jueves, 30 de diciembre de 2010

ROMPECABEZAS por SARA RAWICZ



Raúl Sanabria era hijo único.

Sus padres, Angelina, ama de casa y Francisco, militar, eran un matrimonio de mediana edad, sin mayor instrucción. Vivían en una linda casa con jardín en Villa del Parque. Cuando Raúl llegó a sus vidas, se mudaron a un departamento en el centro.

Raúl se crió acunado por el amor de sus padres; aunque cada uno lo manifestaba de manera diferente.

Angelina era tierna y cariñosa, un poco sumisa con su marido. Para ella, su hijo ocupaba el primer lugar; lo demás era secundario. Francisco, quería a su hijo, pero, consideraba que demasiado mimo a un varón lo hacía mariquita. De naturaleza violenta, muy seguido, la mano le volaba en una cachetada a su esposa. Fanático del fútbol, asistió a todos los partidos en los que Argentina ganó el Mundial.

Raúl era un hermoso niño de cabellos rubios ensortijados, tez blanca y ojos como el cielo; en contraposición a sus padres, de tez mate y cabellos oscuros.

Siendo pequeño comenzó a hacer toda clase de interrogatorios acerca de su persona. Preguntas, cuyas respuestas, generalmente quedaban flotando en el aire.

_ ¿Por qué todos mis compañeros del colegio tienen padres jóvenes y yo no?

_ ¿Por qué todos mis primos son morochos y yo soy rubio?

_ ¿A quién me parezco? _ ¿Por qué soy diferente?

¡Cuantas incógnitas! Su mente estaba llena de dudas. No se sentía parte de la familia. Su vida parecía un rompecabezas cuyas piezas no encajaban.

Su padre se opuso a que siguiera una carrera universitaria. Alegaba que los estudiantes iban a la Universidad para hacer política y que ésta era un semillero de revolucionarios. Mucho mejor era labrarse un futuro trabajando.

Tenía veintitrés años.

Le llamó la atención que en todo lugar al que iba, encontraba a la misma chica, rubia, de ojos azules y aproximadamente de su edad.

Un día ella lo abordó.

_ ¡Hola! Me llamo Silvia Rubinstein y quisiera hablar con vos. ¿Es posible?

_Si, no hay problema, yo soy Raúl Sanabria… Se quedó absorto observándola… Le pareció estar mirándose en un espejo.

Sin titubear y sin rodeos, Silvia le contó toda la verdad. Eran hermanos; él nació en cautiverio; su nombre debía ser Martín, por deseo de su madre.

Raúl quedó pasmado. Quiso huir. Pero como atraído por un imán permaneció inmovilizado. Silvia siguió hablando y desplegó ante él una serie de fotografías familiares. Le parecía increíble el parecido que tenía con todos. Se sintió parte de ellos.

Mientras la escuchaba, fue encontrando las respuestas que durante tanto tiempo había buscado. Poco a poco, fue armando el rompecabezas de su vida.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

EL SUEÑO DE JUANCHO por LILIANA OSTROVSKY


Juancho era muy alto, flaco, sus piernas parecían dos fideos y sus brazos caían a los costados del cuerpo de manera tal que siempre parecía desgarbado y sin gracia. Su mirada era serena y transparente. Él, no se metía con nadie. A él no lo querían, lo rechazaban, se burlaban, se reían de su cuerpo, salvo Pedro, eran bastante amigotes.
Era socio del club del barrio, un apasionado del futbol, andaba siempre con la pelota, pero no lo querían ni probar. El entrenador, Pereyra, había llegado al club por acomodo de un miembro de la comisión. Era altanero y soberbio, y, se convirtió en el portavoz de todos. Decía que el equipo debía hacer muchos méritos para seguir en pie y que Juancho no servía para nada, no era de confiar.
No obstante, Juancho miraba desde la tribuna, pero nada, le daba tanta rabia que a veces volvía a su casa llorando. Hasta su padre fue a hablar para que le hicieran por lo menos una prueba, pero nada. _ A su hijo se lo ve muy torpe, siempre la misma respuesta.
Una tarde mientras practicaban, uno de los chicos cayó, con tanta mala suerte, que terminó enyesado por fractura. Faltaba uno. El silencio lo decía todo, ya que todos pensaban en Juancho, nadie se animaba a hablar. Pedro lo miró a Pereyra:_Dale, probalo, que perdés? Aún sin reemplazo, se seguía negando._Ese torpe de cuarta, no puede ni correr, no sabe nada.
El partido a jugar se acercaba, Pereyra cedió, Juancho fue probado.
Su alegría era tan grande, el deseo de entrar a una cancha... la noche anterior casi no durmió, se despertaba, practicaba saltitos, picaditos, se acostaba, soñaba.
Para sorpresa de todos, Juancho jugaba bastante bien, no se lo esperaban. Pereyra no lo quería reconocer, no daba el brazo a torcer._Vamos flaco, movete, corre más ligero, lo perseguía, le gritaba, lo humillaba. A Juancho no le importaba, estaba cumpliendo su sueño.
El día del partido, Juancho, a pesar de sus piernas largas, jugó bien, no hizo goles, pero sí pases interesantes para que otros los hicieran.
En los vestuarios del club, Pereyra no sabía como disculparse._Te hice sufrir pibe, me hice eco de habladurías, me dejé llevar, disculpame, disculpame. Podes estar en el equipo. Estaba avergonzado.
Juancho sintió un calor en todo el cuerpo, se acomodó el pelo...gracias, muchas gracias.
Esa noche acariciaba su pelota, se empezaba a cumplir su sueño, su deseo pudo más.

martes, 28 de diciembre de 2010

LA MEJOR DE LA CLASE por TOLO BINDER




-Alejandra Roskin, 7.93, felicitaciones ha promovido Ud. con las mas altas calificaciones del curso. El aula magna de la universidad estalló en aplausos, aquella chica, con sus casi ocho, había revolucionado la carrera. Los profesores y empleados comentaban que había que irse muy atrás en el tiempo para encontrar una nota igual. Ella radiante repartía besos y abrazos a familia, amigos y desconocidos. Como habían convenido de antemano, al finalizar el acto, todo el grupo de alumnos se juntó en un aula del primer piso para salir juntos a festejar. Media hora más tarde, Alejandra entraba a su casa, su rostro denotaba una tristeza imposible de disimular.
-Nena, pensamos que te ibas con tus compañeros, por eso nos vinimos sin esperarte.
-Si mamá, eso pensaba, pero la verdad es que no me siento muy bien, quizás los nervios, así que decidí volverme. Voy a recostarme un rato. Lo que la madre de Alejandra no podía imaginarse, o sí, fue la escena en la esquina de la universidad, donde en medio de una gran algarabía iban todos subiendo a los distintos coches, tratando que ella entrara en otro. Diciendo en tono de broma, pero que a Alejandra le parecían dardos envenenados, que sus autos no estaban preparados para sus ciento cuarenta y cinco kilos.

domingo, 26 de diciembre de 2010

EL INVITADO A FIESTAS por EMILIO FELER


Lo encontraron en un contenedor colectivo de residuos. Si lo hubiera encontrado alguien sin hijos se lo hubiera quedado, pero lo encontró un padre de familia con doce hijos. Lo entrego a la policía, que lo pasó al Juzgado que se ocupa de menores. Si hubiera sido rubio le hubieran encontrado casa enseguida, pero era más bien color mate por lo que fue a parar a un asilo de huérfanos. Por una razón u otra, se fue quedando en el asilo. Algunos no lo querían por el color, otros porque era bajo, otros porque era gordito, y así mientras otros chicos eran colocados en los diferentes tipos de adopción que había, Yakov, que así se llamaba, se quedo en el orfanato hasta que se fue al servicio militar. En el servicio militar, por alguna razón u otra sus compañeros lo dejaban de lado y al final se hizo amigo de un dejado del destino como él. A todos lados iban juntos, y Charlie que así se llamaba el amigo, lo presento a su hermana con la que se caso ni bien termino el servicio. Estaba permanentemente desempleado así como su esposa y vivían de la ayuda social, precariamente como es de pensar. En este momento de la historia voy a dejar pasar veinte años, en los que lo antedicho se seguía repitiendo. Nada pasaba, todo seguía igual hasta que un día al volver a su casa, su esposa le dijo que no había nada que comer, que hacer. Yakov se acordó en ese momento que en un negocio de la avenida cercana, donde pasó por la mañana hablaban de un multitudinario casamiento, donde habría más de mil invitados, y seguramente la mitad no conocería a la otra mitad. Le dijo a la mujer vístete que estamos de casamiento. En realidad se vistieron prestado de los vecinos y se fueron a la fiesta. Entraron, pusieron un sobre vacío en la caja y empezaron a comer lo que sirven cuando la gente todavía no se ha sentado. Yakov notaba que para mil invitados había muy poca gente, y estaba en esos pensamientos, cuando un señor muy bien vestido, con simpatía les pregunto quienes, eran. Yakov balbuceó en respuesta que venían al casamiento, ah les contesto el hombre, esto es un bar mitzva, el casamiento es en el salón de al lado, esperen que les abro la caja y se llevan su sobre, pues no van a ir al casamiento con las manos vacías. Abrió la caja y le mostraba sobres, hasta que Yakov contesto que sí, que ese uno era el sobre de él. Con el sobre en la mano se fueron para el casamiento. El sobre que le dieron se lo guardo, y en el casamiento donde nadie les pregunto nada, pusieron un sobre vacío. Al otro día Yakov fue al almacén, pago la cuenta y recibió el vuelto del cheque. Y así, este hombre sin rumbo, lo encontró. Siguió viviendo humildemente, lo que le permitió con el producto de tantas y tantas fiestas ahorrar. En cuanto tuvo dinero, gente se volvió su amiga, y se venían a aconsejar, y lo respetaban y apreciaban. Hoy día ha perfeccionado su sistema, el tener coche le permite moverse con más rapidez, y hay noches que llega a estar presente hasta en cuatro fiestas. Lo que sí come en la casa, pues su actividad no le da tiempo para hacerlo en las fiestas.

sábado, 25 de diciembre de 2010

ARGENTINA 1942 por VERA WINITZKY

                       

Esta es la historia de Juanito, un niño como cualquier otro. Estudioso,

aplicado y obediente. Educado en un hogar ejemplar, pero sin ninguna

religión. Su apellido Grinberg, de origen judío no significaba nada para él.

El día del Perdón se presentó, por su ignorancia, en su escuela como todos

los días. Sus compañeros lo recibieron a los gritos. ¿Cómo venís a estudiar

hoy, si todos los de tu religión están ayunando y rezando? Anonadado,

asombrado, atontado y culpable se retiró tristísimo a su casa.

Llorando, le preguntó a su mamá: ¿Yo soy judío? Con gran veracidad la

mamá le respondió: Si, sos judío. Yo soy judía y tu, mi hijo también lo eres.

Pero nuestra familia es atea.

Juanito se retiró a su cuarto lloroso y pensativo sin emitir palabra. Allí quedó

pensando varias horas. El, quería tener fe en algo y pertenecer a la religión

de la tradición familiar.

Amargado y queriendo encontrar su verdadera identidad, se dirigió a Moshe

el rabino de la sinagoga de su barrio. Le contó con lágrimas en los ojos el

conflicto que lo acosaba. El Rabino con toda su sabiduría y paciencia lo

tranquilizó y le dijo que con tiempo y voluntad lo iba a encaminar en la

religión que le correspondía y él deseaba.

Comenzó sus estudios religiosos para volver a sus raíces.

Y en eso anda Juanito, probando formas de mirar y concebir el mundo.

viernes, 24 de diciembre de 2010

EL NIÑO Y LA LUNA por GLADYS GOLDSZTEIN



Esta es la historia de Juanito, un niño como cualquier otro.

Pero no tanto, ya que es un niño muy inteligente para su edad, y con pensamientos demasiado elevados para la misma. De forma contraria a sus compañeros de colegio, en donde alguno que otro estaba enamorado de su maestra o de su compañerita de banco, Juanito estaba enamorado de la luna. Blanca, bella y esplendorosa, solía sentarse al borde de su ventana, y por las noches contemplarla, al menos un rato, antes de irse a dormir. Le iba descubriendo rasgos de una cara femenina, aparecían las cejas, los ojos, la nariz y la boca, y cada noche observaba una expresión diferente en ella. A veces parecía que lloraba, a veces que reía, y cada noche la sonrisa era diferente. Sin duda era el rostro más bonito que hubieran contemplado sus ojos, se decía. Se iba a dormir tonto de felicidad, cuando le parecía que lo miraba y le sonreía. Entonces hasta soñaba con ella, se veía en un largo viaje ascendiendo en una extraña nave plateada, como de otra galaxia.

Flotando entre nubes blancas transcurría su sueño, y sentía elevarse infinitamente, pero nunca llegaba a destino. Al despertarse a la mañana, recordaba el sueño, que siempre en mitad del recorrido se desvanecía. Una noche mirándola a los ojos le dijo: sé que me esperas y yo quiero llegar allí alto, donde tú estás para mecerme en tus brazos de lino, pero siempre que te sueño, me quedo en el camino.



Dime mi luna blanca:

¿Cómo puedo hacer para llegar

donde tu inalcanzable manto me envuelva

y besar tus ojos de perlas?...

Dime mi bella novia blanca:

¿Por qué no te alcanzan ni las estrellas?...

Y dime,

¿Cuándo construirán naves en la tierra

que me lleven fácilmente donde tu estás?...



Y en eso anda Juanito, probando formas de mirar y concebir el mundo.

jueves, 23 de diciembre de 2010

SUEÑOS por SHOSHANA ZALTZMAN



Esta es la historia de Juanito, un niño como cualquier otro.

Después de nueve lunas, muchas noches de insomnio, un sinfín de expectativas llegó al mundo lleno de luz y esperanzas. Su mamá, sencilla y llenita lo cubrió de amor y su papá alto, morocho y quemado por el sol le dio cariño y palos, de acuerdo a la cantidad de alcohol que corría por sus venas.

Juanito se crió como todos pero no, era demasiado soñador para este mundo tan material y como en el ranchito de Las Breñas no siempre había luz, se iba a dormir temprano y soñaba…soñaba…

Un día se subió a una estrella porque quería ver cómo era la vida en la China, trepó al sol a ver si hacía mucho calor y le pidió a la luna que le prestara un poco de luz para jugar al futbol de noche en el campito de la esquina.

