domingo, 17 de junio de 2012

Angeles Gabriela Szuster


A don Borja le gusta montar en bicicleta. Un día mientras circulaba por las calles del pueblo tuvo un accidente a causa de un coche que viajaba a gran velocidad.
¿Está usted bien?, ¿cómo está?,  ¿qué ha pasado?,… ¡llamen a una ambulancia!...- decían quienes se acercaban a él.
¿Cómo es posible?- decía el panadero del pueblo que salió en su ayuda.
¿A quién se le ocurre ir tan deprisa?- añadió la frutera.
No se preocupe… llamaremos a su familia- tranquilizaba la farmacéutica.
Todos reunidos alrededor de don Borja, no vieron llegar a Ángeles, hasta que puso sus manos sobre la pierna herida. Se hizo un gran silencio. Los vecinos asentían temerosos de pronunciar palabra. Cuando don Borja quiso incorporarse todos acudieron a ayudarlo. Don Borja se sentía increíblemente bien, incluso mejor que antes del accidente y cuando buscó con la mirada a Ángeles para agradecerle, ésta ya no estaba.
Los vecinos no terminaban de acostumbrarse  a estas apariciones tan repentinas, y desapariciones misteriosas, pero hacia un tiempo que ocurrían. Estaban contentos, no sentían miedo, al contrario, se sentían agradecidos y en deuda con ese ser angelical que aparecía a curar a los enfermos,  aliviar los dolores,  calmar las angustias… Siempre ocurría igual, aparecía misteriosamente de la nada y desaparecía  de la misma manera.  Nadie sabía quién era ni donde vivía, por eso la llamaban Ángeles.
El fenómeno comenzó a trascender las fronteras del pueblo llegando a los oídos escépticos de Esteban, un joven periodista de la Capital que decidió ir él mismo a ver de qué se trataba. Llegó muy temprano al pueblo una mañana de verano que prometía ser calurosa. Esteban fue a la única panadería del pueblo, recibiendo la cálida bienvenida del panadero, don César. Pronto comenzó a reunir la poca información que éste podía darle, lo mismo sucedió con Flora la farmacéutica, Mercedes la frutera y todas las personas con las que dialogó. Necesitaba una historia más contundente y se sentía frustrado. Pensó simular un accidente, pero pronto desechó la idea… Se sentía perdido, ofuscado, malhumorado, ensimismado en sus pensamientos, no vio un pozo poco profundo en la mitad del camino, tropezó y cayó. Estuvo allí tirado un buen rato, maldiciendo su mala suerte. Trato de levantarse sin éxito, hasta que un paisano lo vio,  pronto llegaron los demás vecinos a ayudarlo.
¿Está usted bien?, ¿cómo está?,  ¿qué ha pasado?,… ¡llamen a una ambulancia!...- decían quienes se acercaban a él.
¿Cómo es posible?- decía el panadero del pueblo que también llegó al lugar.
¿Por qué camina tan distraído, buen hombre?- añadió la frutera.
No se preocupe… llamaremos a su familia- tranquilizaba la farmacéutica.
Todos reunidos alrededor de Esteban, no vieron llegar a Ángeles, hasta que puso sus manos sobre  él. Se hizo un gran silencio. Esteban  se sentía increíblemente bien, incluso mejor que antes del accidente y cuando buscó con la mirada a Ángeles para agradecerle, ésta ya no estaba.
Quiso seguirla pero fue inútil, despareció sin dejar rastro. 

domingo, 10 de junio de 2012

Don Borja en bicicleta Nancy Echeverria Kuperman


A don Borja le gusta montar en bicicleta. Un día mientras circulaba por las calles del pueblo tuvo un accidente a causa de un coche que viajaba a gran velocidad. ¿Esta Ud. Bien?, ¿Cómo está?, ¿Qué ha pasado?,… ¡llamen a una ambulancia!... - decían quienes se acercaban a el.
¿Cómo es posible? - decía el panadero del pueblo que salio en su ayuda.
¿A quien se le ocurre ir tan deprisa? – añadió la frutera.
No se preocupe…llamaremos a su familia – tranquilizaba la farmacéutica.

¿Se le destornilló algo? –preguntó el tonto mecánico.
Yo le doy respiración boca a boca – se ofreció doña Violeta.
¡Unos masajes al corazón! – aconsejo don Patricio el relojero.
¿Quién iba a velocidad, don Borja? – averiguaba el tonto zapatero.
¡Se ha… muerto don Borja! - se corría la voz por el pueblo.
Don Borja tiene más vidas que un gato – decía un niño atento y no tan convencido de aquel garabato.
¿Alguien anotó la placa del coche? – averiguaba el inútil policía.
¿A quien dejará su fortuna? –  se preguntaban cuchicheando las hermanas Varela.
En que andaría pensando que no vio el coche llegando – susurraba el peluquero.
Yo apenas si lo conozco – dijo cual sorprendida en falta la costurera.
Le daré los santos oleos – pronuncio el cura.
¡Pero si don Borja es ateo! – gritó don Timoteo.
A que no sale de esta – eran las apuestas.
¡Consigan una camilla! - gritaba doña Consuelo.
¡Piquito de oro, mi ruiseñor en bicicleta! – Le llamaba doña Anacleta.
¡Don Borja… no se me muera…! – gritaba entre sollozos la profesora Enriqueta ante el sorprendido marido.
Parece que don Borja gusta montar no solamente en bicicleta – chismoseaban dos  vecinos.
Se levantó don Borja del suelo y furibundo grito: ¡Cara…jo!... ¿Es que en este pueblo uno no se puede morir en paz? Pronunciadas estas palabras cayó don Borja de bruces para no levantarse más.

