domingo, 7 de agosto de 2011

MILONGA por TOLO BINDER

Esa noche era como cualquiera. Me invitaste a escuchar a tus amigos tocar en un bar perdido de Palermo, recuerdo que el garito era el típico bar de esquina de barrio, sucio, desvencijado, con esos muebles color café desgastados, acusando los años de recibir parroquianos, denotando su historia. 
Cuando entramos saludaste con efusividad a los encargados del lugar así como a los muchos habitúes que apuraban sus tragos.
Las cuatro paletas del ventilador en su lento girar despedían una monótona melodía que acompañaba como fondo musical al viejo entorno del  lugar.
Me sentía fuera de mi ámbito, no entendía tu gusto por esto, pero no podía decir que no y aquí estábamos.
El mostrador (vos lo llamaste “el estaño”)  relucía y apoyado sobre él varias parejas conversaban copa en mano matando el tiempo en espera del “show”.
Tus amigos largaron la noche y en el boliche se hizo un silencio sepulcral. El bandoneón, la viola, el contrabajo y la cálida voz de Marina llenaron el ambiente.
A mí, fría e insensible a los movimientos populares, se me hizo que iba a ser una larga y aburrida noche.
Pero algún duende nocturno de los que sobrevuelan todos los boliches, seguramente se me posó en el hombro y empezó a susurrarme en el oído – eso que estas escuchando no es solo música, son sentimientos acompasados salidos de lo mas intimo de los hombres y mujeres que habitan la ciudad.-
Y sucedió, no se como ni cuando, de pronto me di cuenta que estaba temblando, que a mis ojos se habían asomado algunas lagrimas y que mi cuerpo todo era presa de una emoción sin igual.
Miraba a mi alrededor y observaba a un sinnúmero de personas hechizadas, igual que yo, por esos acordes que no conocía pero que había empezado a amar en ese corto tiempo.
Y terminó, y nos fuimos, y te pedí caminar un poco por esas calles de Palermo que seguramente habían sido musas inspiradoras de muchas de las melodías escuchadas.
Vos sonreíste me tomaste del brazo y silbando acordes del 2 x 4 nos internamos en la noche, aquella en que la fría Laura había dado paso a una mujer que en un viejo boliche del arrabal porteño halló su verdadera identidad,  que ya no abandonaría jamás.
Gracias “Tano” y gracias sonidos de Buenos Aires por ayudar a mi segundo nacimiento.

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