–Oh, mi inspiración ha muerto, si es que alguna vez la tuve– dijo un aspirante a escritor.
Cada día amanecía sintiéndose capaz de escribir su mejor libro, pero no, después de su primer y único cuento nunca logró redactar ni un solo párrafo. En un comienzo, intentó trabajar siguiendo severamente las rutinas que lo llevaron escribir esa historia sin obtener resultados concretos. En una segunda etapa pensó en realizar las mismas actividades diarias alterando su orden cronológico. No funcionó. Relacionó su imposibilidad con el stress, vacacionó en una isla del Caribe y... nada. Caminó perdido por las calles buscando algún tema para contarle al papel y sólo consiguió captar alguna que otra palabra que no parecía tener relación con ninguna en el universo. Su frustración se tornó obsesión, necesitaba escribir. Las frases, oraciones, puntos, comas se acumulaban en su abdomen hinchándolo y se le atascaban en la garganta al salir. Definitivamente yo estaba atorado en un laberinto de letras buscando la salida.
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