Erase una ciudad muy fría y gris a la que un día, sin venir a cuento, llegó la primavera y se estableció allí por tiempo indefinido. Durante tres años hubo luz, alegría, sol y flores por todos los rincones. Así un día y otro. Todos iguales. Por extraño que parezca, a los habitantes de aquel lugar se les hizo monótono. Una mañana la primavera se marchó tal como había llegado, sin avisar. Los niños de la ciudad, entusiasmados, miraban el cielo encapotado y al ver las nubes grises cargadas de agua decían: "¡Ohh! ¡Qué bonitas son!"
A pocas horas empezó la lluvia. Alegría en todos lados. Salieron a relucir las botas, los paraguas, los impermeables.
Un día, otro día, varios seguidos de lluvia y tonos grises, las botas se llenaron de barro, los impermeables se volvieron incómodos y los paraguas molestaban todo el tiempo, no se podía salir a ningún lado sin ellos.
La monotonía del invierno suplantó a la de la primavera, del mismo modo que el árbol cambia sus hojas de acuerdo a la estación, los habitantes de la ciudad modificaron su estado de ánimo siguiendo el curso que le dictaba el clima.
La ciudad volvió a ser gris y fría y la utopía de la primavera era la esperanza de su gente, casi como en nuestras vidas.
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