miércoles, 6 de junio de 2012

Pueblo chico infierno grande Luis Goren


A don Borja le gustaba montar en bicicleta. Un día mientras circulaba por las calles del pueblo tuvo un accidente a causa de un coche que viajaba a gran velocidad.
          ¿Está Usted bien? ¿como está? ¿Que ha pasado?...llamen a una ambulancia... ---decían quienes se acercaban a él. ¿Como es posible?---decía el panadero del pueblo que salió en su ayuda. ¿A quien se le ocurre ir tan de prisa?---añadió la frutera. No se preocupe... llamaremos a su familia---tranquilizaba la farmacéutica".
          Lo interesante del caso, es que este don Borja, no era uno de los personajes más queridos del pueblo, sino todo lo contrario. Montado en su bicicleta, pedaleaba por todos lados, llevando dimes y diretes, lo que lo convertía, en fuente de información "fidedigna", sobre todo lo que era importante saber       respecto a los habitantes del lugar.
          ¿Que hacían el hijo de fulano con la hija de mengano cuando era casi noche, en la tranquera a la salida del pueblo? Don Borja podía contarlo con lujo de detalles.      
          ¿Hacia donde dirigía sus pasos a las cinco de la mañana la frutera, cuando el marido viajaba con la chatita a traer mercadería fresca de la ciudad vecina? Era cuestión de invitar a don Borja con un vinito, y se recibía toda la información pertinente en el acto.
          ¿Por qué cuando el panadero lo tenía bien caliente al pan, tomaba una varilla larga y corria a lo de la farmacéutica, quien lo esperaba con la cremita preparada por si se había quemado? Era cuestión de conversar cinco minutos con don Borja y Ud. se enteraba de todo.
          Claro que con estos antecedentes, don Borja no era muy apreciado en el pueblo pero lo mismo todos corrieron a ayudarlo, para comprobar la realidad de su estado, y estar atentos para taparle la boca, por si se iba de la lengua. Como diría la farmacéutica, con conocimiento de causa y la aprobación de todos: "mas vale prevenir que curar".

domingo, 3 de junio de 2012

Los últimos instantes de la víctima Emilio Feler


Don Borja no se movía de la posición fetal en que había quedado después de ser embestido por el vehículo. No tocar al accidentado hasta que no llegue la ambulancia tenía sabido.
El parloteo de las gentes que lo rodeaban, y le quitaban el aire le molestaba, pero no tenía fuerzas para ahuyentarlos.
Buscó la bicicleta con la miraba. Era una especial, importada. Que sus buenos pesos le habían costado. Estaba tirada sobre la vereda, haciendo un ángulo recto con el buzón. Se la veía estropeada.
La boca se le llenó de algo húmedo y caliente. Escupió, era sangre. La cosa es grave pensó. El panadero se había olvidado de su panadería, y discutía el suceso con la frutera. La farmacéutica telefoneo otra vez a la ambulancia, que no llegaba.
La visión se le hacía borrosa, y ya no distinguía su rodado.
Qué pensaría el ferretero. Borja le pidió que no cierre el negocio y lo espere. Un papelón.
Porque no viene la ambulancia, lloriqueó para sí mismo, pues nadie le prestaba ya atención.
Para peor, a la tarde tenía hora con el otorrino, le tendría que decir a la mujer que le postergue el turno.
A su lado un hombre de traje que le pareció inmenso, debía ser el que lo atropelló pensó.
Se acercaba el sonido de una sirena policial, seguramente debía ser por él.
Mañana jueves venía su primo de la capital, de visita. Qué momento más inconveniente. Pero mañana no era jueves, sino martes, o miércoles. Se acordó del cuento Anaconda de Quiroga, en que un lanchero pasaba sus últimos momentos, tratando de precisar que día era, mientras una boa lo envolvía. Hizo un esfuerzo, es martes se dijo y expiró.

miércoles, 30 de mayo de 2012

El accidente que alteró aquella humilde aldea- Vera Raquel WIinitzky


A don Borja le gusta montar en bicicleta. Un día mientras circulaba por las calles del pueblo tuvo un accidente a causa de un coche que viajaba a gran velocidad. ¿Está
bien?.¿Como está?. ¿Qué ha pasado?,…Llamen a una ambulancia!...decían quienes
se acercaban a él.
¿Cómo es posible? – decía el panadero del pueblo que salió en su ayuda.
¿A quien se le ocurre ir tan de prisa? Añadió la frutera.
No se preocupe…llamaremos a la familia – tranquilizaba la farmacéutica.
La enfermera Pancracia llamó asustadísima, con urgencia, al vetusto hospital
pidiendo una asistencia. Don Borja sin conocimiento y caído en el asfalto tenía
toda la camisa ensangrentada.
Debemos llamar al hijo, dijo el anciano Braulio. Hace años que no se lo ve por
aquí .El teléfono lo tiene el viejo Ubaldo, que lo conoce desde que nació.
 Con estridentes bocinazos, llegaron los primeros auxilios, alterando la monotonía de todos los habitantes. Llevaron a Don Borja, junto a la farmacéutica Eulalia y a la
Enfermera Pancracia a la vieja clínica.
Hay que operarlo con urgencia.. Tiene una herida muy profunda y cortante en el hígado. La operación duró tres horas y las vecinas de Don Borja compungidas,
esperaban ansiosas.
En ese lapso, llegó un señor joven, bien trajeado que saludó muy seriamente. preguntando por Don Borja.  Era Nemesio su hijo, a quien habían llamado. Después de la espera angustiosa lo vieron salir de la Sala de operaciones muy pálido,
parecía muerto y fue llevado despaciosamente a terapia intensiva.
Todos muy tristes esperaban la palabra del cirujano.
El médico solo dijo: hay que esperar  24 horas para ver su evolución. El hijo muy
preocupado le preguntó si lo podía ver. Ahora no, mañana veremos.
Al otro día Nemesio se acercó a la cama de su padre moribundo, con lágrimas en
los ojos le decía perdón papá, soy abogado gracias a vos y hace años que no
te visitaba. No me alcanzará la vida para remediar esta ingratitud.
Don Borja, abrió lentamente los ojos y  al ver a su tan querido único hijo, se le
iluminó la mirada y le dijo temblorosamente : sólo con verte ya estás perdonado.
Ahora si, me puedo morir tranquilo.

lunes, 28 de mayo de 2012

Tumulto en el pueblo Sara Rawicz


A don Borja le gustaba montar en bicicleta. Un día mientras circulaba por las calles del pueblo tuvo un accidente a causa de un coche que viajaba a gran velocidad.
¿Está usted bien?, ¿qué ha pasado?,…¡llamen a una ambulancia!...---decían quienes se
Acercaban a él.
¿Cómo es posible?-decía el panadero del pueblo que salió en su ayuda.
¿A quién se le ocurre ir tan deprisa?_añadió la frutera.
No se preocupe… llamaremos a su familia –tranquilizaba la farmacéutica.

