jueves, 30 de diciembre de 2010

ROMPECABEZAS por SARA RAWICZ



Raúl Sanabria era hijo único.

Sus padres, Angelina, ama de casa y Francisco, militar, eran un matrimonio de mediana edad, sin mayor instrucción. Vivían en una linda casa con jardín en Villa del Parque. Cuando Raúl llegó a sus vidas, se mudaron a un departamento en el centro.

Raúl se crió acunado por el amor de sus padres; aunque cada uno lo manifestaba de manera diferente.

Angelina era tierna y cariñosa, un poco sumisa con su marido. Para ella, su hijo ocupaba el primer lugar; lo demás era secundario. Francisco, quería a su hijo, pero, consideraba que demasiado mimo a un varón lo hacía mariquita. De naturaleza violenta, muy seguido, la mano le volaba en una cachetada a su esposa. Fanático del fútbol, asistió a todos los partidos en los que Argentina ganó el Mundial.

Raúl era un hermoso niño de cabellos rubios ensortijados, tez blanca y ojos como el cielo; en contraposición a sus padres, de tez mate y cabellos oscuros.

Siendo pequeño comenzó a hacer toda clase de interrogatorios acerca de su persona. Preguntas, cuyas respuestas, generalmente quedaban flotando en el aire.

_ ¿Por qué todos mis compañeros del colegio tienen padres jóvenes y yo no?

_ ¿Por qué todos mis primos son morochos y yo soy rubio?

_ ¿A quién me parezco? _ ¿Por qué soy diferente?

¡Cuantas incógnitas! Su mente estaba llena de dudas. No se sentía parte de la familia. Su vida parecía un rompecabezas cuyas piezas no encajaban.

Su padre se opuso a que siguiera una carrera universitaria. Alegaba que los estudiantes iban a la Universidad para hacer política y que ésta era un semillero de revolucionarios. Mucho mejor era labrarse un futuro trabajando.

Tenía veintitrés años.

Le llamó la atención que en todo lugar al que iba, encontraba a la misma chica, rubia, de ojos azules y aproximadamente de su edad.

Un día ella lo abordó.

_ ¡Hola! Me llamo Silvia Rubinstein y quisiera hablar con vos. ¿Es posible?

_Si, no hay problema, yo soy Raúl Sanabria… Se quedó absorto observándola… Le pareció estar mirándose en un espejo.

Sin titubear y sin rodeos, Silvia le contó toda la verdad. Eran hermanos; él nació en cautiverio; su nombre debía ser Martín, por deseo de su madre.

Raúl quedó pasmado. Quiso huir. Pero como atraído por un imán permaneció inmovilizado. Silvia siguió hablando y desplegó ante él una serie de fotografías familiares. Le parecía increíble el parecido que tenía con todos. Se sintió parte de ellos.

Mientras la escuchaba, fue encontrando las respuestas que durante tanto tiempo había buscado. Poco a poco, fue armando el rompecabezas de su vida.

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