Iba solo; la calle arbolada, tenía el suelo alfombrado de charcos de luz de luna y de sombras. Por estos últimos me deslizaba, confundido en los claros de luna como una sombra mas de los árboles. En mi oficio todas las precauciones son pocas.
Tenía un contrato que cumplir; había recibido el sobre con las fotografías correspondientes del objetivo, el domicilio, y, lo mas importante, el 50% de anticipo como se estila en estos tipos de trabajo. Y no sabía que hacer.
El blanco era la mujer con la cual vivía, y por lo que habíamos acordado, ninguno de los dos tenía la menor idea de cual era la profesión del otro; era un tema tabú, que nunca mencionábamos.
Entré a casa. La miré y me sonrió; cuando nos besamos, sentí el pinchazo en el brazo, y mientras la apuñaleaba, me miró y me dijo: perdoname, el negocio es el negocio. No le pude contestar, el veneno me había paralizado.
No se pudo determinar quien murió primero.
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