domingo, 17 de junio de 2012

Angeles Gabriela Szuster


A don Borja le gusta montar en bicicleta. Un día mientras circulaba por las calles del pueblo tuvo un accidente a causa de un coche que viajaba a gran velocidad.
¿Está usted bien?, ¿cómo está?,  ¿qué ha pasado?,… ¡llamen a una ambulancia!...- decían quienes se acercaban a él.
¿Cómo es posible?- decía el panadero del pueblo que salió en su ayuda.
¿A quién se le ocurre ir tan deprisa?- añadió la frutera.
No se preocupe… llamaremos a su familia- tranquilizaba la farmacéutica.
Todos reunidos alrededor de don Borja, no vieron llegar a Ángeles, hasta que puso sus manos sobre la pierna herida. Se hizo un gran silencio. Los vecinos asentían temerosos de pronunciar palabra. Cuando don Borja quiso incorporarse todos acudieron a ayudarlo. Don Borja se sentía increíblemente bien, incluso mejor que antes del accidente y cuando buscó con la mirada a Ángeles para agradecerle, ésta ya no estaba.
Los vecinos no terminaban de acostumbrarse  a estas apariciones tan repentinas, y desapariciones misteriosas, pero hacia un tiempo que ocurrían. Estaban contentos, no sentían miedo, al contrario, se sentían agradecidos y en deuda con ese ser angelical que aparecía a curar a los enfermos,  aliviar los dolores,  calmar las angustias… Siempre ocurría igual, aparecía misteriosamente de la nada y desaparecía  de la misma manera.  Nadie sabía quién era ni donde vivía, por eso la llamaban Ángeles.
El fenómeno comenzó a trascender las fronteras del pueblo llegando a los oídos escépticos de Esteban, un joven periodista de la Capital que decidió ir él mismo a ver de qué se trataba. Llegó muy temprano al pueblo una mañana de verano que prometía ser calurosa. Esteban fue a la única panadería del pueblo, recibiendo la cálida bienvenida del panadero, don César. Pronto comenzó a reunir la poca información que éste podía darle, lo mismo sucedió con Flora la farmacéutica, Mercedes la frutera y todas las personas con las que dialogó. Necesitaba una historia más contundente y se sentía frustrado. Pensó simular un accidente, pero pronto desechó la idea… Se sentía perdido, ofuscado, malhumorado, ensimismado en sus pensamientos, no vio un pozo poco profundo en la mitad del camino, tropezó y cayó. Estuvo allí tirado un buen rato, maldiciendo su mala suerte. Trato de levantarse sin éxito, hasta que un paisano lo vio,  pronto llegaron los demás vecinos a ayudarlo.
¿Está usted bien?, ¿cómo está?,  ¿qué ha pasado?,… ¡llamen a una ambulancia!...- decían quienes se acercaban a él.
¿Cómo es posible?- decía el panadero del pueblo que también llegó al lugar.
¿Por qué camina tan distraído, buen hombre?- añadió la frutera.
No se preocupe… llamaremos a su familia- tranquilizaba la farmacéutica.
Todos reunidos alrededor de Esteban, no vieron llegar a Ángeles, hasta que puso sus manos sobre  él. Se hizo un gran silencio. Esteban  se sentía increíblemente bien, incluso mejor que antes del accidente y cuando buscó con la mirada a Ángeles para agradecerle, ésta ya no estaba.
Quiso seguirla pero fue inútil, despareció sin dejar rastro. 

domingo, 10 de junio de 2012

Don Borja en bicicleta Nancy Echeverria Kuperman


A don Borja le gusta montar en bicicleta. Un día mientras circulaba por las calles del pueblo tuvo un accidente a causa de un coche que viajaba a gran velocidad. ¿Esta Ud. Bien?, ¿Cómo está?, ¿Qué ha pasado?,… ¡llamen a una ambulancia!... - decían quienes se acercaban a el.
¿Cómo es posible? - decía el panadero del pueblo que salio en su ayuda.
¿A quien se le ocurre ir tan deprisa? – añadió la frutera.
No se preocupe…llamaremos a su familia – tranquilizaba la farmacéutica.

