domingo, 29 de abril de 2012

Visita sin aviso - Vera Raquel Winitzky


Liliana, mi amiga, vino hoy con su marido a casa.
Muchos años sin ninguna noticia.
 Ahora, nos vimos y nos abrazamos con mucho cariño.  Nos contamos casi todo lo vivido.
Habitan  Paris, Liliana casada con mi primo Raúl, y dos hijos  Gabi y Dani. Artista, pinta cuadros  muy cotizados.
Con continuidad viajan y visitan muchas ciudades.
Son muy simpáticos y nos hablaron todo con sonrisas.
Los invitamos con  un asado con pollo,  y chorizos a la criolla con una salsa riquísima. Como  viajan tanto, nos contaron como disfrutaron la China y Japón, con sus culturas
tan antiguas.
Nos maravillaron con su charla y la pasamos bárbaro.
Al finalizar el día, nos  saludaron con mucho amor y con un taxi viajaron para tomar su avión.

jueves, 26 de abril de 2012

Una mirada- Gabriela Szuster

Como siempre apurada alcancé el tren, segundos antes de la partida. Encontré un asiento libre y aterricé en él con todos mis bártulos. Cuando terminé de acomodarme presté atención al hombre que tenía sentado frente a mí. Me estaba mirando. Fijo. Casi no parpadeaba. Pensé que en mi apuro había descuidado algo de mi aspecto. Me pasé la mano por el pelo, tratando de acomodar mis mechas revolucionadas. Nada. Seguía mirándome. Me miré el atuendo, todo estaba en su sitio. Seguía observándome. Me sentía incómoda. No era correcto preguntarle nada. Le enfrenté la mirada en un intento de hacerle ver que me molestaba. Ni se inmutó.
Tenía unos treinta años, pelo muy corto, oscuro, ojos penetrantes, tristes. Estaba afeitado y pulcramente vestido. Pinta de sátiro no tiene me dije en un intento de darme ánimo.
Le sonreí. No pareció importarle. Seguía inmóvil, tieso, mirándome. Intenté mirar por la ventana, y por el rabillo del ojo espiarlo. No dejo un sólo instante de mirarme, ni uno sólo. ¿Se habrá enamorado de mí? ¿Estará pensando como declararme su súbito amor? No, no es posible, me hubiera sonreído, dado una señal, algo...
Saqué un libro, leí un par de líneas,  no podía concentrarme. Sus ojos me atraían como un imán. Lo espiaba escondida, amparada por las letras de James Robertson. Guardé el libro, no me servía de escudo frente a su mirada, que parecía perforarme.
Trate de recordar si esta mañana me había puesto desodorante. No tenía olor desagradable, al contrario, me había bañado y lavado la cabeza, mi aspecto era el de una chica normal, un poco distraída y apurada sí, pero nada fuera de lo común. ¿Qué le pasaba a este hombre que no me sacaba la vista de encima ni un instante? Miré a mi alrededor, nadie parecía reparar en nosotros, nadie en el tren notaba nada raro. Traté de tranquilizarme, aunque era difícil con este hombre mirándome así.
Miré el reloj, nueve y media, en diez minutos llegaría a destino. Diez minutos. Estaba alterada. Comencé con una mueca pequeña, casi imperceptible. Nada. Le saqué la lengua. Nada. Le hice mi famosa cara de mono que a mis sobrinos hace desternillar de risa. Nada. Si no fuera porque tenía los ojos abiertos pensaría que estaba dormido. Llegamos. Espere unos instantes, demorándome en agarrar mis cosas, dándole tiempo para que me dijera algo. El se puso de pie, desde algún lugar sacó su bastón, lo desplegó y se fue.

