sábado, 21 de abril de 2012

Los iris cuadriculados de colores - Emilio Feler

Era un compartimiento del tren para seis personas, y estaba vacío cuando entré.
En cuanto me ubiqué me dormí, eran unos trescientos kilómetros y el viaje llevaría varias horas.
Sentí que el tren paró en una estación, y al poco rato alguien entró en el compartimiento.
Quise seguir durmiendo, pero sentí que algo me penetraba en la mente, y me provocaba un fuerte dolor de cabeza. Abrí los ojos y frente a mí una chica, joven, diría que bonita y vestida elegantemente me miraba fijamente. Ahí me di cuenta que sus iris eran cuadriculados y de colores. Me miraba fijamente, pensé que podría ser ciega, pero no vi ningún bastón blanco, y miraba a su boleto del tren, además de perforarme con la vista.
Intenté dormirme nuevamente, pero no podía, quise desviar la mirada, para no ver sus ojos, pero si bien lo que veía me chocaba, no podía dejar de mirar hacia ellos, y ella tenía su vista clavada en mí.
De repente sentí la necesidad de confesarme, y necesité toda mi voluntad para callar mi lengua. Quería contar cosas que pensé había enterrado en el fondo de mi mente. Sucesos de los que me arrepentía y me lamentaba.
Salí al pasillo, quise entrar en otro habitáculo, pero estaban todos completos. Quise caminar por los pasillos del tren, pero algo me obligaba a volver a mi lugar, pues si bien sentía repulsión, necesitaba ver esos ojos, de manera imperiosa.
Cuando entré, ella volvió su cabeza, y me siguió con la mirada hasta que me senté, y nuevamente se fijaba en mí. Miré para todos lados, pero una compulsión me llevaba a enfrentar su mirada, y ver ese extraño cuadriculado de colores.
Me vino a la memoria, cuando estafé al banco, y un cajero fue culpado, y perdió el puesto. Quería gritar mi culpabilidad. Lloraba de fuerza que hacía para retenerme de hablar. Me acordé de la chica, vecina de mi tía que dejé embarazada y abandoné.
Me venía a la memoria todo, cada maldad del pasado, cada equívoco, todo me retumbaba. No tenía ya lágrimas, me tiré al piso, pero ella me seguía mirando. Cuando empecé a gritar, entró un inspector. Me sentó e intentaba calmarme. Es ella, yo balbuceaba, es ella. Mi amigo, Usted está solo. Nadie quiso compartir el lugar con usted, pues lo sentían y veían desenfrenado. Tome este calmante y duerma.
Me desperté y bajé en la estación fin del viaje. Estaba tranquilizándome, y ahí la volví a ver. Salté a las vías para huir de ella, y vi el tren venir.

2 comentarios:

NANCY dijo...

Expectante relato, interesante, intrigante, mantiene el suspenso desde su comienso al final del mismo, logrando mantener el nivel de interés de un enigma sin resolver que dando un giro se culmino con un final trágico.
Una mente desenfrenada, acosada por sus remordimientos, culpas reflejadas en una mirada diferente, esta parece jusgarlo, sentenciarlo, condenarlo.
Un buen relato corto.

Gabriela Szuster (Gamyr) dijo...

Las culpas sulen jugarnos malas pasadas...
Muy bueno Emilio.