De tanto soñar se olvidó que la vida era aquí y ahora. Los chicos se empezaron a reír de él, la maestra lo retaba y el padre le pegaba. La única que lo entendía y le tenía paciencia era la mamá, que al igual que él soñaba para mejorar la vida y pasarla lo mejor posible.

Juanito se hizo artista, andaba con un pincel tratando de crear un mundo más lindo, con más flores y sonrisas, con más verde que negro, con más corazones que cuchillos. Juanito dibuja, pinta y tiene hambre. Recorrió rutas y caminos, anduvo por ciudades y pueblos.

Andaba, caminaba, dibujaba, pintaba, soñaba y tenía los zapatos con agujeros, la camisa gastada y la panza que siempre le crujía. De tanto andar y rodar se dio cuenta que los sueños ayudan a vivir pero no alimentan, que el arte ayuda a realizarte pero no compra pan ni ropa ni abrigo. supo que el sol te cobija pero también te quema, que el mar es hermoso pero traicionero, que las flores florecen en la primavera y después se marchitan. Entendió que comer y soñar no siempre son buenos compañeros.



Y en eso anda Juanito, probando formas de mirar y concebir el mundo.

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Y AHORA...¿QUÉ? por SARA RAWICZ



Esta es la historia de Juanito, un niño como cualquier otro.

Juanito era el tercero de los cuatro hijos del matrimonio Romano; una familia modesta, que vivía en una casa humilde del gran Buenos Aires, con piso de tierra apisonada y muebles bastos, pero muy pulcra y ordenada; la mesa de la cocina de tanto fregarla con el cepillo lucía como recién lustrada.

De su padre, un judío devoto, adquirió los conceptos de honestidad y rectitud. De su madre, una mujer sufrida y analfabeta, capaz de utilizar el mismo hueso para hacer una sopa dos días seguidos, para que no falte un plato de comida, aprendió la obligación del trabajo y a economizar el peso.

Desde muy chico salió a trabajar; vendía golosinas y chucherías en las calles.

Era menudo, de cabellos oscuros y ojos vivaces. No sobresalía por su inteligencia, pero sí por su picardía y habilidad en la venta de las menudencias.

A la escuela faltaba un día sí y otro también. A los tropiezos, empujones y algún regalito, logró terminar la primaria.

Juanito creció, y juntando peso a pesito consiguió establecerse con un kiosco, donde vendía los mismos artículos que antes en las calles.

La lectura y escritura no se le daban muy bien, pero para los números y las cuentas era un campeón; no necesitaba calculadora.

Se convirtió en un joven atractivo y buen bailarín, al mismo tiempo que engreído y fanfarrón. A los clubs de barrio donde iba a bailar, las chicas se lo disputaban; a él, le divertía.

Al cumplir los treinta años se consideraba un triunfador. Ganaba bien, se divertía, tenía amigos, chicas no le faltaban.

Pero… ¿Era suficiente? Su yo interno le decía que no.

Y en eso anda Juanito probando formas de mirar y concebir el mundo.

martes, 21 de diciembre de 2010

VIDA por GABY SZUSTER



Esta es la historia de Juanito, un niño como cualquier otro, si no fuera porque de pequeño conoció el horror de la guerra, se codeó con la muerte, el hambre, la destrucción y la miseria. No tenía juguetes, ni ropa decente. Su país vivía en conflicto permanente, y mientras el gobierno se ocupaba de destruir a sus enemigos, el pueblo se sumía en la más absoluta pobreza y dolor.

Así creció Juanito, con la ropa raída, el cuerpo sucio, las moscas como fieles compañeras de vida, con otros chicos iguales de caras manchadas y ojitos tristes.

Sus días transcurrían en la búsqueda de algún mendrugo para calmar el hambre y acallar la panza.

Un día la guerra llegó a su fin, pero ya Juanito había dejado atrás su infancia.

El tiempo pasó, Juanito conoció a Ana una mujer que había sufrido como él y se enamoró, compartían un duro pasado que juntos decidieron olvidar. Al poco tiempo Ana quedo embarazada y al nacer su hijo, Juanito descubrió un mundo nuevo, y fue niño por primera vez, remontando un barrilete, construyendo castillos de arena, leyendo cuentos, sintiendo el calor de una caricia, disfrutando el sabor de un caramelo, oyendo el sonido de la risa franca y la carcajada sonora. Conoció héroes y villanos en las historietas que no tenían nada que ver con la vida real. Pegó figuritas en un álbum y comió pochoclo en el cine de barrio mirando una película de dibujitos animados. Se desplegó ante sus ojos un sinfín de sensaciones desconocidas y maravillosas. Y en eso anda Juanito, probando formas de mirar y concebir el mundo.