martes, 24 de abril de 2012

Media hora Shoshana Saltzman

En media hora llego. Seguro me está esperando. Hace un mes que no lo veo. ¡Entre mi trabajo en el hospital con los turnos tan agobiantes y su servicio militar que no sé cuándo se va a terminar, no nos encontramos tanto tiempo!¡ Me muero por verlo, lo extraño!¡ Treinta días sin acariciarlo, treinta noches sin amarlo, lo extrañan mis labios que quieren besarlo, mis manos que quieren abrazarlo, mi ser entero que quiere sentirlo! En media hora estará en el andén, esperándome, ansiándome… Sólo media hora, después su aroma, sus besos, sus caricias, su amor…
No tengo paciencia. Menos mal que conseguí asiento del lado de la ventana, hay mucha gente. Alguien me está clavando los ojos. Me mira descaradamente. Está sentado frente a mí. No me animo a mirarlo directamente, no quiero encontrar su mirada. Bajo la vista. El pantalón parece fino, los zapatos impecables. El perfume embriagante. ¿Quién será? Se me ocurre un veterano distinguido, aristocrático. Mi mente empieza a volar, no lo puedo evitar, su cercanía me perturba. ¿Quién es? ¿Por qué me mira así? ¿Qué quiere? Me rozó la pierna… ¡qué atrevido!...
_ Disculpe, lo siento.
_ No es nada. (¡Que voz varonil tiene el veterano!)
Seguro tiene algunos años menos que el tío Fernando, pero ya pasó los cincuenta.
Falta un cuarto de hora. No me saca la vista de encima. Lo siento sin mirarlo. ¿Qué poder tiene este intruso sobre mí? Otra vez me roza, no se disculpa, yo no me quejo, al contrario, me gusta. Diez minutos y llegamos. No me dice una palabra, yo tampoco. Me sigue mirando. En cinco minutos llegamos. El tren entra a la estación. La gente baja. Yo estoy petrificada. Me toma de la mano y nos perdemos en la muchedumbre. Cuando por fin lo miro a los ojos me doy cuenta que ya es tarde. En media hora me cambió la vida.

sábado, 21 de abril de 2012

Los iris cuadriculados de colores - Emilio Feler

Era un compartimiento del tren para seis personas, y estaba vacío cuando entré.
En cuanto me ubiqué me dormí, eran unos trescientos kilómetros y el viaje llevaría varias horas.
Sentí que el tren paró en una estación, y al poco rato alguien entró en el compartimiento.
Quise seguir durmiendo, pero sentí que algo me penetraba en la mente, y me provocaba un fuerte dolor de cabeza. Abrí los ojos y frente a mí una chica, joven, diría que bonita y vestida elegantemente me miraba fijamente. Ahí me di cuenta que sus iris eran cuadriculados y de colores. Me miraba fijamente, pensé que podría ser ciega, pero no vi ningún bastón blanco, y miraba a su boleto del tren, además de perforarme con la vista.
Intenté dormirme nuevamente, pero no podía, quise desviar la mirada, para no ver sus ojos, pero si bien lo que veía me chocaba, no podía dejar de mirar hacia ellos, y ella tenía su vista clavada en mí.
De repente sentí la necesidad de confesarme, y necesité toda mi voluntad para callar mi lengua. Quería contar cosas que pensé había enterrado en el fondo de mi mente. Sucesos de los que me arrepentía y me lamentaba.
Salí al pasillo, quise entrar en otro habitáculo, pero estaban todos completos. Quise caminar por los pasillos del tren, pero algo me obligaba a volver a mi lugar, pues si bien sentía repulsión, necesitaba ver esos ojos, de manera imperiosa.
Cuando entré, ella volvió su cabeza, y me siguió con la mirada hasta que me senté, y nuevamente se fijaba en mí. Miré para todos lados, pero una compulsión me llevaba a enfrentar su mirada, y ver ese extraño cuadriculado de colores.
Me vino a la memoria, cuando estafé al banco, y un cajero fue culpado, y perdió el puesto. Quería gritar mi culpabilidad. Lloraba de fuerza que hacía para retenerme de hablar. Me acordé de la chica, vecina de mi tía que dejé embarazada y abandoné.
Me venía a la memoria todo, cada maldad del pasado, cada equívoco, todo me retumbaba. No tenía ya lágrimas, me tiré al piso, pero ella me seguía mirando. Cuando empecé a gritar, entró un inspector. Me sentó e intentaba calmarme. Es ella, yo balbuceaba, es ella. Mi amigo, Usted está solo. Nadie quiso compartir el lugar con usted, pues lo sentían y veían desenfrenado. Tome este calmante y duerma.
Me desperté y bajé en la estación fin del viaje. Estaba tranquilizándome, y ahí la volví a ver. Salté a las vías para huir de ella, y vi el tren venir.