Don Borja nació y vivió siempre en el pueblo. Ese pueblo de casas blancas y flores en las ventanas, que nace en la colina y se extiende perezosamente hasta encontrarse con el mar.
Crecieron juntos. Don Borja gracias a su habilidad para los negocios, se convirtió en un acaudalado empresario. El pueblo, sin perder su fisonomía, se transformó en un centro turístico muy cotizado; en especial por la playa. Es así que hoy en día, a toda hora, circulan por sus estrechas calles infinidad de autos.
Esa mañana, como era habitual, don Borja salió a hacer el paseo en bicicleta; una turista lo hizo en su coche. Jovencita, principiante e inexperta, cuando se encontró con el ciclista de frente, se abatató; en lugar de frenar…aceleró y lo atropelló.
Pese al cabello entrecano y algunas arrugas que surcan su rostro, Don Borja conserva su porte atlético, buenos reflejos y agilidad. Por lo tanto la caída, a pesar del fuerte golpe, no fue importante.
No obstante, el hecho alborotó a los vecinos, de inmediato se formó una rueda a su alrededor. Muchos con la intención de ayudar, otros sólo para curiosear.
Felipe, el panadero salió todo enharinado para ver qué sucedía. Quedó atónito al ver a su amigo tirado en el suelo; de inmediato trajo una silla y ayudó a levantarlo. Estaba muy preocupado y aunque no decía nada sus ojos lo delataban, y sus manos que constantemente secaba con el delantal, mientras que por su rubicundo rostro corría la traspiración.
Juana, la verdulera, de mediana edad, afecta a la ropa de colores chillones, peinados extravagantes y siempre muy maquillada, no era amiga de don Borja, pero igualmente estaba muy indignada. A voz de cuello, en el mismo tono con el que promocionaba su mercadería, gritó su protesta contra los turistas que manejaban a mucha velocidad.
Al escuchar el estrépito también salió Laura, la farmacéutica. Era nueva en el pueblo y no todos la conocían, por lo que se sorprendieron al ver a una joven atractiva en el lugar de don Cosme, el viejo farmacéutico, muerto poco tiempo atrás.
Ella fue la única que en un momento tan preocupante mantuvo la serenidad. Se acercó a don Borja con un vaso de agua y un analgésico. Con dulzura le preguntó cómo se sentía y en qué podía ayudarlo. Ante el requerimiento de él prometió avisar a la familia.
De inmediato llegaron su hijo y nieto mayor. A pesar de las protestas de don Borja lo llevaron al hospital, para asegurarse que el accidente no tenía consecuencias.

viernes, 25 de mayo de 2012

Cartas de amor V Gabriela Szuster


Madrid, 20 de abril de 1951
Querido Antonio:
                                 Se que no debo, pero aún así no puedo evitar imaginarte, soñarte, pensarte… Cierro los ojos y veo tus dedos recorriéndome la piel, siento tus besos quemándome los labios…
Duele pensarte. Verte. No tenerte. No sentirte. Recordarte.
Cuando nos encontramos todo mi cuerpo quiere correr a refugiarse entre tus brazos, a sentarme a tu lado, acurrucada, aún en silencio, cerca tuyo, pegados. Acariciarte, besarte. Sentir nuestras almas conversando sin palabras, una comunión única de dos seres que se aman.
No entiendo las reglas del juego, ni quien reparte las cartas. No comprendo porque la suerte está echada y nada podemos hacer para cambiarla.
Me pregunto cómo seguir, y no encuentro ninguna respuesta. La sociedad tiene sus reglas, que debemos acatar aunque no las entienda. Lo sé. Ese no es consuelo alguno, al contrario es el motivo que hace hervir mi sangre.
Necesitaba que supieras que a pesar de todo te sigo soñando, pensando, amando.

                                                                                                                   Un amor que no te olvida,
                                                                                                                                      Margarita.

                                                                                                   Toledo, 10 de junio de 1951
Estimada Margarita:
Al leer tu carta, sentí tu voz emanando de la tinta, el papel cobró vida entre mis manos temblorosas.
Entiendo cada una de tus palabras, cada dolor, cada frustración. Los caminos del destino nos son incomprensibles la mayoría de las veces, no tengo las respuestas que buscas. Cuando la misma  angustia que desprenden tus palabras me envuelve también a mi  suelo pensar que debe haber  otra vida, otro espacio, otro cielo bajo el cual algún día podremos vivir nuestro amor libremente. Tal vez sea infantil, tal vez ingenuo, pero eso me permite seguir respirando.
Sigue tu vida, alma mía, que en algún lugar, algún día, nos encontraremos, y ya nada ni nadie impedirá que seamos quienes somos, dos seres que se aman, más allá de los tiempos, más allá de la vida, más allá de todo…     
                                                                                                  Tuyo,
                                                                                                                     Antonio

lunes, 21 de mayo de 2012

Cartas de amor IV Shoshana Saltzman


                                                                                                  Polonia, 14/5/40

Querida Malke:
                   Espero que esta carta llegue algún día a tus manos. Es una de las pocas cosas que me mantienen vivo: pensar que la recibirás.
                   Quiero decirte que entre el frío de los días y el del corazón lo único que me da un poquito de alegría, por así llamarlo, es la foto tuya que conservo en un bolsillo oculto de mi sobretodo. La tengo bien doblada y a veces, cuando hacen revisaciones la oculto en la boca. Cada vez que puedo la miro y el amor que siento por vos se acentúa más, cuando veo tus ojos tengo ganas de vivir, cuando veo tus labios me recuerdo esos besos dulces que saben dar, cuando te veo, a la luz diminuta de una vela, a escondidas, pienso que tal vez alguna vez vuelvas a estar conmigo y entonces ya nada nos separará…
                   Quiero confesarte que a pesar del infierno en que vivo, mi amor por vos no cambió ni cambiará, solo aumenta.
                   ¡Que lástima que no viajé con vos a Palestina! ¡Tanto trataste de convencerme! ¡Ahora ya es tarde!
                   Si no volvemos a vernos, sabé que te amo más que a nadie en el mundo y que sos el único motivo de mi vida.
                   Hasta siempre.

                                                                                                 Sruli 



                                                                                      Tel Aviv, 25/4/2012

Querido Sruli:
                   Acabo de leer tu carta, de ver la foto mía de mi juventud. ¡Cuantos años pasaron! ¿Por qué no aceptaste subir conmigo al barco que me trajo a Palestina? ¿Por qué tuviste que sufrir tanto? Decías que Dios no abandonaría a nuestro pueblo, que nos ayudaría. ¡Si supieras todo lo que Dios no vio, lo que no hizo!
                   Vivo en Israel desde entonces, me casé, tengo tres hijos, seis nietos y dos bisnietos. Elegí por la vida. Pasé muchas noches llorando, pero opté por la vida. Mi hijo mayor se llama Israel, fue mi modo de honrarte.
                   Cuando vi mi foto en el diario, donde contaron tu historia en el día del holocausto, me dirigí a Iad Vashem y logré dar con Shmulik, tu sobrino, el hijo de Surele, tu hermana mayor que logró llegar a Israel. Tiene tus mismos ojos, se emocionó mucho al verme, yo también. Él es abuelo, parece un buen hombre.
                   En cada acontecimiento importante estuviste conmigo, por eso te escribo, por que se que estas ahí, escuchándome.
                   Yo también te amo, te ame siempre, no te traicione, solo quise vivir.
                   Tuya.

                                           Malke

viernes, 18 de mayo de 2012

Cartas de amor III Nancy Echeverria Kuperman



28 de abril de 2012


Hola
¿Cómo estás? ¿Cómo te ha ido?
Busqué entre libros viejos la receta del olvido y no la he conseguido, te colgaste al firmamento de mis pensamientos, sentimientos y sentidos.
Llevo en mis retinas grabados los colores de tus pupilas iris de trigo y en mi mente el fuego de tus labios; mi rostro sorprendido atraído entre tus manos en un ardor enfurecido al sentir tus besos devorando los míos y entre ellos un suave grito emergido placer de mis labios adoloridos como único testigo.
Navegas en mí piel con velas tejidas de añoranza y en tu regazo fuerza de tus brazos mis sentimientos enardecidos.
Quiero sentir mi corazón acelerado cuando sé que pronto estarás a mi lado. En un camino esperarte para susurrarte palabras que a veces parecen sin sentido.
Esencial como el aire que respiro, tu voz la escucho como eco de notas que mi alma alborota y en los besos de nuestras bocas un solo corazón compartido.
Absorbida en tu contagiante locura, entre susurros mi voz escucharas diciendo: Eres mi sueño convertido en embriagues pura destilado de nuestros sentidos.
Nuestras manos experimentarán nuevas danzas de caricias siguiendo el ritmo que marcan delirios.
Te imagino aquí a mi lado, enardecido, apasionado yo en silencio entre las olas de tus brazos y tu pecho, arrullada por tus latidos enfurecidos.
Solo entonces jugando a D-os cerraré los ojos y congelaré el tiempo, cuando abrazados somos tú y yo embriagados en un solo suspiro.
Espero días entre los límites del cielo y tu sonrisa, regalándome a cada paso nuestras caricias.
Margie




29 de abril de 2012

Hola cariño
Corazón de pétalos rojos, mi viaje tuvo un imprevisto.
Llevo conmigo nubes de lluvia de caricias.
Pronto estaré a tu lado mi cielo.
Tu osito de felpa.

martes, 15 de mayo de 2012

Cartas de amor II Luis Goren



Amor mío:
              Estar tan cerca tuyo y al mismo tiempo tan lejos; nos separan diez minutos de caminata, y nos separa mi familia, que no quiere que nos veamos. Yo te amo tanto, que al pensar que me debo casar con el repugnante Conde  de Chantillí, me acometen unas ganas locas de matarme. Si no fuera por el amor que te tengo, te juro que tomaría de esa botella con veneno que él me regaló, y terminaría con mi vida.
              Pero por el otro lado, pienso que muerta no te voy a ver más, y a lo mejor podemos tu y yo, convencer a mi familia que nos dejen casar. No se que decirte; me gustaría verte, y así sentirte cerca mío, y que me transmitas ese calor que nace de tu amor, y que me llena el alma, y me transporta a ese mundo maravilloso que solamente tu puedes crear para mi; tu presencia es mi alegría, y tu devoción es la razón de mi existencia.
              Muy especialmente, me sucede cuando te acaricio, y siento como se agranda tu adoración  por mi, y es ese sentimiento el que me penetra  y me llena de dicha y felicidad. ¡que sería de mi vida, si no pudiera disfrutar de un amor tan grande como el tuyo!
              Es por eso mi adorado, que no pongo fin a mi existencia, porque tengo la esperanza de que nos casemos, y así poder disfrutar de la enormidad de tus sentimientos, todas las horas del día y todos los días, lo que me llenaría el alma de felicidad.
    No puedo seguir escribiendo; ésta la envío por mano de mi doncella, la que me contó que quisiste mostrarle cuan grande es tu amor por mi. ¡Cuidadito!  Contéstame y ven a verme tan pronto como puedas, y guarda todo tu grande amor solamente para mi.

               
                   TE AMA: HIDELFONSA ( El Castillo )  Febrero de 17..

Mi amada:
              Cuando recibí tu misiva, le quise mostrar a tu doncella, cuán grande es el amor que siento por ti; ella escapó corriendo y diciendo que sólo tú, podías recibir mi amor, ya que tu me amabas tanto como yo a ti; y si tu doncella lo dice, entonces puedo estar tranquilo, en lo que respecta a la pureza de tu amor, como tu puedes estar tranquila respecto a la grandeza del mío. Es evidente que somos el uno para el otro.
              Respecto a lo que dices sobre la enormidad de mi amor, sólo puedo decirte que si te doy un amor tan grande, es porque tú tienes tambien, un amor tan enorme y profundo por mi, que puedes recibir todo lo que te doy, y te sobra lugar en el corazón para albergar aún mucho mas cariño del que yo pueda darte.
              Es por eso que te digo, que no debes temer que ande por otros jardines donde poder enterrar los sobrantes de mi amor, porque por grande que es no creo que consiga llenar nunca la inmensidad de tu devoción por mi.
              Pienso como tu, en el día que podamos estar siempre juntos, y así poder darte toda la grandeza de mi amor, a todas las horas que tu quieras; lo único que necesito, es salir a respirar los aromas del jardín, de vez en cuando , ya que hasta que te conocí, era el único amor que tenía.   
    Quiero que sepas que todo el cariño, amor y todo lo que tengo es para tí, y que puedes jugar con mi amor, y hacer lo que quieras con él, porque estoy tan enamorado, que mi única ambición es verte felíz.
            