lunes, 20 de diciembre de 2010

DOBLE por AIDA REBECA NEUAH

Esta es la historia de Juanito, un niño como cualquier otro. El color de su piel es el mismo que el de los demás (verde), tiene la misma cantidad ojos, orejas (tres) que los otros niños, posee un par de alas de pelusón rosa brillante y vive en Circinus Keloris como todos. Sus padres, viajeros del tiempo, le trajeron un regalo fabuloso. Una gran bola brillante de cristal. Dentro se veía flotar un pequeño espejo cuadrado en un mar viscoso de líquido dorado. ¿Ves? Le dijo el papá, ese espejo es para aprender a mirar y a concebir el mundo con tu imaginación. Y él, Juanito," imaginó". Se vio de otro color, con menos ojos, con solamente dos orejas, un par de piernas para caminar, viviendo en otro lugar, un planeta, un planeta azul que gira alrededor de otro planeta, ardiente, rojo. Reconoció a Juanito, el otro Juanito, el del otro planeta, sentado frente a una bola de cristal, mirándolo, mirándose, con innegable curiosidad, desde un espejo cuadrado inmerso en un mar viscoso de líquido dorado, probándolo, probándose… y en eso anda Juanito, probando formas de mirar y concebir el mundo.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

LA TEMPESTAD por SHOSHANA ZALTZMAN



Pablo nació aquel día de tormenta en que se inundó toda la ciudad. Casi ni llegan a tiempo a la clínica. Llovía tanto y había tantos truenos que ni escucharon su llanto al encontrarse frente a este mundo.

La tormenta lo marcó, adoptó su furia, su fuerza y su personalidad parecía capaz de inundar toda la ciudad. Era tenaz, emprendedor, no le tenía miedo a nada ni a nadie. Desde niño se demostró como líder, en la secundaria organizaba huelgas cuando tomaban exámenes de algún tema que según él no habían estudiado; en la universidad pasó a ser un verdadero luchador político. Todo su fin era acabar con la injusticia y lograr la igualdad humana desechando todo tipo de discriminación.

No le importaba si alguien era gordo, feo, negro, viejo, judío o discapacitado. Él los encontraba a todos hermosos y luchaba para ayudarles a conseguir trabajo, a que lo aceptaran en los estudios, a que la sociedad los viera como seres humanos y no como "distintos".

En su lucha por los derechos humanos, así lo llamaban en el partido, renunció a su propia vida personal. Se alejó de sus amigos, apenas se veía con sus hermanos y Daniela, la divina Daniela lo dejó ya que era imposible programar con él el futuro.

Cuando apareció muerto en una zanja de las afueras de la ciudad nadie se sorprendió. Al entierro llegó muchísima gente. Muchos lo querían, vinieron a despedirse de él, a enterrar junto a él sus ideas de igualdad, su don de justicia tan poco real. Todos sabían que el final de su vida, dedicada a una causa digna fue una quimera, que sus deseos de libertad resultaron ser su esclavitud.

Todos lamentaron su ausencia, pero más la terrible realidad que no permite soñar con el bien y la igualdad.

martes, 14 de diciembre de 2010

LA BURBUJA ROSA por SARA RAWICZ



Gloria era una niña libre y feliz. Se crió en un ámbito y un tiempo, en el que la solidaridad, la comunicación y la tolerancia convivían con las personas; ella podía palparlas diariamente.

El tiempo pasó, la niña creció y la Capital reemplazó al pequeño lugar.

Muy pronto comprendió que en la ciudad se vivía de una manera distinta; su vida había trascurrido en una burbuja rosada.

Decidió conocer los motivos y se dedicó a estudiar a las personas, sus reacciones y sus sentimientos.

Cada uno se ocupaba de sí mismo, pues el egoísmo sustituyó a la solidaridad.

El hombre utilizaba a su prójimo, no importaba el sexo o si eran niños. El tolerante dejó de serlo.

La comunicación dejó de existir, provocando una gran frustración en la gente, que pensaba que sometiendo a los demás, se libraría de ella. No advirtieron que el más débil es siempre avasallado por el más fuerte.

Gloria sufrió una decepción al comprobar los cambios acontecidos. El hombre se había convertido en un ser que actuaba mediante sistemas preestablecidos.

No era este mundo en el que ella quería vivir. Añoraba su burbuja rosada. Pero entendía que era imposible volver atrás.

Sólo era necesario que alguien encendiera la llama de la rebeldía y rompiera esa vida robotizada, para acabar con oprimidos y opresores.

lunes, 13 de diciembre de 2010

EL PERCHERO por LILIANA OSTROVSKY



Pip pip, pip pip, pip pip, pip pip. El despertador me sacude. Comienza un nuevo día.

Me levanto, mi trabajo me espera, soy empleado en una fábrica de colchones.

En el baño, frente al espejo, me miro y pienso: “otra vez la rutina “. Le hago frente.

Me alegra saber, que en el comedor, ya está mi familia. Mis hijos, me atienden. Me siento satisfecho. Los eduqué bien, saben lo que es el respeto por el padre. Son obedientes y serviciales. Y ella, mi mujer, tiene bien claro lo que necesito, siempre se adelanta a todo, no tengo que decirle nada. Es como un perchero, todo ordenadito. Tengo todo servido. Salgo a la calle. El ir y venir de la gente, los empujones, los ruidos, el tránsito, me despabilan. Somos muchos los que viajamos en el mismo horario.

