viernes, 9 de marzo de 2012

Viernes por la mañana - Emilio Feler

Viernes, como en mi vida anterior lo era el sábado, en especial en las horas antes del mediodía, soy un ser libre, en realidad casi libre. Si me afeito o no da lo mismo, la vestimenta que me ponga a nadie le importa, y me dedico a vagar y a disfrutar del aire, del  sol, de ver a la gente, distinta y diversa, como los colores de un loro.
Acerco a mi esposa hasta su trabajo, y me mando al centro de la ciudad, así en la Reina del Plata, como hoy en la Capital del Negev.
Busco donde estacionar el coche gratis, aunque cada vez es más difícil encontrar un lugar así.
Camino hacia la peatonal y en una de las calles que muere en la misma, media cuadra antes de llegar a la fuente está un cafetín, donde mi snobismo me hace pensar que hacen el mejor café largo de la ciudad. Allí también me llevo un diario de esos que salen gratis,  para mi hijo.
Camino la peatonal, mirando las cosas que me pueden interesar. Soy un amante de las ferias, de todo tipo, no importa si venden verduras, cosas usadas, ropa, o lo que sea. Esta se supone que es una feria artesanal, de lo cual tiene muy poco. Yo me intereso por los objetos usados y  artículos de marroquinería. Así camino el lugar a lo largo, ida y vuelta.
A esta altura de las circunstancias, quizás por efectos del café tomado hace un rato, siento una necesidad de evacuar. Me pregunto a mi mismo si es tan urgente, como para volver al café, entrar al Banco Hapoalim cuyos baños están siempre horriblemente sucios, o ir a mi agencia de viajes. Cada vez me digo, que no es para tanto, que llegaré a casa tranquilo.
Vuelvo al auto, y me dirijo a mi casa. Ya en el auto, la necesidad se urgentiza. Me digo de todo, por no haber solucionado la cosa en el centro, pero como siempre ya es tarde. Empiezo a transpirar. Rezo, que no me pase, que no me pase. En el manejo de los escasos diez minutos que lleva la travesía, busco todo tipo de subterfugios, para alejar mi mente del desastre que se avecina, pero no lo logro. Cada semáforo que me detiene, recibe mis insultos mentales, no solo él, sino el que lo diseñó y el que lo colocó.
Así llego a casa, no cierro el coche, ni el portón. En el patio me voy soltando el cinturón y bajando el cierre del pantalón.
Entro al baño más cercano a la puerta de entrada.
Cinco minutos después vuelvo a la normalidad.

Imagen : Hombre corriendo - Zerneri

2 comentarios:

NANCY dijo...

JAJAJA, OJALAREORIENTES LOS MOTIVOS DE TU INSPIRACIóN.

Gaby dijo...

Un texto con humor.