Esa noche era como cualquiera. Me invitaste a escuchar a tus amigos tocar en un bar perdido en Palermo, recuerdo que el garito era el típico bar de esquina de barrio, sucio, desvencijado, con esos muebles color café desgastados, acusando los años de recibir parroquianos, denotando su historia. Una orquesta decrepita vestida de gala gastada. Gente sentada en las mesas, todos salidos del mismo agujero donde el pasado y el futuro son la misma cosa. Aletargados, bebiendo algunos observaban con mirada perdida hacia la pista, esperando. Una mujer, vestida de plataluna me miró insinuante y me hizo un gesto con la cabeza. Che, te están invitando a bailar me dijiste con abierta picardía, me acerqué a ella. El “cómo te llamas” fue simultaneo con la llevada a la pista. Unos segundos para reconocernos hasta empezar a tocarnos. Su mano en la mía, su boca en mi cuello y un susurro “dejá que yo te llevo”. De ahí en más, no tuve opción, tuve que dejarte, abandoné todo, la casa, los chicos y a vos. Esa mano en mi espalda guió los cortes, las quebradas y también mi destino futuro. ¿Qué le vas a hacer? “el Tango hizo lo suyo” y “nosotras hicimos la nuestra”.
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