                   TE EXTRAÑO: ALFONSO ( Jardinero del Castillo ) Febrero de 17...


PD: Iré a verte esta noche si no llueve. (vale)

domingo, 13 de mayo de 2012

Cartas de amor I Emilio Feler


Hola Marcela

Cuando el mozo del bar, que me conoce, me vio escribiendo esta carta, pispeó y me dijo, por que no le hablas por teléfono, Bécquer.
Siendo que es la cuarta carta que te escribo, no sería hora que me dieras tu número de teléfono o celular.
Otra vez, y va la tercera, que nos citamos y no venís. Cada mujer que entraba en la confitería, en las seis horas que esperé, yo la miraba, comparando con tus fotos, que me has dado, y me acompañan en todos los momentos de mi vida.
Quiero que me seas sincera, yo no estoy dispuesto a abandonarte, pero si lo que te retrae de mí, es la ablación, de la que te he contado en mi primera carta, que fue en un momento de desesperación, de mi vida, antes de conocerte, y para la que no tengo remedio, con todo mi dolor, intentaré olvidarte.
Me decís, que en algunos momentos se te van cosas de la cabeza. Pues a mí me pasa algo parecido con tus cartas  y las mías. Se me escapa, cuando las envío, y cuando recibo las tuyas.
Querés que confíe en tu amor, pero no me permitís llamarte, y por alguna razón no logramos encontrarnos. No quiero pensar que estás jugando conmigo. Sería un golpe frustrante, y tampoco sería el primero, pues ya te he contado del que casi cambia mi destino y camino en la existencia.
El municipio, me ha encargado, pintar un mural en el patio interno de una escuela de su jurisdicción, y en eso estoy trabajando. El problema, es que la obsesión de encontrarte no me permite concentrarme en mi trabajo creativo.
Ayer el que no vinieras, una vez más, me quitó las ganas de todo, y ni dormir pude.
Van Gogh en su locura se cortó una oreja. Yo he decidido, que la próxima vez que  nos citemos y no vengas, me cortaré un dedo. Te lo juro. Si querés evitarlo, no me engañes más. Déjame o que nos encontremos.
No puedo más, no puedo más.

Marcelo




Mi querido Marcelo

No te doy los números que me pedís, hasta que pueda confiar plenamente. He sufrido muchos desencantos.
No sé qué pasó conmigo en la última cita que debíamos haber tenido. Como en las otras, salí de casa, con rumbo al lugar del encuentro, y lo próximo que recuerdo es la media mañana del día siguiente, que estaba llorando en la cocina de casa.
De la ablación que has sufrido, y de la que tan valientemente me has contado, prefiero no abundar. Eso lo entendí desde el primer momento, y estoy segura que con nuestro amor, y quizás alguna prótesis, que entiendo hay de todo tipo lo subsanaremos.
Se me siguen volando las cosas de mi mente. He ido de vuelta al psiquiatra, del que te conté. Me dijo que tengo un grave desdoblamiento de personalidad y que él quisiera conocerte. Te adjunto su tarjeta, para que te pongas en contacto con él. El está seguro que podrá ayudarnos a ambos.
Tenés que desarrollar tu arte. He ido a ver otros murales tuyos, a las direcciones que me has dado, y veo en tus trabajos un realismo hiriente, con una crítica social acusante
Yo no quiero ser una traba en tu labor artística, más bien quisiera ser una musa motivante.
Por favor dejá de sufrir. Mañana estaré tomando el té a las seis en el mismo lugar en que debíamos habernos encontrado las otras veces.
Un beso

Marcela

jueves, 10 de mayo de 2012

Sin una vocal- Gabriela Szuster


Falta una. Son cinco, hoy solo son cuatro. ¿Capricho? Si. Sólo un capricho.
Las amigas lloran su partida. ¡Cuánto vacío! Infinito dolor…
Las lágrimas raudas, marcan un camino sin rumbo…
Las vocales tratan, unidas avanzar.
Continuar. No parar. Insistir.
Caminar juntas, las cuatro. Solo cuatro. Una las abandonó, nada importó.
¿Lo lograrán? Difícil… Unidas toda la vida, gran vacío, dolor sin par…
Avanzan hacia la nada, atrapadas, amontonadas, acongojadas, asustadas.
Falta una, nada más. Falta una y falta todo para continuar… 

martes, 8 de mayo de 2012

Una falta - Luis Goren


          Dificil la vida para una criatura humana, cuando carga con una tara, ignorada cuando  la circunstancia inicial (su mamá lo parió), y, aguantada con bronca, toda la vida. Así lo ocurrido a Romualdo, cuando pudo comprobar, la causa por la cual, lo bautizaron con tal patronímico.
          No configuraba un mal tipo,  y  como  todos adivinan, la falta, (no tan fatal); incluso Romualdo no la conoció hasta mayorcito, y  principió su   hablar; dicha falta produciría montañas de broncas, por la cargada continua con la cual  luchaba. Solía murmurar: " sufro  la  falta, la asumo; y los tontitos: ¿no miran su  absoluta falta de sabiduría?
           Romualdo tomó un  camino: la vindicta;  invirtió todas las    horas que pudo buscando dos vocablos, sin  la fatídica cursiva, para unirlos significando un gordo  insulto. Un día  lo consiguió, salió  con cara de gato  almorzando    canario. Cuando lo cargaron, como ocurría a diario,  gritó como nunca, nunca había soñado gritar: ANIMAL BOLUDO. No lo cargaron mas.

