miércoles, 1 de diciembre de 2010

NO ME JUZGUEN por YAEL LEVIN



Piiiiiiiiiiiiiip… Sorprendió un molesto ruido lejano en la mitad de la tranquila noche. 
Piiiiiiiiiiiiiip… Volvió a interferir a los pocos minutos, despertándome. 
La batería de mi teléfono celular se vació y me pide que la cargue, ajena a la hora, a las durmientes personas de la casa y a lo que puede causar…
Las patadas la sentí mientras me caía empujada de la cama nupcial al frío y duro piso "Estúpida, andá a enchufar el celular si no querés que te lo meta dentro de tu cabeza" gritó.  Yo, como de costumbre, obedezco disciplinada y humildemente. ¡Que no grite, que no se despierten, que no escuchen! rezo mientras me "apago" los oídos, como si haciendo así provoco que los demás tampoco lo oigan…
Volví a la oscura y silenciosa habitación, quería flotar, temía molestarlo.  Entré lentamente, paré mi respiración, me acosté al borde de la cama despacito y silenciosa, tratando no mover el colchón, que no sienta mi presencia. 
De repente, prende la luz, bruscamente, tira la frazada al piso, se levanta enojado, se viste y me grita   "¡ahora nos divorciamos!" Lo miro, aterrorizada: sus ojos están fijos y vidriados en sus órbitas, colorados por su ira, escupiendo mientras grita cosas que no puedo escuchar porque el miedo me ensordece, me tira del pelo y así, de esta manera me lleva al corredor de las habitaciones donde supuestamente, duermen mis hijos. Yo lloro. "Si quieren ver basura, no tienen que buscar en los rincones" les grita a los chicos "Aquí está vuestra madre ¡es lo más sucio que hay"  Estoy destrozada, no por lo que dijo. Sabe como herirme. Mis hijos. Lo más sagrado.
No siempre era así.  Nos conocimos una tarde de junio y me invitó a salir al cine, desde entonces no nos separamos, parecía que nos conocíamos toda la vida y solo pasaron pocas semanas.  Era todo lo contrario de mi último novio a cual mis padres no querían porque no era de nuestra comunidad aunque era bueno conmigo y me amaba. Me pareció que a mis padres él sí les iba a gustar: Teníamos la misma cultura, los mismos gustos, pertenecíamos a la misma colectividad, éramos parecidos, incluso exteriormente – nos pensaban hermanos. Solo mirarnos, sabíamos que piensa el otro, discutíamos de todo: si el sol estaba en medio del cielo, el insistía, y lo peor, me convencía, que era de noche, era terco, me manejaba, y eso me gustaba, era maduro, tenía veinticinco años, y a mis diecisiete, su conducta me parecía de un verdadero caballero.  Siempre se salía con la suya. Yo no lo amaba pero me sentía protegida, admirada, querida, importante - sentimientos que no tenía en mi casa: me trataba como a una reina, me quería siempre a su lado: si yo quería salir con amigas, él se entristecía tanto que yo anulaba con ellas y él era el hombre más feliz de la tierra. "Me ama" pensaba equivocada.  Cuando me propuso matrimonio pensé que por fin voy a ser independiente, que me liberaré de las cuerdas invisibles que mis padres me atan. Al terminar mis estudios nos casamos. Inmediatamente quedé embarazada. Paralelamente, recibí la primera cachetada…
Decidí callar. No puedo contarlo. Hago creer a todos que somos la pareja ideal: siempre estamos juntos, nos creen felices, piensan que es amor.  Yo sé la realidad.
Aunque cueste creerlo, no soy tonta, al contrario, soy inteligente, en mi trabajo soy una jefa muy apreciada, querida y talentosa; nadie adivinaría lo que soy en casa…
Esta es mi vida: yo digo o hago algo que no le gusta, él me pega, me grita, me insulta, me escupe, me humilla, me ignora o todo junto. No deja marcas.  Externas.
Primero, lloro, después me obligo a tranquilizarme rápidamente para no empeorar la situación y yo le pido perdón. Sé que no tengo que hacerlo, pero lo hago. Trago mucha saliva antes de dirigirme a él y le mendigo.  Me ignora, eso me mata, disfruta verme sufrir, le hace placer humillarme. No me perdona en seguida, yo tengo que suplicarle numerosas veces y prometerle que no lo haré nuevamente, solo así él me hace el favor, entonces me calmo, sé que estaremos de "luna de miel" hasta la próxima vez, puede ser dentro de un mes, un día o un minuto: cuando él lo decida.
Los golpes duelen, uf, como duelen, pero esa humillación derrite mi alma y la hace desaparecer como si no existiera. No tengo orgullo, tengo miedo. Eso duele más.
Así vivo diecinueve años, cuatro hijos, ocho casas, decenas de fracturas, cientos de hematomas, miles de palizas, cero denuncias en la policía o refugio para mujeres
maltratadas pero millones de cuentos falsos que yo misma invento para ocultar la verdad.                     

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