perro comió doble ración ese día. Fue el trofeo más grande que guardaré en mi memoria. Ella jugaba con tus dedos, cantaba y reía, lamiendo la sangre que caía de ellos.
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