(la consigna, elaborar un relato a partir de: En Prusia durante el año 1876 las más cultas señoras y los más distinguidos caballeros compraban sangre de los ahorcados para convertirlo en un brebaje rejuvenecedor).
"El secreto de la eterna juventud está irremediablemente perdido..."
La frase, claramente escrita en el informe, bailó unos minutos dentro de la afeitada y pulcra cabeza de Gustav von Rauffenstein. Sin duda esa irremediable pérdida era lamentable. Y eso no le pasaría desapercibido al Reichscanceller Otto von Bismark a pesar de que el caso del medio hermano del Kaiser Guillermo I hubiese sido totalmente develado. Tendría que enviar el informe completo a su Majestad y, por supuesto, al propio Canciller de Hierro. "Quid pro quo", se dijo para sus adentros mientras se rascaba la calva, inclinado a su mesa de trabajo.
Rauffenstein, oficial de carrera del Ejército Imperial Alemán –prusiano de pura sangre y descendiente de la nobleza de Berlín- dirigía ahora al temible y eficaz servicio secreto del Reichstag. Había recibido una orden directa de Bismark –esclarecer el paradero del medio hermano del Kaiser, Enrique de Hohenzollern, desaparecido hacia 10 días, sin dejar rastros- y cumplió cabalmente con esas directivas. Y de paso se enteró de la pérdida del secreto de la eterna juventud, que estaba en posesión del príncipe Enrique. Bien, prepararía cuidadosamente su informe, adjuntando el mensaje final de la fuerza de tareas creada a ese efecto. Pero antes daría un uso práctico y personal a parte de la información obtenida: tras ajustarse el monóculo alzó el teléfono y se comunicó con su ayudante: "Escúcheme Karl -le ordenó- suspenda para mañana por la mañana mi pedido de compra de sangre de ahorcados. Y si usted también viene haciéndolo para rejuvenecer a su familia, acepte un buen consejo: esa sangre, que mezclan en las sacristías con agua bendita, no tiene ningún efecto real en las personas. Por más fórmulas que le den para preparar el Brebaje Rejuvenecedor, ¿me entiende? Es una engañifa y es tirar el dinero. Sé lo que le digo". Pero no le aclaró que el engaño era autoría del príncipe desaparecido, para ocultar el verdadero secreto de la eterna juventud.
Diez días atrás, Rauffenstein comparecía en el despacho del Reichscanceller ante un adusto, severo y seco Bismark quien le ponía al tanto del caso y le exigía soluciones en no más de dos semanas. Allí empezaba su corta, intensa e infernal travesía por un mundo que lo toparía con seres extraños, estrambóticos algunos, de pesadilla otros, hasta llegar a la solución del misterio. Después de aquello, de haber conocido, por caso, a esos pequeños seres verdes que transpiraban todo el tiempo y que si no estaban riendo, lloraban, lo convertirían a él en un hombre completamente diferente y atípico para su clase social, capaz de gritarle desaforadamente a su mujer para que se dejara de estupideces con eso de comprar sangre de ahorcados –aunque los Stauffenstein quedaran como unos ignorantes y "demodé" en el ambiente de la nobleza- y que más valía gastar el dinero en ir a presenciar el estreno del Anillo del Nibelungo que Richard Wagner daría en Bayreuth, inaugurando su Teatro de Opera.
Antes de eso, y poco después de abandonar la Cancillería , cancelaba todas sus actividades programadas incluyendo la eventualidad de no retornar por varias noches a su mansión en las afueras de la capital y se dedicaba a formar el grupo de tareas. Convocó a sus más finos sabuesos –el pedrigee del pedrigee- a los que sumó su mejor trio de mastines, de mandíbulas poderosas. Luego, los lanzó al terreno a obtener resultados. Ni siquiera precisó cebarlos. No mucho después llegaban los primeros resultados. Naturalmente, no se olvidó de dejarle a Karl el encargo de comprar sangre y hacérsela llegar a su mujer Hilde. Tres días después, y ya con dos muertes sangrientas, su equipo logró una pista importante: logró interceptar una carta del príncipe Enrique –todavía en el correo- destinada a un ex amante bávaro. Y uno de los muertos presentaba una rareza: tenía sangre de color verde, al igual que su breve contextura física. La fuerza de tareas, que envió el cuerpo a Berlín, le informó que se trataba de un cronopio. Al parecer esos entes tenían encono hacia gente como el medio hermano del Kaiser y lo llamaban despectivamente "fama". Pero por allí empezó a develarse el misterio. La carta, por otra parte, era agraviante en algunos aspectos hacia la figura de su Majestad Guilllermo I, y hasta podía ser tomada por el inicio de una tentativa de conspiración. Bismark tuvo razón cuando le dijo que ése era un asunto de Estado de la máxima importancia. Desde luego, había llegado el momento de trazar hipótesis con los datos reunidos. ¿Era una revancha de los franceses por la humillante derrota que les había infringido la confederación prusiana 5 años atrás, en 1871? El había participado en importantes tareas de inteligencia en aquella feroz y sangrienta guerra en la que Prusia se unificó, generó el Estado Alemán y arrebató Alsacia-Lorena a Francia. ¿Serían ellos parte de la conspiración para –utilizando el medio hermano del Kaiser- desestabilizar a la naciente Alemania a modo de revancha? Aparte, se le había informado que un judío llamado Van Helsing, oriundo de Inglaterra, estaba tras los pasos del príncipe Enrique junto con un ayudante de igual nacionalidad. ¿Era el servicio secreto de su Majestad Británica el que estaba operando? ¿Y con qué objeto? ¿Cuál era su finalidad? También debilitar al naciente reino alemán? ¿O, en cambio, los aliados de Rusia o Austria tendrían su propio juego, habida cuenta de que los Habsburgo particularmente parecían querer predominar en su alianza con los Hohenzollern? ¿Y, además, por qué parecían estar involucrados esos enanitos verdes, que provenían según sus informantes de un lugar tan incivilizado y salvaje como Sud América? ¿Tal vez porque, como se decía, gustaban de la carne y sangre humanas? El caso era un rompedero de cabeza y él no podía excederse de los 15 días para aclararlo todo...