lunes, 16 de abril de 2012

Ilusiones en tiempo relativo Nancy Echeverria Kuperman

Era el tren surcando un atardecer de invierno; yo estaba ausente, ensimismada, sentada a lado de la ventana tomaba a cortos sorbos un café caliente, observaba el cielo teñirse de rojo pintado en un fondo infinito, la tarde moría, el tren avanzaba, fugaces sombras se rendían ante el sol y ante el crepúsculo declaraban su amor.
Paisajes que removían recuerdos de tantas ausencias, de pronto tuve la sensación de ser observada, unos ojos color miel reflejaron mi mirada, eran aquellos los dibujados en repetidos sueños, imagen embebida de nieblas blanquiazules, piel que rozara mis labios en llamaradas multicolores, frente a mi estaba el que hasta entonces creí fuera producto del inconsciente sueño, me arrojaba a la cara la verdad silente.
Atónita quede atrapada, subyugada a aquel que cortó mi respirar por un instante, no pronunciamos palabra alguna, burbuja mágica, una mirada detenida en otra mirada, tiempo y espacio relativo, un segundo una eternidad, treinta minutos de viaje convertidos en solo uno, mis pulsaciones se aceleraron, dialogo en silencio cual si él adivinara ser el protagonista de mis sueños.
El tren se detuvo, mi corazón pareció paralizarse, mi sangre congelarse, una mano invisible apretó mi garganta, simultáneamente ambos nos levantamos dispuestos a abandonar nuestros respectivos asientos, una voz interior me grito ¡No puede ser real! Apresure el paso dándole la espalda, sentí un estremecimiento cuando percibí su voz algo familiar cuando dijo: Espera unos minutos por favor; me detuve, él extendió una fotografía en la que observe mi rostro, mis cabellos, mi sonrisa en un entorno desconocido para mi, entonces me dijo: “Fue mi esposa, ella falleció hace cinco años” Solté la fotografía, me escabullí entre el gentío, caí desmayada. Luego desperté rodeada entre gente que me auxiliaba, él ya no estaba.

sábado, 14 de abril de 2012

Pensamientos perdidos Luis Goren

Subí al tren para un viaje de alrededor de media hora, con la idea de aprovechar ese tiempo y pensar en algo que quería escribir; vi un asiento libre; me senté, y observé que en frente mío estaba sentado un señor correctamente vestido, cosa rara en los tiempos que corren; intenté esbozar una sonrisa, pero la seriedad con que me clavó la mirada me detuvo. Hay personas que parecen decir "no te acerques" cuando te miran.
          Miré por la ventanilla a los últimos pasajeros que se apresuraban, y el tren se puso en marcha; observé que el señor de enfrente, (así lo catalogué), no me sacaba los ojos de encima. Me resulta difícil definir o explicar su mirada: sin ser ofensiva, era insistente, y me tenía clavado como un entomólogo clava a un bicho en una maderita. No solamente eso, parecía decir: "mi intimidad es mía, no te atrevas a violarla".
          Lo que más me molestaba, era la insistencia con que me miraba, aunque sin dejar traslucir nada de lo que pensaba; no podía definir si me miraba a mi, o yo no existía para él, y simplemente tenía la mirada clavada en algún mundo personal, del cual yo no tenía ni noticia. También me extrañó la inmovilidad absoluta de que hacía gala; parecía que ni siquiera respiraba.
          Intenté hacerle desviar esa mirada, o al menos parpadear, pero me resultó imposible; y lo que al principio me resultó indiferente, comenzó a convertirse en algo bastante molesto, y lo peor de todo era que yo también tenía ahora clavados los ojos en los suyos, solamente que los míos eran un enorme signo de interrogación, mientras que los de este señor, seguían si expresar absolutamente nada.
          Como estaba llegando al final de mi corto recorrido, me levanté para dirigirme a la puerta del vagón y descender;  para ver si reaccionaba,  le pegué un empujón, parece que bastante violento,  porque lo derribé y al dar contra el suelo se rempió en mil pedazos.
          El enigmático "Señor de enfrente" ERA UN MUÑECO DE PORCELANA. 