¿Se le destornilló algo? –preguntó el tonto mecánico.
Yo le doy respiración boca a boca – se ofreció doña Violeta.
¡Unos masajes al corazón! – aconsejo don Patricio el relojero.
¿Quién iba a velocidad, don Borja? – averiguaba el tonto zapatero.
¡Se ha… muerto don Borja! - se corría la voz por el pueblo.
Don Borja tiene más vidas que un gato – decía un niño atento y no tan convencido de aquel garabato.
¿Alguien anotó la placa del coche? – averiguaba el inútil policía.
¿A quien dejará su fortuna? –  se preguntaban cuchicheando las hermanas Varela.
En que andaría pensando que no vio el coche llegando – susurraba el peluquero.
Yo apenas si lo conozco – dijo cual sorprendida en falta la costurera.
Le daré los santos oleos – pronuncio el cura.
¡Pero si don Borja es ateo! – gritó don Timoteo.
A que no sale de esta – eran las apuestas.
¡Consigan una camilla! - gritaba doña Consuelo.
¡Piquito de oro, mi ruiseñor en bicicleta! – Le llamaba doña Anacleta.
¡Don Borja… no se me muera…! – gritaba entre sollozos la profesora Enriqueta ante el sorprendido marido.
Parece que don Borja gusta montar no solamente en bicicleta – chismoseaban dos  vecinos.
Se levantó don Borja del suelo y furibundo grito: ¡Cara…jo!... ¿Es que en este pueblo uno no se puede morir en paz? Pronunciadas estas palabras cayó don Borja de bruces para no levantarse más.

miércoles, 6 de junio de 2012

Pueblo chico infierno grande Luis Goren


A don Borja le gustaba montar en bicicleta. Un día mientras circulaba por las calles del pueblo tuvo un accidente a causa de un coche que viajaba a gran velocidad.
          ¿Está Usted bien? ¿como está? ¿Que ha pasado?...llamen a una ambulancia... ---decían quienes se acercaban a él. ¿Como es posible?---decía el panadero del pueblo que salió en su ayuda. ¿A quien se le ocurre ir tan de prisa?---añadió la frutera. No se preocupe... llamaremos a su familia---tranquilizaba la farmacéutica".
          Lo interesante del caso, es que este don Borja, no era uno de los personajes más queridos del pueblo, sino todo lo contrario. Montado en su bicicleta, pedaleaba por todos lados, llevando dimes y diretes, lo que lo convertía, en fuente de información "fidedigna", sobre todo lo que era importante saber       respecto a los habitantes del lugar.
          ¿Que hacían el hijo de fulano con la hija de mengano cuando era casi noche, en la tranquera a la salida del pueblo? Don Borja podía contarlo con lujo de detalles.      
          ¿Hacia donde dirigía sus pasos a las cinco de la mañana la frutera, cuando el marido viajaba con la chatita a traer mercadería fresca de la ciudad vecina? Era cuestión de invitar a don Borja con un vinito, y se recibía toda la información pertinente en el acto.
          ¿Por qué cuando el panadero lo tenía bien caliente al pan, tomaba una varilla larga y corria a lo de la farmacéutica, quien lo esperaba con la cremita preparada por si se había quemado? Era cuestión de conversar cinco minutos con don Borja y Ud. se enteraba de todo.
          Claro que con estos antecedentes, don Borja no era muy apreciado en el pueblo pero lo mismo todos corrieron a ayudarlo, para comprobar la realidad de su estado, y estar atentos para taparle la boca, por si se iba de la lengua. Como diría la farmacéutica, con conocimiento de causa y la aprobación de todos: "mas vale prevenir que curar".

domingo, 3 de junio de 2012

Los últimos instantes de la víctima Emilio Feler


Don Borja no se movía de la posición fetal en que había quedado después de ser embestido por el vehículo. No tocar al accidentado hasta que no llegue la ambulancia tenía sabido.
El parloteo de las gentes que lo rodeaban, y le quitaban el aire le molestaba, pero no tenía fuerzas para ahuyentarlos.
Buscó la bicicleta con la miraba. Era una especial, importada. Que sus buenos pesos le habían costado. Estaba tirada sobre la vereda, haciendo un ángulo recto con el buzón. Se la veía estropeada.
La boca se le llenó de algo húmedo y caliente. Escupió, era sangre. La cosa es grave pensó. El panadero se había olvidado de su panadería, y discutía el suceso con la frutera. La farmacéutica telefoneo otra vez a la ambulancia, que no llegaba.
La visión se le hacía borrosa, y ya no distinguía su rodado.
Qué pensaría el ferretero. Borja le pidió que no cierre el negocio y lo espere. Un papelón.
Porque no viene la ambulancia, lloriqueó para sí mismo, pues nadie le prestaba ya atención.
Para peor, a la tarde tenía hora con el otorrino, le tendría que decir a la mujer que le postergue el turno.
A su lado un hombre de traje que le pareció inmenso, debía ser el que lo atropelló pensó.
Se acercaba el sonido de una sirena policial, seguramente debía ser por él.
Mañana jueves venía su primo de la capital, de visita. Qué momento más inconveniente. Pero mañana no era jueves, sino martes, o miércoles. Se acordó del cuento Anaconda de Quiroga, en que un lanchero pasaba sus últimos momentos, tratando de precisar que día era, mientras una boa lo envolvía. Hizo un esfuerzo, es martes se dijo y expiró.