Una primera inspección del castillo del príncipe Enrique –totalmente deshabitado y sin servidumbre- descubrió a los ojos de los pesquisas que la enorme y sólida edificación parecía un lupanar de lujo. Predominaban las penumbras, los candiles con velas exóticas, los tonos rojos fuertes en muchas de sus salas y habitaciones, y unos pesados cortinados color carmesí y negro cubrían las ventanas. Se percibía, además, un aroma extraño e indefinido, aunque algo sensual. Se encontró allí un par de amplias colecciones: una, de látigos e instrumentos de tortura. La otra, una asombrosa colección de animales disecados, incluyendo a un ser humano. Además, faltaba de su estante una guillotina portátil –ese sangriento instrumento de muerte de la salvaje plebe revolucionaria francesa- y se hallaron indicios de que su morador había despachado recientemente una carta a Baviera. La fuerza de tareas logró interceptar la misiva y detener al empleado que la había gestionado, uno de esos desagradables pequeños entes verduzcos, que pronunciaba mal las palabras en alemán. Inmediatamente fue interrogado con métodos para la rápida obtención de información, los que dieron resultado pero tambien devinieron en el fin del enanito. Así se obtuvieron los primeros datos entre los que se destacaban los contenidos en la carta y la información del pequeño cronopio que revelaba un viaje del príncipe al oriente europeo. La misiva, en tanto, por sí, ya suministraba y confirmaba otras pistas. Decía en algunos de sus párrafos: "¡Maldito Helsing! No sólo me descubrió. También ahora se dedica a sabotearme y está acosándome. Y el estúpido de mi medio hermano, el "Kaisersito" no me presta su ayuda. Ni aun cuando yo sea mayor que él, que me deba respeto y humildad, y se sepa que era a mi a quien correspondía ejercer el reinado en Prusia. Yo también soy un Hohenzollern, como el mejor, y estoy tan o más capacitado que Guillermo para gobernar e incluso regir el mundo. ¡Lo mio habría superado mil veces al Sacro Imperio Romano Germánico! Pero no, estimado Franz, Guillermo no lo reconoce. Ni iba a hacerlo. Quizás por eso estoy solo ahora, a merced de Van Helsing. Si él no hubiese existido, yo habría durado mucho, muchísimo más que Guillermo, y habría alcanzado el trono de la Prusia unificada. Mi juventud se mantendría en tanto que Guillermo se haría anciano hasta llegar a la muerte. ¡Tal vez por eso no me auxilia! ¡Él quiere reinar, cueste lo que cueste! Creo que simula no creerme cuando le digo que los Hohenzollern, bajo mi dirección, podrían llegar incluso hasta la inmortalidad. ¡Guillermo o es un estúpido o un maldito traidor de su estirpe! "Por lo pronto, mi truco de la sangre del ahorcado ya no funciona más. No se puede aprovechar esa disponibilidad pública, gracias a ese judío inglés que ni siquiera tuvo empacho en conversar con la jerarquía eclesiástica para sabotear mi plan. Franz, por el recuerdo que nos une, te pido me creas y me comprendas. No vale ya la pena esta vida. He decidido irme a la morada de mi mentor y verdadero hermano mayor, del que estabas injustamente celoso, él fue sí un verdadero hermano, aunque no de sangre, pero mucho más genuino que el estúpido de Guillermo. De él y del imbécil que dirige la Cancillería y que lo maneja a su antojo. Parto hacia el este, hacia la tumba donde nunca debió reposar Tepes, mi ilustre y amado hermano iniciador..."
Stauffenstain había escuchado alguna vez, lejos ya y hacía tiempo, del Conde Vlad o Vladimir, una de las estrambóticas relaciones del Príncipe Enrique, él también –desde luego- estrambótico, amante de las ciencias esotéricas y algo extraviado en lo mental. Y quizás por eso de vida preferentemente nocturna como su amigo Vladimir. Para poder ubicarlo, entonces, pidió el auxilio de la Ojrana, la policía secreta del Zar, que podía barrer el terreno comprendido desde el oriente de Prusia, Rumania, la zona búlgara hasta el mismísimo Moscú y también más allá. En algún punto de esa extensa zona debía de estar Enrique de Hohenzollern. Y el Zar, un gran aliado de Prusia, no dudó en distraer a la Ojrana de su principal tarea en aquél entonces: difundir un libelo creado por ellos, el manifiesto de los Protocolos de los Sabios de Sion por todo el territorio ruso. Y asi, con un trabajo en conjunto, sus policías y los del Rey de todas las Rusias, lograron resultados mucho más rápidamente de lo esperado. Así fue que pocos días más tarde llegó el que sería, virtualmente, el informe final de su equipo, con el título de "Caso esclarecido. Solicitud de instrucciones adicionales". Con ello –y a diez días de su comparecencia ante Bismarck- Stauffenstein comenzó a relajarse suspirando hondo; se sirvió una copita de "shnaps" y se dispuso a leer el informe. Este, decía: "De: Grupo de Tareas Odin. A: Dirección General de Seguridad del Reich. Asunto: Operativo Hermanastro. Sin Copia. Alto Secreto. "Herr" Gustav: Me complazco en informarle que fue esclarecido el caso de nuestro amado Principe aunque debo informarle con pesar que él ha fallecido. Sin tener cien por cien de seguridad, nos encontramos en tareas de verificación, puedo afirmarle que se trata de un suicidio que fue cometido con una guillotina portátil que "Prinze Heinrich" llevaba consigo. También pudimos interrogar a un judío inglés y a su ayudante que iban tras los pasos de nuestro querido soberano con el objeto de darle muerte. Sin embargo, ese duo logró escapar de nuestra custodia y al parecer retornó a su país de origen, para lo cual he dispuesto un operativo que se realizará si es que Ud. lo consiente. Mientras tanto estos son algunos de los detalles que preciso informarle: el príncipe había alcanzado la capacidad de la inmortalidad y de la posesión de la eterna juventud debido a las enseñanzas de su mentor, el Conde Vladimir Tepes, de la estirpe Dracul de Transilvania. En el castillo de dicho conde se dió muerte nuestro amado príncipe y con él –según hemos podido verificar- se perdió irremediablemente el secreto de la eterna juventud. Dicha pérdida, de paso sea dicho, provocó la alegría de los ingleses Abraham Van Helsing y Jonathan Harker, quienes al parecer años atrás ultimaron al Conde Vlad en su propio castillo y cuyo detallado conocimiento, de habitación por habitación, les permitió escaparse de nuestra custodia. De ellos supimos, sin embargo, que lograron convencer a nuestra jerarquía eclesiástica para que obligara a los vendedores de sangre de ahorcado a mezclarla con agua bendita –so pretexto de incurrir en pecado y por tanto acreedores a la excomunión- pero en realidad su objetivo consistía en frustrar su ingesta en estado puro, que era el elixir de la eterna juventud para seres que previamente hacian una transformación vital y orgánica como la realizada por "Prinze Heinrich". Dicha transformación se ha ido con nuestro amado soberano. Respecto de los ingleses, ordené a Kurt y a Erwin a dirigirse a Londres y contactar a cuatro asesinos del Soho y a preparar la eliminación del judío y de su ayudante. Con ello creo que nuestra misión estaría terminada. Además le estoy enviando las cenizas del Príncipe. Encontrándome a la espera de sus instrucciones finales saludo a Vuestra Excelencia. ¡Larga vida al Kaiser! ¡Viva Alemania! Firmado: Reynhard H. Responsable de Fuerza de Tareas Odin". Stauffenstain, luego de pedir la suspensión de la compra de sangre de ahorcado a su ayudante, redactó el informe para su Majestad y para el Reichcanceller, utilizando cuidadosamente cada palabra. También recomendaba un ascenso para el mayor del cuerpo de Húsares Reynhardt H. –quizás la dirección de la policía de München- y se preguntó cuál sería el pensamiento de Bismark sobre la pérdida de ese secreto que podría haber catapultado a la nobleza prusiana a la cabeza de toda Europa. ¿Tendría reparos morales en convertir a los miembros de la clase dirigente alemana en una especie no humana sino en una variedad de vampiros dominadores? Decidió que se lo preguntaría con mucha diplomacia a la mañana siguiente cuando concurriría personalmente a la Cancillería. E , igualmente, decidió seguir relajándose y pasar nuevamente la noche en su despacho. A la mañana siguiente retocaría, si hacía falta, el informe. Pero ahora, se bebería otra copita de "shnaps" y luego mordisquearía una morcilla húngara acompañándola de un vaso de vino del Rhin, una pizca de azúcar impalpable y dos medidas enfriadas de jugo concentrado de tomate.
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