lunes, 28 de mayo de 2012

Tumulto en el pueblo Sara Rawicz


A don Borja le gustaba montar en bicicleta. Un día mientras circulaba por las calles del pueblo tuvo un accidente a causa de un coche que viajaba a gran velocidad.
¿Está usted bien?, ¿qué ha pasado?,…¡llamen a una ambulancia!...---decían quienes se
Acercaban a él.
¿Cómo es posible?-decía el panadero del pueblo que salió en su ayuda.
¿A quién se le ocurre ir tan deprisa?_añadió la frutera.
No se preocupe… llamaremos a su familia –tranquilizaba la farmacéutica.

Don Borja nació y vivió siempre en el pueblo. Ese pueblo de casas blancas y flores en las ventanas, que nace en la colina y se extiende perezosamente hasta encontrarse con el mar.
Crecieron juntos. Don Borja gracias a su habilidad para los negocios, se convirtió en un acaudalado empresario. El pueblo, sin perder su fisonomía, se transformó en un centro turístico muy cotizado; en especial por la playa. Es así que hoy en día, a toda hora, circulan por sus estrechas calles infinidad de autos.
Esa mañana, como era habitual, don Borja salió a hacer el paseo en bicicleta; una turista lo hizo en su coche. Jovencita, principiante e inexperta, cuando se encontró con el ciclista de frente, se abatató; en lugar de frenar…aceleró y lo atropelló.
Pese al cabello entrecano y algunas arrugas que surcan su rostro, Don Borja conserva su porte atlético, buenos reflejos y agilidad. Por lo tanto la caída, a pesar del fuerte golpe, no fue importante.
No obstante, el hecho alborotó a los vecinos, de inmediato se formó una rueda a su alrededor. Muchos con la intención de ayudar, otros sólo para curiosear.
Felipe, el panadero salió todo enharinado para ver qué sucedía. Quedó atónito al ver a su amigo tirado en el suelo; de inmediato trajo una silla y ayudó a levantarlo. Estaba muy preocupado y aunque no decía nada sus ojos lo delataban, y sus manos que constantemente secaba con el delantal, mientras que por su rubicundo rostro corría la traspiración.
Juana, la verdulera, de mediana edad, afecta a la ropa de colores chillones, peinados extravagantes y siempre muy maquillada, no era amiga de don Borja, pero igualmente estaba muy indignada. A voz de cuello, en el mismo tono con el que promocionaba su mercadería, gritó su protesta contra los turistas que manejaban a mucha velocidad.
Al escuchar el estrépito también salió Laura, la farmacéutica. Era nueva en el pueblo y no todos la conocían, por lo que se sorprendieron al ver a una joven atractiva en el lugar de don Cosme, el viejo farmacéutico, muerto poco tiempo atrás.
Ella fue la única que en un momento tan preocupante mantuvo la serenidad. Se acercó a don Borja con un vaso de agua y un analgésico. Con dulzura le preguntó cómo se sentía y en qué podía ayudarlo. Ante el requerimiento de él prometió avisar a la familia.
De inmediato llegaron su hijo y nieto mayor. A pesar de las protestas de don Borja lo llevaron al hospital, para asegurarse que el accidente no tenía consecuencias.

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