domingo, 6 de mayo de 2012

La parranda (un cuento sin la letra "e") - Shoshana Saltzman


Cuando Adrian tuvo los años apropiados para su Bar Mitzva (algo así como una comunión judía), su papá y su mamá optaron por organizar una parranda como nunca hubo por la zona.
Mariana, la mamá, quiso ir a la modista más cara y encargó ropa lujosa y muy muy chic. Ricardo, su papá, optó por un saco sobrio y un pantalón al tono. Lo más difícil, como ocurría por lo común, pasaba con Sabina, la niña malcriada a la cual todo la irritaba y ponía chinchuda. Por lo tanto y para apaciguar sus locuras optaron por un aparato con cintos y mordazas comprado para la ocasión, igual a uno para torturas hallado por la zona militar, para aplacar sus locuras típicas.
Salió bárbaro. Toda la población comió, tomó, disfrutó y a la par habló maravillas gracias a la conducta tan maravillosa  mostrada por Sabina. 

miércoles, 2 de mayo de 2012

Pintor - Nancy Echeverria Kuperman


Pintor pinta Novas iluminadas, coloridas, combinadas con fantasías no conocidas.
Pinta Novas oscuras con aflicción, amargura, dolor, canto, pasión, crónica infortunada, combinación: odio y traición.
Pinta una Nova color azul, brillando con frialdad sin fin, bañada por sutil y fugas blanco marfil.
Novas amarillas como páramo baldío, pampa solitaria, sol amaitinado.
Pinta Novas con tímido color rosa, invocando, añorando días idos.
Pinta Novas como la vida, brotadas casi sin nada, pronto aproximadas, acopladas para agonizar  cada día.
Pinta una Nova gris, bañada con horror y cobardía sin confín.
Novas rojas, llamadas amor, sazonadas con sudor, lágrimas y circundadas por tus brazos.
Artista, guía, amigo, no pintas margaritas, rosas blancas, flor azar ni caracolas marinas, son para tus pupilos novatos formando obras garabato.
Tú pintas Novas soñadas adornadas con color humo alma ilusión, lunas cuajadas, iluminadas con tus caricias.
Pintor, trazos raudos, fugas brocha sutil, color matiz pasión, llanto, sin farsa, locura, lucha, dolor, aflicción.
Pintor pinta lunas alumbrando, van acompañando un largo caminar, adórnalas con campos canto matinal.
Artista adaptado a montañas, nació bañado, mojado, sacudido por las olas, por la mar caminas pintando marinas y golondrinas.
Pintor inaudito, atril ilusión, máquinas paradojas marginadas a los ojos, razón y lógica.
Pintor pinta un niño asustado cual caído a la mar, corazón partido, ojos dormidos, sonrisa borra, una profunda fragilidad, tus pinturas logran hablar.
Pinta suspiros, susurros bajo las ropas, fantasías amadas, sin juicio, ni control. Tú pintas caminos hacia la intimidad.
Pinta lo prohibido con un ritmo jamás nunca tocado, oído; pinta pintor.
Ama la vida cual cantor ama su canto; pinta, pintor.
Humildad brota por tus poros, artista sin mancha, tus obras son galas, pintor.
Pido pintar un alma armonizada con trozos dormidos cristal ilusión, callados brios, lluvia y calor acompañados con una canción, a tu lado, fácil sigo tu ritmo pintor.
Gracias por dar tanto, tu vida consagrada, miro tus pasos casi borrados, sin distinguir tanto, la distancia conjuro sus marcas.
Agasaja mi razón con Novas pintadas como bordadas con hilos plata, colmadas con tu ilusión y un común nominador, todas inspiradas por tu amor.

domingo, 29 de abril de 2012

Visita sin aviso - Vera Raquel Winitzky


Liliana, mi amiga, vino hoy con su marido a casa.
Muchos años sin ninguna noticia.
 Ahora, nos vimos y nos abrazamos con mucho cariño.  Nos contamos casi todo lo vivido.
Habitan  Paris, Liliana casada con mi primo Raúl, y dos hijos  Gabi y Dani. Artista, pinta cuadros  muy cotizados.
Con continuidad viajan y visitan muchas ciudades.
Son muy simpáticos y nos hablaron todo con sonrisas.
Los invitamos con  un asado con pollo,  y chorizos a la criolla con una salsa riquísima. Como  viajan tanto, nos contaron como disfrutaron la China y Japón, con sus culturas
tan antiguas.
Nos maravillaron con su charla y la pasamos bárbaro.
Al finalizar el día, nos  saludaron con mucho amor y con un taxi viajaron para tomar su avión.

jueves, 26 de abril de 2012

Una mirada- Gabriela Szuster

Como siempre apurada alcancé el tren, segundos antes de la partida. Encontré un asiento libre y aterricé en él con todos mis bártulos. Cuando terminé de acomodarme presté atención al hombre que tenía sentado frente a mí. Me estaba mirando. Fijo. Casi no parpadeaba. Pensé que en mi apuro había descuidado algo de mi aspecto. Me pasé la mano por el pelo, tratando de acomodar mis mechas revolucionadas. Nada. Seguía mirándome. Me miré el atuendo, todo estaba en su sitio. Seguía observándome. Me sentía incómoda. No era correcto preguntarle nada. Le enfrenté la mirada en un intento de hacerle ver que me molestaba. Ni se inmutó.
Tenía unos treinta años, pelo muy corto, oscuro, ojos penetrantes, tristes. Estaba afeitado y pulcramente vestido. Pinta de sátiro no tiene me dije en un intento de darme ánimo.
Le sonreí. No pareció importarle. Seguía inmóvil, tieso, mirándome. Intenté mirar por la ventana, y por el rabillo del ojo espiarlo. No dejo un sólo instante de mirarme, ni uno sólo. ¿Se habrá enamorado de mí? ¿Estará pensando como declararme su súbito amor? No, no es posible, me hubiera sonreído, dado una señal, algo...
Saqué un libro, leí un par de líneas,  no podía concentrarme. Sus ojos me atraían como un imán. Lo espiaba escondida, amparada por las letras de James Robertson. Guardé el libro, no me servía de escudo frente a su mirada, que parecía perforarme.
Trate de recordar si esta mañana me había puesto desodorante. No tenía olor desagradable, al contrario, me había bañado y lavado la cabeza, mi aspecto era el de una chica normal, un poco distraída y apurada sí, pero nada fuera de lo común. ¿Qué le pasaba a este hombre que no me sacaba la vista de encima ni un instante? Miré a mi alrededor, nadie parecía reparar en nosotros, nadie en el tren notaba nada raro. Traté de tranquilizarme, aunque era difícil con este hombre mirándome así.
Miré el reloj, nueve y media, en diez minutos llegaría a destino. Diez minutos. Estaba alterada. Comencé con una mueca pequeña, casi imperceptible. Nada. Le saqué la lengua. Nada. Le hice mi famosa cara de mono que a mis sobrinos hace desternillar de risa. Nada. Si no fuera porque tenía los ojos abiertos pensaría que estaba dormido. Llegamos. Espere unos instantes, demorándome en agarrar mis cosas, dándole tiempo para que me dijera algo. El se puso de pie, desde algún lugar sacó su bastón, lo desplegó y se fue.

martes, 24 de abril de 2012

Media hora Shoshana Saltzman

En media hora llego. Seguro me está esperando. Hace un mes que no lo veo. ¡Entre mi trabajo en el hospital con los turnos tan agobiantes y su servicio militar que no sé cuándo se va a terminar, no nos encontramos tanto tiempo!¡ Me muero por verlo, lo extraño!¡ Treinta días sin acariciarlo, treinta noches sin amarlo, lo extrañan mis labios que quieren besarlo, mis manos que quieren abrazarlo, mi ser entero que quiere sentirlo! En media hora estará en el andén, esperándome, ansiándome… Sólo media hora, después su aroma, sus besos, sus caricias, su amor…
No tengo paciencia. Menos mal que conseguí asiento del lado de la ventana, hay mucha gente. Alguien me está clavando los ojos. Me mira descaradamente. Está sentado frente a mí. No me animo a mirarlo directamente, no quiero encontrar su mirada. Bajo la vista. El pantalón parece fino, los zapatos impecables. El perfume embriagante. ¿Quién será? Se me ocurre un veterano distinguido, aristocrático. Mi mente empieza a volar, no lo puedo evitar, su cercanía me perturba. ¿Quién es? ¿Por qué me mira así? ¿Qué quiere? Me rozó la pierna… ¡qué atrevido!...
_ Disculpe, lo siento.
_ No es nada. (¡Que voz varonil tiene el veterano!)
Seguro tiene algunos años menos que el tío Fernando, pero ya pasó los cincuenta.
Falta un cuarto de hora. No me saca la vista de encima. Lo siento sin mirarlo. ¿Qué poder tiene este intruso sobre mí? Otra vez me roza, no se disculpa, yo no me quejo, al contrario, me gusta. Diez minutos y llegamos. No me dice una palabra, yo tampoco. Me sigue mirando. En cinco minutos llegamos. El tren entra a la estación. La gente baja. Yo estoy petrificada. Me toma de la mano y nos perdemos en la muchedumbre. Cuando por fin lo miro a los ojos me doy cuenta que ya es tarde. En media hora me cambió la vida.

sábado, 21 de abril de 2012

Los iris cuadriculados de colores - Emilio Feler

Era un compartimiento del tren para seis personas, y estaba vacío cuando entré.
En cuanto me ubiqué me dormí, eran unos trescientos kilómetros y el viaje llevaría varias horas.
Sentí que el tren paró en una estación, y al poco rato alguien entró en el compartimiento.
Quise seguir durmiendo, pero sentí que algo me penetraba en la mente, y me provocaba un fuerte dolor de cabeza. Abrí los ojos y frente a mí una chica, joven, diría que bonita y vestida elegantemente me miraba fijamente. Ahí me di cuenta que sus iris eran cuadriculados y de colores. Me miraba fijamente, pensé que podría ser ciega, pero no vi ningún bastón blanco, y miraba a su boleto del tren, además de perforarme con la vista.
Intenté dormirme nuevamente, pero no podía, quise desviar la mirada, para no ver sus ojos, pero si bien lo que veía me chocaba, no podía dejar de mirar hacia ellos, y ella tenía su vista clavada en mí.
De repente sentí la necesidad de confesarme, y necesité toda mi voluntad para callar mi lengua. Quería contar cosas que pensé había enterrado en el fondo de mi mente. Sucesos de los que me arrepentía y me lamentaba.
Salí al pasillo, quise entrar en otro habitáculo, pero estaban todos completos. Quise caminar por los pasillos del tren, pero algo me obligaba a volver a mi lugar, pues si bien sentía repulsión, necesitaba ver esos ojos, de manera imperiosa.
Cuando entré, ella volvió su cabeza, y me siguió con la mirada hasta que me senté, y nuevamente se fijaba en mí. Miré para todos lados, pero una compulsión me llevaba a enfrentar su mirada, y ver ese extraño cuadriculado de colores.
Me vino a la memoria, cuando estafé al banco, y un cajero fue culpado, y perdió el puesto. Quería gritar mi culpabilidad. Lloraba de fuerza que hacía para retenerme de hablar. Me acordé de la chica, vecina de mi tía que dejé embarazada y abandoné.
Me venía a la memoria todo, cada maldad del pasado, cada equívoco, todo me retumbaba. No tenía ya lágrimas, me tiré al piso, pero ella me seguía mirando. Cuando empecé a gritar, entró un inspector. Me sentó e intentaba calmarme. Es ella, yo balbuceaba, es ella. Mi amigo, Usted está solo. Nadie quiso compartir el lugar con usted, pues lo sentían y veían desenfrenado. Tome este calmante y duerma.
Me desperté y bajé en la estación fin del viaje. Estaba tranquilizándome, y ahí la volví a ver. Salté a las vías para huir de ella, y vi el tren venir.

