jueves, 25 de marzo de 2010

UNA CRONOPIA EN NEVE ZEEV* por David Adelson

(la consigna, un relato cuyos personajes hagan recordar a los famosos cronopios y famas del gran Julio Cortazar)



Sarita adoraba salir a la calle. Fuera para pasear o acompañando a su madre en las compras. Siempre encontraba un motivo de diversión y alegría. Los árboles  de las aceras, allí en Neve Zeev, que abundaban también dentro de los predios privados. Las ligustrinas o, incluso, las cercas que las protegían. Todo constituía un conglomerado de juguetes, que la aguardaban impacientes mientras ella se aburría en casa. A Sarita se le daba por sostener diversos diálogos con plantas, árboles, cercas, personal de limpieza de los edificios e, incluso, los objetos mismos de la limpieza. A cada cual –según la personalidad que ella veía- la trataba y le hablaba de una manera diferente. Su madre, Sara, se fastidiaba con esas iniciativas de su hija fuera de casa. Allí no podía gritarle como en el hogar, cada vez que le afloraba alguna actitud creativa. Entonces, solía soportar –con los labios fruncidos, habitualmente aunque la sostenía fuertemente con la mano- lo que  consideraba desplantes de su pequeña, nacida allá en Córdoba Capital donde llegó a la separación con su marido, un insoportable actor de teatro que sonreía y era feliz, pese a las situaciones de adversidad que le tocaron vivir en no pocas ocasiones. Sarita parecía haber heredado el temperamento paterno aunque el rompimiento se dió cuando ella apenas había cumplido el año, luego de lo cual hicieron "aliah", alejándose de todo aquel ambiente lleno de incómodas e irritables informalidades incluyendo esa horrible melodía autóctona que tarareaba todo el mundo por las calles. Hoy, sin embargo, Sarita –apenas cruzado el umbral del edificio, rumbo a la calle- no se le dió por ensayar diálogos con sus amistades fijas y permanentes, ahí en Johana Yabotinsky. Llevaba puesto un vestidito verde terminado en graciosas borlitas, que se balanceaban conforme ella acompañaba a su madre al "Supermarket". Sarita reparó en ello y se le ocurrió que podía balancearse de manera que esas borlitas bailaran  a dferentes ritmos. Asi, comenzó a ensayar diversos movimientos mientras caminaba y miraba hacia los bordes del vestidito. Como su madre, que ni la miraba, no había variado la presión de la mano durante la caminata –signo de estados de ánimo inconvenientes para la pequeña- ella se animó a danzar a  medida que iba cambiando, para darle el movimiento que quisiera a las diminutas redondeces, lo cual le resultaba divertido en extremo. En un momento dado, se le ocurrió poner música a esos vaivenes. Y entonces se puso a tararear lo que le saliera, improvisando. No bien se animó a subir el tono de voz, de acuerdo con las cadencias que lograba dar a sus pequeños amiguitos danzarines, le llegó desde lo alto el vozarrón iracundo de Sara: "¡Callate, carajo! ¡De dónde sacaste esa melodía de mierda que cantaba la Mona Giménez!"
* Neve Zeev: barrio de Beer Sheva, Israel

No hay comentarios: