Madrid, 20 de abril de 1951
Querido Antonio:
Se que no
debo, pero aún así no puedo evitar imaginarte, soñarte, pensarte… Cierro los
ojos y veo tus dedos recorriéndome la piel, siento tus besos quemándome los
labios…
Duele pensarte. Verte. No tenerte.
No sentirte. Recordarte.
Cuando nos encontramos todo mi
cuerpo quiere correr a refugiarse entre tus brazos, a sentarme a tu lado,
acurrucada, aún en silencio, cerca tuyo, pegados. Acariciarte, besarte. Sentir
nuestras almas conversando sin palabras, una comunión única de dos seres que se
aman.
No entiendo las reglas del juego,
ni quien reparte las cartas. No comprendo porque la suerte está echada y nada
podemos hacer para cambiarla.
Me pregunto cómo seguir, y no
encuentro ninguna respuesta. La sociedad tiene sus reglas, que debemos acatar
aunque no las entienda. Lo sé. Ese no es consuelo alguno, al contrario es el
motivo que hace hervir mi sangre.
Necesitaba que supieras que a
pesar de todo te sigo soñando, pensando, amando.
Un amor que no te olvida,
Margarita.
Toledo, 10 de junio de 1951
Estimada Margarita:
Al leer tu carta, sentí
tu voz emanando de la tinta, el papel cobró vida entre mis manos temblorosas.
Entiendo cada una de tus
palabras, cada dolor, cada frustración. Los caminos del destino nos son
incomprensibles la mayoría de las veces, no tengo las respuestas que buscas.
Cuando la misma angustia que desprenden tus
palabras me envuelve también a mi suelo
pensar que debe haber otra vida, otro
espacio, otro cielo bajo el cual algún día podremos vivir nuestro amor
libremente. Tal vez sea infantil, tal vez ingenuo, pero eso me permite seguir
respirando.
Sigue tu vida, alma mía,
que en algún lugar, algún día, nos encontraremos, y ya nada ni nadie impedirá
que seamos quienes somos, dos seres que se aman, más allá de los tiempos, más
allá de la vida, más allá de todo…
Tuyo,
Antonio
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