Esa noche era como cualquiera. Me invitaste a escuchar a tus amigos tocar en un bar perdido en Palermo, recuerdo que el garito era el típico bar de la esquina de barrio, sucio, desvencijado, con esos muebles color café desgastados, acusando los años de recibir parroquianos, denotando su historia...
...Me invitaste a bailar al compás de esa milonga, que tocaban el conjunto de jubilados. Ya sus dedos arrugados y cansados, delataban sus años. Te rogué que no lo hicieras, porque el tango no era de mis preferencias. Te acompañé de la mejor forma posible. Recuerdo tu mirada sobre mí, y tu amor borrado ya por el tiempo. Un bailarín porteño, que le sacaba los ojos a cada "pebeta". En tus brazos me sentí segura, sabías llevar el ritmo y convertir mi cuerpo en una marioneta, que seguía los pasos al pie de la música. Aunque no tenía tu destreza, eras el Rey de la milonga.
Me incomodó, cuando continuaste bailando toda la noche con aquella rubia despampanante, que le sacaba los ojos a todos los machos allí sentados, mientras yo, continuaba sentada delante de mi vaso vacío...
Al día siguiente, me anoté en la academia, para que en lоs próximos, sólo bailes conmigo, a pesar de mis pies chuecos, mi nariz alargada y mis lentes culo botella.
Te prometo que después de unas cuántas lecciones, no te pisaré los pies y seguirás siendo el "varón entre los hombres".
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