miércoles, 11 de abril de 2012

Sueños delgados por Gabriela Szuster

Margarita fue muy feliz con el nacimiento de su hija. Le puso nombre de princesa, tenía grandes sueños para ella.
Estefanía  poseía una alegría contagiosa. Todos la querían, era simpática, era fácil quedar prendado de su sonrisa, su dulzura, su corazón tierno e inocente.
Cuando cumplió doce años, Margarita comenzó a llevarla a todas las pruebas y concursos posibles. Quería que su hija fuera una modelo famosa. Le contaba sus grandes planes, contagiándole su entusiasmo, imaginando verla en las tapas de revistas, en la televisión, todas sus amigas le envidiarían su suerte, su belleza, su éxito. Margarita y Estefanía soñaban juntas, con un futuro mejor.
A veces se tiraban en el pasto, de cara al sol, riendo e imaginando lo que podrían lograr. Eran felices.
A medida que pasaba el tiempo, y nadie las volvía a llamar, Margarita comenzó a ponerse nerviosa. Conocía de memoria la frase: "Nos pondremos en contacto con usted si su hija resulta elegida”. Sus días fueron tornándose hostiles, empezaba a verle defectos a su hija, y la retaba si comía. Poco a poco Estefanía perdió la alegría de vivir, se sentía culpable por defraudar a su madre, por no ser lo que esperaba de ella.
Cuando se sentaban a la mesa a comer, Margarita vigilaba cada bocado que su hija se llevaba a la boca, su cara se volvió amarga. Las sonrisas de la casa se habían volado por la ventana abierta.
Estefanía a veces se sentía famélica, comía todo lo que tenía a su alcance cuando nadie la veía, pero luego corría al baño a vomitar todo, expiando así sus culpas. Su cuerpo perdió la frescura, convirtiéndose en un esqueleto que la sostenía.
Una tarde, se produjo el milagro. La llamaron para que se presentara en un desfile. Estefanía tenía quince años, y estaba a punto de recorrer la pasarela de sus sueños.
El día soñado llegó, la casa había recuperado un poco de su anterior alegría, había emoción en el aire, hasta sonrisas tanto tiempo olvidadas.
Le pusieron un vestido diminuto, dejando ver su cuerpo huesudo, desgarbado. Todos parecían felices.
El corazón de Estefanía latía con fuerza, se sentía un poco débil y mareada. Trató de recordar cuando había comido por última vez...
La música era suave, acompañaba su andar lento y casi tambaleante. El público era grandioso, todos la miraban a ella, era el centro de atención. Nadie se perdió su caída acompañada de un murmullo colectivo de sorpresa.
Mientras la ambulancia llevaba a una inconsciente Estefanía al hospital, Margarita se lamentaba, murmurando para sí, como poseída "Estabamos tan cerca de lograrlo..."

domingo, 8 de abril de 2012

La Caverna por Luis Goren

           Decidimos con mi compañera, hacer una excursión a un lugar remoto del Asia, donde según nos informaron, la "civilización" aún no había impuesto su sello, y la vida se desarrollaba como se había desarrollado a lo largo de los siglos. Tardamos varios días en preparar el equipaje, porque había que llevarlo TODO. En ese lugar, no había nada de nada.
          Fuimos de sorpresa en sorpresa; como no había edificaciones ni museos ni nada remotamente parecido para admirar, solamente nos quedaron dos cosas: los paisajes y la gente. Los paisajes eran cosa de no creer; cambiaban de acuerdo al estado de ánimo del que miraba, y se acentuaban o debilitaban los colores, parecía que a voluntad. Uno podía estar triste y los colores se hacían mas vivos, y cambiaban con su influencia la tristeza por la alegría. Era algo alucinante, porque estos paisajes, no tenían parecido alguno con lo que uno estaba acostumbrado a ver
          Y la gente: cada uno, hablaba cuatro o cinco idiomas prácticamente a la perfección, y aunque no vimos ningún papel impreso, no nos hubiera extrañado que supieran leer y escribir perfectamente; tenían un porte y una prestancia, que nos hacían quedar a nosotros, como pre-históricos, siendo ellos los civilizados. Y no solamente eso; el color del cabello y la cara, parecían bronce viejo.
          Una mañana, me levanté temprano y salí solo a caminar, y distraido, mirando el rosicler del alba, tropecé y me caí contra una piedra. Ésta, giró y dejó al descubierto la entrada a una caverna, en la que penetré sin pensarlo dos veces. Era una excavación en la roca del tamaño de una catedral, con las paredes tan finamente trabajadas, que parecían incrustadas en piedras preciosas. Estaba tan absorto que no percibí la presencia de una de estas persona, que me dijo: "veo que has descubierto nuestro secreto"; y continuó: "el resto es simple: somos de otro mundo, y estamos estudiando al hombre, para ver si es merecedor de integrarse a la Federación Galáctica"
          Movió una piedra en la pared, y apareció una pantalla con imágenes de otros mundos. Me quedé patidifuso; de acuerdo a lo que ví, el Planeta Tierra era una motita en un Universo poblado por mundos habitados. Me dijo: "como comprenderás, este experimento ha terminado porque nos descubriste. Ahora nos vamos y volveremos mas adelante, porque la especie Humana, aún no está lo suficientemente civilizada, para poder formar parte de la Confederación Galáctica. Hubo otros mundos como este, que se autodestruyeron por el uso indebido de energías que sus habitantes, no supieron controlar. En lugar de dominar las pasiones, las pasiones los dominaron a ellos".
          En cuanto terminó de hablar, despareció todo y me encontré apoyado contra la piedra con la que había tropezado, mirando el mismo amanecer que me pareció  desvaído, abandonado, como muerto, y sentí que me invadía una profunda tristeza, que los colores del paisaje, ahora, no pudieron disipar, tristeza que continúa al pensar en lo estúpida que es la especie humana, de la que formo parte.
          Al otro día levantamos campamento, y partimos de regreso hacia la "civilización". Nunca conté esta Historia; nunca me abandonó la tristeza.                

