En el verano se sentaban al fresco. Descansaban, charlaban y se reían.
Justamente por eso se fueron a las afueras de la gran ciudad, para disfrutar del aire libre, del silencio y la paz del lugar. A veces también venían los vecinos: Julián y Clara, el matrimonio de al lado. Los cuatro se llevaban bien, Daniela servía un jugo y Pablo cortaba las frutas. Pablo y Daniela se amaban apasionadamente, amor de los primeros años de matrimonio, amor de antes que llegaran los hijos, amor intenso. Un día Pablo vio que la mirada de Daniela se cruzó con la de Julián. Sospechó. Al atardecer siguiente, cuando llegaron los vecinos abrió una sandía con un gran cuchillo. La sandía crujió y salpicó el piso… Ellos siguieron riéndose. Los ojos de Daniela no mentían, las risas sí…
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