lunes, 13 de diciembre de 2010

EL PERCHERO por LILIANA OSTROVSKY



Pip pip, pip pip, pip pip, pip pip. El despertador me sacude. Comienza un nuevo día.

Me levanto, mi trabajo me espera, soy empleado en una fábrica de colchones.

En el baño, frente al espejo, me miro y pienso: “otra vez la rutina “. Le hago frente.

Me alegra saber, que en el comedor, ya está mi familia. Mis hijos, me atienden. Me siento satisfecho. Los eduqué bien, saben lo que es el respeto por el padre. Son obedientes y serviciales. Y ella, mi mujer, tiene bien claro lo que necesito, siempre se adelanta a todo, no tengo que decirle nada. Es como un perchero, todo ordenadito. Tengo todo servido. Salgo a la calle. El ir y venir de la gente, los empujones, los ruidos, el tránsito, me despabilan. Somos muchos los que viajamos en el mismo horario.

Algunos me ceden el paso, debo llegar a mi empleo. Cuando entro a la fábrica, hasta el ascensor me espera, pero pago un precio: trabajo en el último piso, los demás bajan antes, y, a mí me toca cerrar la puerta oxidada. Daría cualquier cosa porque otros lo hicieran por mí. Me dirijo a mi sector. Allí está ella, mi fiel compañera. Siempre llega antes que yo. Nos entendemos con solo mirarnos. Es atenta e incondicional, sabe de mis gustos y necesidades, es muy complaciente. No hace falta hablar. Suena el teléfono.

Es mi jefe. _Venga rápido a mi oficina. Salgo corriendo. Él no está. Enseguida se escuchan sus pasos firmes por el corredor. Entra, me mira. _Extienda los brazos.

Cuelga los carteles. Yo, voy leyendo. Aún así, él grita: ocúpese de los pedidos, de los proveedores, haga los llamados, revise mi agenda, vaya a la tintorería por mi traje, limpie mi escritorio, tráigame café.

Es una máquina.

Sí sí sí, estoy para servirle, ¿algo más?

Silencio.

Mientras me doy vuelta, pienso: “ahora, el perchero soy yo”.

Me usa y lo dejo.

Me aplasta y me dejo.

No me importa.

Tengo el empleo.

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