Esta es la historia de Juanito, un niño como cualquier otro. Estudioso,
aplicado y obediente. Educado en un hogar ejemplar, pero sin ninguna
religión. Su apellido Grinberg, de origen judío no significaba nada para él.
El día del Perdón se presentó, por su ignorancia, en su escuela como todos
los días. Sus compañeros lo recibieron a los gritos. ¿Cómo venís a estudiar
hoy, si todos los de tu religión están ayunando y rezando? Anonadado,
asombrado, atontado y culpable se retiró tristísimo a su casa.
Llorando, le preguntó a su mamá: ¿Yo soy judío? Con gran veracidad la
mamá le respondió: Si, sos judío. Yo soy judía y tu, mi hijo también lo eres.
Pero nuestra familia es atea.
Juanito se retiró a su cuarto lloroso y pensativo sin emitir palabra. Allí quedó
pensando varias horas. El, quería tener fe en algo y pertenecer a la religión
de la tradición familiar.
Amargado y queriendo encontrar su verdadera identidad, se dirigió a Moshe
el rabino de la sinagoga de su barrio. Le contó con lágrimas en los ojos el
conflicto que lo acosaba. El Rabino con toda su sabiduría y paciencia lo
tranquilizó y le dijo que con tiempo y voluntad lo iba a encaminar en la
religión que le correspondía y él deseaba.
Comenzó sus estudios religiosos para volver a sus raíces.
Y en eso anda Juanito, probando formas de mirar y concebir el mundo.
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