Algunos me ceden el paso, debo llegar a mi empleo. Cuando entro a la fábrica, hasta el ascensor me espera, pero pago un precio: trabajo en el último piso, los demás bajan antes, y, a mí me toca cerrar la puerta oxidada. Daría cualquier cosa porque otros lo hicieran por mí. Me dirijo a mi sector. Allí está ella, mi fiel compañera. Siempre llega antes que yo. Nos entendemos con solo mirarnos. Es atenta e incondicional, sabe de mis gustos y necesidades, es muy complaciente. No hace falta hablar. Suena el teléfono.

Es mi jefe. _Venga rápido a mi oficina. Salgo corriendo. Él no está. Enseguida se escuchan sus pasos firmes por el corredor. Entra, me mira. _Extienda los brazos.

Cuelga los carteles. Yo, voy leyendo. Aún así, él grita: ocúpese de los pedidos, de los proveedores, haga los llamados, revise mi agenda, vaya a la tintorería por mi traje, limpie mi escritorio, tráigame café.

Es una máquina.

Sí sí sí, estoy para servirle, ¿algo más?

Silencio.

Mientras me doy vuelta, pienso: “ahora, el perchero soy yo”.

Me usa y lo dejo.

Me aplasta y me dejo.

No me importa.

Tengo el empleo.

domingo, 12 de diciembre de 2010

EL OASIS por TOLO BINDER

                       

Cinco y media de la mañana.

Como seis días a la semana el viejo compañero de camino larga su canto al aire anunciándome el comienzo de otro día de rutina laboral. Mi mujer cual sombra matinal me prepara el desayuno habitual. --Tomás jugo querido—No hoy no.

--Le pongo queso blanco a la tostada—Bueno pero no mucho.

La calle, el autobús. Una lucha diaria por ser el primero, estar arriba, sobresalir.

El kioskero, obligado ¿Quién sabe por quien?, a saber la marca de mis cigarrillos y dármelos casi, sin que yo se los pida. Lo contrario seria considerado un servicio deficiente. Diez horas de trabajo, inmerso en una feroz escalera humana, donde el débil o indeciso es atropellado por quien viene detrás, que a su vez mira sobre su hombro para ver donde esta el que lo sigue.

Sistema impuesto, no aceptado ni querido, pero transitado por mí y por todos los otros “yo” que lo bancamos.

Trescientos días iguales, uno tras otro, buscando una salida, que estoy seguro no he de encontrar. Tratando de pisotear y no ser pisado ante mis semejantes, y doblándome ante mis superiores, para no caer en desgracia.

El oasis, la isla en medio de la tormenta, los veinte minutos diarios de encuentro con Camila y Lucas, que con la alegría y la inocencia de sus ocho y cuatro años son el bálsamo y la recarga de batería para poder abrir la puerta al siguiente día.

sábado, 11 de diciembre de 2010

ESCLAVA DEL AÑO 2000 por ANA KARINA ARGÜELLO

Empleada, juguete de grandes corporaciones, ciega de ser usada como objeto.
Disciplinadamente trabajo como autómata, escalando peldaños hacia la cima que cada vez esta mas lejos y en el camino desalmadamente voy pisoteando a los demás.
Acostumbrada, sin quejas, faltándome el respeto a mi misma como ser humano, permito ser tratada como marioneta de un sistema cruel, siendo cómplice.
Sistema, del que soy parte, en el cual los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres.
El dejarme maltratar se refleja en mi hogar, en las relaciones interfamiliares.
Con los ojos pequeños entre cerrados, casi sin querer ver, sin expresión alguna en mi rostro, me dejo utilizar y utilizo a otros.
Mientras que el dueño de la gran corporación pasea por el mundo, yo sigo en silencio las órdenes, con miedo a perder mi lugar de empleo.
Egoístamente pienso en mi bienestar, pudiendo unirme a otros como yo y hacerme mas fuerte.
No dialogo sobre el tema del abuso laboral y dejo así que la clase media desaparezca.

viernes, 10 de diciembre de 2010

EL EMPLEO por GLADYS GOLDSZTEYN



Las agujas del reloj corren. Me despierto varias veces por la noche, tengo miedo de dormirme. Suena el despertador. Le robo dos minutos más al tiempo. Me levanto como un autómata, me ducho. Desayuno sobre el mantel que previamente preparó mi señora, mi abrigo impecable cepillado por ella, me espera a la salida. Mis hijos me despiden en la puerta como si fuera la última vez. Todos somos como extraños, casi no nos vemos, hay que trabajar horas extras, es que si no, el dinero no alcanza. Cuando vuelvo los chicos habrán salido con amigos, y mi esposa dormirá en un agotamiento total. Salgo a la calle y me sirvo del chofer de turno que entre peripecias, pasa los semáforos en rojo y no se detiene en los verdes. Todo es un caos de bocinas sonando por alcanzar la esquina siguiente. El ascensor explota de tanta carga, todos tiene que entrar a las ocho, marcar tarjeta, nos quedan dos minutos y la correspondiente cola. Estoy a salvo he llegado justo en hora, he marcado la tarjeta, gloria. En la oficina me convierto en el felpudo del jefe, el cual el pisa a su antojo. Hasta que yo tome coraje y lo agarre del cogote…

Eso sería perder el sustento y ya sabemos que en todos lados es casi lo mismo…

Solo me resta pensar en la unión del humano. Quizás algún día las cosas cambien para mejor…

jueves, 9 de diciembre de 2010

EL FELPUDO por GABY SZUSTER




Alberto se creía poderoso, alto ejecutivo de una empresa, al que todo el mundo respetaba. Cuando llegaba a trabajar, el portero lo saludaba con una reverencia, luego en el ascensor siempre lo dejaban pasar primero, lo trataban con honores. Todos los empleados corrían a sus puestos al verlo llegar, y lo saludaban parsimoniosamente. El se sentía muy satisfecho, “que había llegado” como le decía siempre su madre “ tenés que llegar a ser alguien en la vida para que todos te respeten’.

El empezó de abajo, como correspondía, es cierto que pisó algunas cabezas en su carrera a la cima, pero eso ¿qué importancia tenia? El no era el felpudo de nadie. Se había ganado un lugar a pulmón, con esfuerzo y sacrificio.

Disfrutaba humillando a sus empleados, denigrándolos en cada ocasión disponible. Esa era su gran satisfacción, o tal vez ¿revancha?

Sonia, la mujer de limpieza, una mujer regordeta, casi sin dientes, que sonreía a menudo, escuchó un día a los empleados comentar sobre “el jefe”. Disimuladamente mientras barría oía atentamente lo que hablaban.

Alberto ignoraba lo que se decía de el a sus espaldas, los rumores que corrían de boca en boca. Se comentaba que su esposa lo “tenía cortito”, que en su casa no tenía voz ni voto, ni siquiera sus hijos lo escuchaban, dormía en el sótano frío, porque su esposa disponía de la habitación matrimonial, que era, en resumen un pobre diablo sometido.

Un día, cuando Alberto llego a la oficina, parecía que Sonia lo estuviera esperando, el la miró despectivamente como de costumbre, y ella sin inmutarse siquiera le dijo “¡las apariencias engañan eh!”. Alberto no entendió el comentario, y tampoco por qué toda la oficina se reía a carcajadas.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

RUTINA DE OFICINA RUTINA DE VIDA por EMILIO FELER



El viernes el gerente lo llamó y le comunicó que desde el primero del mes siguiente, que era el lunes próximo lo ascendieron a jefe de unidad, con responsabilidad sobre ocho empleados. Además le dijo que su sueldo básico seria incrementado en un 4.3 %, mientras que el promedio que le correspondería por eficiencia y participación en las utilidades, seria aumentado en un 7.2 %. A las seis con exactitud, abandonó la oficina y se sentó a disfrutar el café con coñac de los viernes a la tarde. El mozo de siempre al que le costaba saludar, pues era un inculto, lo vio desde la otra punta y encargó el eterno pedido. El tráfico se había calmado un poco, por lo que bajó al subte, que aun estaba repleto. Con el aumento pensó, me daré el lujo de tomar de vez en cuando un taxi. Viajar en subte metido entre esa masa olorosa, le causaba nauseas. Todos tan iguales y uniformes. En Lacroze, se pasó al tren que lo traía y llevaba todos los días a Martín Coronado. Llegó a su casa, donde no había nadie. Recordó que su mujer le había dicho que iría a visitar a sus suegros. Se tendría que hacer el café solo, y quizás preparar la cena, pero a cambio nadie lo molestaría. El sábado, como todos los sábados, se fue al centro de San Martín, donde había un lustrabotas que le dejaba brillantes los zapatos(a veces llevaba mas de un par aparte de los puestos). De vuelta entró al súper del barrio, con la lista de compras, y se hizo enviar los productos a casa.
El resto del sábado como el domingo fueron calcos de todos los fines de semana. El lunes se asombró al ver que el gerente había llegado, y no solo eso, sino que lo llamó de inmediato. Hay problemas, le dijo. Los presupuestos de ventas están un 5 % debajo de lo proyectado, y los de gastos un 3.5% arriba. Hay que bajar gastos, por lo menos un 10 % en cada sección para compensar la situación. Eso significa le agrego que tenés que desprenderte de uno de tus empleados y no me importa quien. El Director me dijo, que el que no puede arreglarse, esta de mas y no quisiera que fuera tu caso finalizó. Se sentó en su despacho a pensar, a quien mandar a la casa. Todos menos la secretaria trabajaban muy pesado. Pero con la secretaria tenía otros planes, que se evaporaron en un click. Querés un café le preguntó la próxima a ser ex secretaria. No, le contestó, y sentate que tenemos que hablar.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

