viernes, 8 de julio de 2011

SOÑADORA por LUIS GOREN

                                  


Cuando la vi, estaba sentada, con el libro en el regazo, y los ojos abiertos, con la mirada perdida, sin ver nada de lo que pasaba a su altededor; miraba un mundo propio de sueños e ilusiones, pensé, que la llevaba muy lejos del banco donde se hallaba sentada ¿Qué maravillas se ofrecían a tu paso? ¿Qué derroches de amor? ¿Qué alegrías? ¿Qué Universo maravilloso se presentaba ante tu mirada, chica del parque? ¡Qué no daría por poder penetrar en tu Universo personal, y escapar por unos instantes del prosaico quehacer diario.

Mientras me alejaba, alcancé a divisar el libro, que cual mudo testigo, seguía ofreciendo a la Soñadora sus páginas no leídas.

jueves, 7 de julio de 2011

DIME PORQUE... por TOLO BINDER

Los árboles centenarios que rodeaban la glorieta del parque, abrazaban a Laura con su sombra protectora.
Casi dos meses ya que había elegido ese lugar para pasar largas horas en solitario.
Su madre la acompañaba de camino a la casa en que trabajaba, le dejaba su pequeña mesa plegable y ella en el banco habitual, buscaba la paz que se empeñaba en esquivarla.
Lentamente abría su libro y buscaba la página deseada, una ceremonia que no por repetida la libraba del temblor de todo su cuerpo.
Mientras la ejecutaba reconocía los olores, los ruidos y las vibraciones de su entorno.
Seguramente un observador distraído, creería ver en ella a una agradable jovencita que con un libro abierto en su mesa, no prestaba atención al mismo.
La dolorosa realidad de Laura era que con su mirada perdida en la nada, recorría con sus pequeños y frágiles dedos una y otra vez (así cientos de veces) la pequeña esquela pegada por ella, en la contratapa de su libro favorito, en la que Marcos sin explicaciones le decía adiós definitivamente.

miércoles, 6 de julio de 2011

MARIELA por AIDA REBECA NEUAH

Cosmos 3 | Cuadro
Cada uno viaja como quiere. Algunos en auto, otros a pie, hay quienes lo hacen mirando tele y hay quien, como Mariela, lo hace leyendo un libro. ¿Qué cómo es la cosa? Les doy un ejemplo amables lectores. Supongamos que la niña quiera ir a la luna, si… escuchó bien…la luna, preste atención que la criatura sabe lo que hace. Pide permiso a su mamá, se viste con ropa cómoda para el viaje y  va a la biblioteca. “Señorita Jacinta, quiero conocer la luna” le dice a la bibliotecaria. Ésta, acostumbrada, le da un listado  con varias opciones. Marielita elije entre los nombres después de un análisis detallado de las posibilidades. De Tin Marín de Don Pingüé, Cúcara, Mácara, Títere fue, yo no fui, fue Teté, pégale, pégale que él fue. Ahora supongamos que sale elegido De la tierra a la luna de Julio Verne, bien, con el libro bajo el brazo la niña enfila para la placita de enfrente “La plaza Irlanda” y se sienta en algún banco que este desocupado.
Viajar cada uno viaja como quiere. Algunos en auto, otros a pie, hay quienes lo hacen mirando tele y hay quien como Marielita, lo hacen leyendo un libro. ¿Qué cómo es la cosa? Ésto tiene su técnica, primero agarra el volumen y con mucha delicadeza lo acaricia, lo saluda, se presenta y le explica lo que quiere: visitar en este caso el satélite natural de la tierra, la luna. Cumplida la primera etapa de conocimiento mutuo, la niña le pide al libro que la lleve. Ojo, de ninguna manera es un pedido fácil, ella tiene que hacerlo desde el fondo mismo de su alma, donde habita el núcleo central de sus deseos más íntimos, también debe expresarlo en una afirmación positiva en tiempo presente. ¿Qué cómo seria eso? Una papa, Marielita diría… querido libro, en este momento, aquí y ahora me estás llevando a conocer la luna. Créame señor lector, a la niña le funciona. Tiene muchos paseos en su haber, estuvo en indonesia, en Japón, en la China y en Lemuria. ¿Qué me sigue sin creer? Apróntese entonces alguna tarde después de la escuela en la placita Irlanda, esa que está frente a la biblioteca y véala a Mariela sentada en un banco con un libro en la falda, sin pasar ni una sola página, con cara de estar visitando el mundo.

viernes, 1 de julio de 2011

UN DON MUY ESPECIAL por GABY SZUSTER

Agustín tenía un don especial. Era algo inexplicable, increíble. Y lo descubrió cuando tenía cinco años. Estaba sentado en el carrito de compras, en el supermercado con su mamá, cuando de repente ésta comenzó a llamarlo. Se había agachado un instante a tomar un  producto y cuando volvió a mirar su hijo ya no estaba. Al principio no entendía nada, el seguía sentado en el mismo lugar, y su madre gritaba cada vez más desesperada. De pronto ella lo retó y le dijo que no podía darle esos sustos. Esto hubiera pasado desapercibido si no hubiera descubierto que él podía volverse invisible a voluntad. Comenzó a prestar atención y comprendió que juntando ambas manos, como rezando, podía “desparecer”, y tocándose la oreja izquierda se hacia nuevamente visible. Apreció las ventajas de este poder y así, podía desaparecer cuando la maestra tomaba la lección y él no había estudiado, dejando a los docentes más de una vez restregándose los ojos, o cuando iban perdiendo un partido de futbol haciendo “caer accidentalmente” a sus adversarios en el medio de la cancha, o ya cerca del arco, sacando la pelota si el arquero no había podido impedir el gol. Era un don por demás conveniente. Y adictivo.

Ya de grande conoció a Marisa, y se enamoraron a primera vista. Cuando el le contó su poder ella quedó absolutamente maravillada, pero ocurrió algo que sorprendió a ambos. Por más invisible que pudiera ser para todos, no lo era para Marisa, ella podía seguir viéndolo. Era común verlos, en restaurantes, consultorios médicos, mientras ella parecía ante los ojos de todos una loca que hablaba sola, y el se hacia invisible. Esto, que tanto divertía a Agustín que lo hacia a menudo, llevó a Marisa a tomar la decisión de separarse, ya que el mundo comenzaba a pensar que estaba loca.
A Agustín no le importaba, y como se divertía sobremanera, seguía apareciendo y desapareciendo en la vida de Marisa.
Marisa pensó que ya tenia suficiente y cuando conoció a Gustavo, sintió que el era la llave para su problema. Pero Agustín no se dio por vencido.
Una noche, Gustavo y Marisa decidieron pasar una cena romántica, cenaron en un hotel de lujo y luego subieron a una habitación. Todo marchaba a la perfección. Mientras Gustavo besaba a Marisa en el cuello, y le desabotonaba la blusa, ésta comenzó a agitar los brazos, como espantando una mosca. Gustavo seguía ocupado en lo suyo, cuando Marisa comenzó a chistar y hacer muecas extrañas con la cara. Gustavo se preocupó. Marisa nerviosa y alterada comenzó a llorar, angustiada. Gustavo le pidió disculpas y se fue, pensando que no estaba para salir con locas.
Agustín disfrutaba el momento, y le susurró a Marisa al oído, mi amor, somos el uno para el otro, ¿no te diste cuenta todavía?