martes, 3 de abril de 2012

“Saber y ganar mucha plata” por Shoshana Saltzman

Manuelita, la tortuga que vivía en Pehuajó, se vistió en lo de una modista de nombre, fue al peluquero de moda y se presentó al programa de Alberto Suarez: “Saber y ganar mucha plata”.
Todos van a los programas de preguntas y respuestas. No son muy difíciles, hay que tener un poco de cultura general, leer los diarios, un poco de Internet, buena memoria y ser algo atrevido, tal vez audaz.
Todos aparecen en la televisión, unas preguntas, varios aciertos y un montón de plata.
Podés ser alta, o algo llenito, rubia o más bien bajito y de pelo enrulado. Lo más importante es que se te vea “bien”.
Sabía casi todo, se había leído la Biblia y la Británica, gastó un montón en comprar todos los diarios del último mes, así que se presentó en las oficinas del Canal Once dispuesta a anotarse.
_ Lo siento, señora, ya cerramos la inscripción.
_ Pero si en la televisión dicen que es hasta fin de mes.
_ Sí, pero ya está lleno.
_ No puede ser.
_ Venga para la temporada que viene, ahora no hay lugar. Buenas tardes.
Manuelita salió, despacito, triste y desilusionada. Al pasar por un espejo vio que el peinado estaba un poco desarmado y que le había salido un granito en la nariz…
“Tal vez en la próxima temporada”…pensó y se volvió a su casa a leer. 

domingo, 1 de abril de 2012

Injusticia por Vera Raquel Winitzky

Hace varios años, en un país que se decía democrático, ocurrió un suceso que
afectó mucho, a sus habitantes. Todas las personas en general tratando de mejorar
su situación en su vejez, ahorraban con mucho sacrificio.
En aquel momento un banco céntrico comenzó a trabajar muchísimo y pagaba algún
punto más de interés sobre los depósitos en efectivo y dólares. Todos le tomaron
confianza y comenzaron a depositar sus ahorros.
                                 Pasaron unos dos años y cundió la noticia que ese importante
banco cerraba sus puertas por quiebra. La desesperación de los acreedores fue
intensa pero conformada por las radios y noticiosos que comunicaban que se les devolvería paulatinamente el dinero depositado en efectivo.
                                 Los depositantes entraron en pánico y comenzaron las aglomeraciones, protestas y manifestaciones, agravada por los grandes titulares de
los diarios. Con respecto a los depósitos en dólares, no se mencionaba ni una palabra.
                                Pasado un gran lapso de tiempo se fueron devolviendo en
cuotas, los depósitos en efectivo.
                                 El tiempo transcurrió y a pesar de las reuniones de protesta
en las puertas del banco, manifestaciones en las plazas importantes con pancartas,
intervención de personas influyentes, los dólares no fueron devueltos.
                                 Y así pasaron muchos años sin ninguna novedad al respecto.
Los damnificados sufrieron mucho al perder sus sacrificados ahorros. Hasta el día de
la fecha esta injusticia quedó impune.