lunes, 16 de abril de 2012

Ilusiones en tiempo relativo Nancy Echeverria Kuperman

Era el tren surcando un atardecer de invierno; yo estaba ausente, ensimismada, sentada a lado de la ventana tomaba a cortos sorbos un café caliente, observaba el cielo teñirse de rojo pintado en un fondo infinito, la tarde moría, el tren avanzaba, fugaces sombras se rendían ante el sol y ante el crepúsculo declaraban su amor.
Paisajes que removían recuerdos de tantas ausencias, de pronto tuve la sensación de ser observada, unos ojos color miel reflejaron mi mirada, eran aquellos los dibujados en repetidos sueños, imagen embebida de nieblas blanquiazules, piel que rozara mis labios en llamaradas multicolores, frente a mi estaba el que hasta entonces creí fuera producto del inconsciente sueño, me arrojaba a la cara la verdad silente.
Atónita quede atrapada, subyugada a aquel que cortó mi respirar por un instante, no pronunciamos palabra alguna, burbuja mágica, una mirada detenida en otra mirada, tiempo y espacio relativo, un segundo una eternidad, treinta minutos de viaje convertidos en solo uno, mis pulsaciones se aceleraron, dialogo en silencio cual si él adivinara ser el protagonista de mis sueños.
El tren se detuvo, mi corazón pareció paralizarse, mi sangre congelarse, una mano invisible apretó mi garganta, simultáneamente ambos nos levantamos dispuestos a abandonar nuestros respectivos asientos, una voz interior me grito ¡No puede ser real! Apresure el paso dándole la espalda, sentí un estremecimiento cuando percibí su voz algo familiar cuando dijo: Espera unos minutos por favor; me detuve, él extendió una fotografía en la que observe mi rostro, mis cabellos, mi sonrisa en un entorno desconocido para mi, entonces me dijo: “Fue mi esposa, ella falleció hace cinco años” Solté la fotografía, me escabullí entre el gentío, caí desmayada. Luego desperté rodeada entre gente que me auxiliaba, él ya no estaba.

sábado, 14 de abril de 2012

Pensamientos perdidos Luis Goren

Subí al tren para un viaje de alrededor de media hora, con la idea de aprovechar ese tiempo y pensar en algo que quería escribir; vi un asiento libre; me senté, y observé que en frente mío estaba sentado un señor correctamente vestido, cosa rara en los tiempos que corren; intenté esbozar una sonrisa, pero la seriedad con que me clavó la mirada me detuvo. Hay personas que parecen decir "no te acerques" cuando te miran.
          Miré por la ventanilla a los últimos pasajeros que se apresuraban, y el tren se puso en marcha; observé que el señor de enfrente, (así lo catalogué), no me sacaba los ojos de encima. Me resulta difícil definir o explicar su mirada: sin ser ofensiva, era insistente, y me tenía clavado como un entomólogo clava a un bicho en una maderita. No solamente eso, parecía decir: "mi intimidad es mía, no te atrevas a violarla".
          Lo que más me molestaba, era la insistencia con que me miraba, aunque sin dejar traslucir nada de lo que pensaba; no podía definir si me miraba a mi, o yo no existía para él, y simplemente tenía la mirada clavada en algún mundo personal, del cual yo no tenía ni noticia. También me extrañó la inmovilidad absoluta de que hacía gala; parecía que ni siquiera respiraba.
          Intenté hacerle desviar esa mirada, o al menos parpadear, pero me resultó imposible; y lo que al principio me resultó indiferente, comenzó a convertirse en algo bastante molesto, y lo peor de todo era que yo también tenía ahora clavados los ojos en los suyos, solamente que los míos eran un enorme signo de interrogación, mientras que los de este señor, seguían si expresar absolutamente nada.
          Como estaba llegando al final de mi corto recorrido, me levanté para dirigirme a la puerta del vagón y descender;  para ver si reaccionaba,  le pegué un empujón, parece que bastante violento,  porque lo derribé y al dar contra el suelo se rempió en mil pedazos.
          El enigmático "Señor de enfrente" ERA UN MUÑECO DE PORCELANA. 

miércoles, 11 de abril de 2012

Sueños delgados por Gabriela Szuster

Margarita fue muy feliz con el nacimiento de su hija. Le puso nombre de princesa, tenía grandes sueños para ella.
Estefanía  poseía una alegría contagiosa. Todos la querían, era simpática, era fácil quedar prendado de su sonrisa, su dulzura, su corazón tierno e inocente.
Cuando cumplió doce años, Margarita comenzó a llevarla a todas las pruebas y concursos posibles. Quería que su hija fuera una modelo famosa. Le contaba sus grandes planes, contagiándole su entusiasmo, imaginando verla en las tapas de revistas, en la televisión, todas sus amigas le envidiarían su suerte, su belleza, su éxito. Margarita y Estefanía soñaban juntas, con un futuro mejor.
A veces se tiraban en el pasto, de cara al sol, riendo e imaginando lo que podrían lograr. Eran felices.
A medida que pasaba el tiempo, y nadie las volvía a llamar, Margarita comenzó a ponerse nerviosa. Conocía de memoria la frase: "Nos pondremos en contacto con usted si su hija resulta elegida”. Sus días fueron tornándose hostiles, empezaba a verle defectos a su hija, y la retaba si comía. Poco a poco Estefanía perdió la alegría de vivir, se sentía culpable por defraudar a su madre, por no ser lo que esperaba de ella.
Cuando se sentaban a la mesa a comer, Margarita vigilaba cada bocado que su hija se llevaba a la boca, su cara se volvió amarga. Las sonrisas de la casa se habían volado por la ventana abierta.
Estefanía a veces se sentía famélica, comía todo lo que tenía a su alcance cuando nadie la veía, pero luego corría al baño a vomitar todo, expiando así sus culpas. Su cuerpo perdió la frescura, convirtiéndose en un esqueleto que la sostenía.
Una tarde, se produjo el milagro. La llamaron para que se presentara en un desfile. Estefanía tenía quince años, y estaba a punto de recorrer la pasarela de sus sueños.
El día soñado llegó, la casa había recuperado un poco de su anterior alegría, había emoción en el aire, hasta sonrisas tanto tiempo olvidadas.
Le pusieron un vestido diminuto, dejando ver su cuerpo huesudo, desgarbado. Todos parecían felices.
El corazón de Estefanía latía con fuerza, se sentía un poco débil y mareada. Trató de recordar cuando había comido por última vez...
La música era suave, acompañaba su andar lento y casi tambaleante. El público era grandioso, todos la miraban a ella, era el centro de atención. Nadie se perdió su caída acompañada de un murmullo colectivo de sorpresa.
Mientras la ambulancia llevaba a una inconsciente Estefanía al hospital, Margarita se lamentaba, murmurando para sí, como poseída "Estabamos tan cerca de lograrlo..."