El sedan negro subió a la vereda de punta ante aquella elegante casa del barrio alto de la ciudad. Los cuatro matones se abrieron en abanico a ambos lados de la puerta, con la mano en la sobaquera previendo cualquier contingencia. Al oír el ruido Américo Panduccio (el gitano) dueño de casa, además de todas las chatarrerías del lugar, salió a la calle.
Ya para entonces con el lugar asegurado, Chicho chico, había bajado del coche. Cuando la puerta se abrió de un empujón apartó al gitano y se introdujo en la casa, seguido de “Viruela” y “el Tarta” dos osos de un metro ochenta de altura, que no lo abandonaban ni a sol ni a sombra.
Américo trató de protestar, pero Viruela, ante una seña de Chicho le cruzó la cara de un cachetazo y lo hizo caer sobre uno de los sillones. Ante tal escándalo Dora entró a la habitación y al ver la situación empezó a proferir gritos que fueron acallados por dos puñetazos del Tarta, que sangrando copiosamente la dejaron tirada sobre la piel de leopardo que oficiaba de alfombra.
--Gitano, te advertí varias veces que no interfirieras en la relación entre Nora, tu hija, y yo. Pero por lo visto vos sólo entendes de un modo. —
Trastabillando mientras se ponía de pie, el gitano le enrostró que fuera un capomafia, sanguinario, explotador y que el quería para su hija alguien que la elevara de esa turbia vida.
Mientras escuchaba, al mafioso se le encendía la ira y casi sin dejarlo terminar, cada uno de los matones amarró a una silla al gitano y a su mujer.
--Hoy soy un mafioso, par de hijos de puta, pero cuando necesitaron que les limpiara el camino de competencia, bien que me fueron a buscar.—
Acto seguido arrancándole la ropa a la mujer empezó a dibujar sobre su bien formado cuerpo alucinantes figuras con la punta encendida de su habano, el blanco cuello, los erguidos pechos, los rosados pezones y bajando hasta el monte de venus fueron objeto de su maldad, dando por terminada su tarea en la hermosa cara. No hicieron mella en él los desgarradores gritos de Dora y la desesperación de su marido, imposibilitado totalmente de intervenir, agravado todo esto por las lascivas miradas de los matones que festejaban con grotescas risotadas.
Una vez concluido con la mujer, Chicho se sirvió una abundante copa de whisky y el resto de la botella se la pasó a sus dos osos que entre sorbo y sorbo tiraban líquido sobre las quemaduras recién hechas, haciendo desesperar de dolor a Dora que a los pocos minutos terminó desmayándose.
--Gitano, esto es el comienzo, si tu hija no es para mí, no será para nadie.—
Empezó a caminar hacia la salida y sonriendo escuchó los gritos de Américo, ya que la misión de Viruela y el Tarta, era dejarle inservibles las piernas justo a él que era un deportista empedernido.
El coche arrancó raudamente, alejándose con la tranquilidad que otorga la impunidad que se consigue con dinero.
Chicho pensaba solamente en aquel momento si el collar de diamantes que hacia juego con la bella pulsera serian del agrado de Nora.
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