Esa noche era como cualquiera. Me invitaste a escuchar a tus amigos tocar en un bar perdido en Palermo, recuerdo que el garito era el típico bar de esquina de barrio, sucio, desvencijado, con esos muebles color café desgastados, acusando los años de recibir parroquianos, denotando su historia tanguera.
Juan hace años que es mi pareja de tango y me hizo muy feliz saber que esa noche iríamos a un lugar diferente. Al llegar, desde lejos se escuchaban los tangos y milongas tocados con mucho entusiasmo. Me impactó el ambiente que recordaba el arrabal porteño del Buenos Aires del 900. Los recuerdos me invadieron y se me despertó la bailarina de tangos de otras épocas, cuando me llamaban Mimí .Al escucharse los primeros acordes de El Choclo, con una mirada, Juan me sacó a bailar. Comenzamos a lucirnos con los pasos más difíciles, los ochos y la sentadita. Bailaban algunas parejas, pero nosotros fuimos los más aplaudidos, y me miraban por mi vestido rojo muy escotado, con un tajo casi hasta la cintura y con los zapatos negros pulserita, de tacos altísimos. La pasamos rebien, bailamos hasta la madrugada, subyugados por los tangos y milongas más canyenques de la música popular. Fue una noche inolvidable que me hizo revivir aquellos bailongos de mis veinticinco abriles que ya no volverán.
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