NO ME JUZGUEN por YAEL LEVIN



Piiiiiiiiiiiiiip… Sorprendió un molesto ruido lejano en la mitad de la tranquila noche. 
Piiiiiiiiiiiiiip… Volvió a interferir a los pocos minutos, despertándome. 
La batería de mi teléfono celular se vació y me pide que la cargue, ajena a la hora, a las durmientes personas de la casa y a lo que puede causar…
Las patadas la sentí mientras me caía empujada de la cama nupcial al frío y duro piso "Estúpida, andá a enchufar el celular si no querés que te lo meta dentro de tu cabeza" gritó.  Yo, como de costumbre, obedezco disciplinada y humildemente. ¡Que no grite, que no se despierten, que no escuchen! rezo mientras me "apago" los oídos, como si haciendo así provoco que los demás tampoco lo oigan…
Volví a la oscura y silenciosa habitación, quería flotar, temía molestarlo.  Entré lentamente, paré mi respiración, me acosté al borde de la cama despacito y silenciosa, tratando no mover el colchón, que no sienta mi presencia. 
De repente, prende la luz, bruscamente, tira la frazada al piso, se levanta enojado, se viste y me grita   "¡ahora nos divorciamos!" Lo miro, aterrorizada: sus ojos están fijos y vidriados en sus órbitas, colorados por su ira, escupiendo mientras grita cosas que no puedo escuchar porque el miedo me ensordece, me tira del pelo y así, de esta manera me lleva al corredor de las habitaciones donde supuestamente, duermen mis hijos. Yo lloro. "Si quieren ver basura, no tienen que buscar en los rincones" les grita a los chicos "Aquí está vuestra madre ¡es lo más sucio que hay"  Estoy destrozada, no por lo que dijo. Sabe como herirme. Mis hijos. Lo más sagrado.
No siempre era así.  Nos conocimos una tarde de junio y me invitó a salir al cine, desde entonces no nos separamos, parecía que nos conocíamos toda la vida y solo pasaron pocas semanas.  Era todo lo contrario de mi último novio a cual mis padres no querían porque no era de nuestra comunidad aunque era bueno conmigo y me amaba. Me pareció que a mis padres él sí les iba a gustar: Teníamos la misma cultura, los mismos gustos, pertenecíamos a la misma colectividad, éramos parecidos, incluso exteriormente – nos pensaban hermanos. Solo mirarnos, sabíamos que piensa el otro, discutíamos de todo: si el sol estaba en medio del cielo, el insistía, y lo peor, me convencía, que era de noche, era terco, me manejaba, y eso me gustaba, era maduro, tenía veinticinco años, y a mis diecisiete, su conducta me parecía de un verdadero caballero.  Siempre se salía con la suya. Yo no lo amaba pero me sentía protegida, admirada, querida, importante - sentimientos que no tenía en mi casa: me trataba como a una reina, me quería siempre a su lado: si yo quería salir con amigas, él se entristecía tanto que yo anulaba con ellas y él era el hombre más feliz de la tierra. "Me ama" pensaba equivocada.  Cuando me propuso matrimonio pensé que por fin voy a ser independiente, que me liberaré de las cuerdas invisibles que mis padres me atan. Al terminar mis estudios nos casamos. Inmediatamente quedé embarazada. Paralelamente, recibí la primera cachetada…
Decidí callar. No puedo contarlo. Hago creer a todos que somos la pareja ideal: siempre estamos juntos, nos creen felices, piensan que es amor.  Yo sé la realidad.
Aunque cueste creerlo, no soy tonta, al contrario, soy inteligente, en mi trabajo soy una jefa muy apreciada, querida y talentosa; nadie adivinaría lo que soy en casa…
Esta es mi vida: yo digo o hago algo que no le gusta, él me pega, me grita, me insulta, me escupe, me humilla, me ignora o todo junto. No deja marcas.  Externas.
Primero, lloro, después me obligo a tranquilizarme rápidamente para no empeorar la situación y yo le pido perdón. Sé que no tengo que hacerlo, pero lo hago. Trago mucha saliva antes de dirigirme a él y le mendigo.  Me ignora, eso me mata, disfruta verme sufrir, le hace placer humillarme. No me perdona en seguida, yo tengo que suplicarle numerosas veces y prometerle que no lo haré nuevamente, solo así él me hace el favor, entonces me calmo, sé que estaremos de "luna de miel" hasta la próxima vez, puede ser dentro de un mes, un día o un minuto: cuando él lo decida.
Los golpes duelen, uf, como duelen, pero esa humillación derrite mi alma y la hace desaparecer como si no existiera. No tengo orgullo, tengo miedo. Eso duele más.
Así vivo diecinueve años, cuatro hijos, ocho casas, decenas de fracturas, cientos de hematomas, miles de palizas, cero denuncias en la policía o refugio para mujeres
maltratadas pero millones de cuentos falsos que yo misma invento para ocultar la verdad.