jueves, 26 de abril de 2012

Una mirada- Gabriela Szuster

Como siempre apurada alcancé el tren, segundos antes de la partida. Encontré un asiento libre y aterricé en él con todos mis bártulos. Cuando terminé de acomodarme presté atención al hombre que tenía sentado frente a mí. Me estaba mirando. Fijo. Casi no parpadeaba. Pensé que en mi apuro había descuidado algo de mi aspecto. Me pasé la mano por el pelo, tratando de acomodar mis mechas revolucionadas. Nada. Seguía mirándome. Me miré el atuendo, todo estaba en su sitio. Seguía observándome. Me sentía incómoda. No era correcto preguntarle nada. Le enfrenté la mirada en un intento de hacerle ver que me molestaba. Ni se inmutó.
Tenía unos treinta años, pelo muy corto, oscuro, ojos penetrantes, tristes. Estaba afeitado y pulcramente vestido. Pinta de sátiro no tiene me dije en un intento de darme ánimo.
Le sonreí. No pareció importarle. Seguía inmóvil, tieso, mirándome. Intenté mirar por la ventana, y por el rabillo del ojo espiarlo. No dejo un sólo instante de mirarme, ni uno sólo. ¿Se habrá enamorado de mí? ¿Estará pensando como declararme su súbito amor? No, no es posible, me hubiera sonreído, dado una señal, algo...
Saqué un libro, leí un par de líneas,  no podía concentrarme. Sus ojos me atraían como un imán. Lo espiaba escondida, amparada por las letras de James Robertson. Guardé el libro, no me servía de escudo frente a su mirada, que parecía perforarme.
Trate de recordar si esta mañana me había puesto desodorante. No tenía olor desagradable, al contrario, me había bañado y lavado la cabeza, mi aspecto era el de una chica normal, un poco distraída y apurada sí, pero nada fuera de lo común. ¿Qué le pasaba a este hombre que no me sacaba la vista de encima ni un instante? Miré a mi alrededor, nadie parecía reparar en nosotros, nadie en el tren notaba nada raro. Traté de tranquilizarme, aunque era difícil con este hombre mirándome así.
Miré el reloj, nueve y media, en diez minutos llegaría a destino. Diez minutos. Estaba alterada. Comencé con una mueca pequeña, casi imperceptible. Nada. Le saqué la lengua. Nada. Le hice mi famosa cara de mono que a mis sobrinos hace desternillar de risa. Nada. Si no fuera porque tenía los ojos abiertos pensaría que estaba dormido. Llegamos. Espere unos instantes, demorándome en agarrar mis cosas, dándole tiempo para que me dijera algo. El se puso de pie, desde algún lugar sacó su bastón, lo desplegó y se fue.

No hay comentarios: