miércoles, 11 de abril de 2012

Sueños delgados por Gabriela Szuster

Margarita fue muy feliz con el nacimiento de su hija. Le puso nombre de princesa, tenía grandes sueños para ella.
Estefanía  poseía una alegría contagiosa. Todos la querían, era simpática, era fácil quedar prendado de su sonrisa, su dulzura, su corazón tierno e inocente.
Cuando cumplió doce años, Margarita comenzó a llevarla a todas las pruebas y concursos posibles. Quería que su hija fuera una modelo famosa. Le contaba sus grandes planes, contagiándole su entusiasmo, imaginando verla en las tapas de revistas, en la televisión, todas sus amigas le envidiarían su suerte, su belleza, su éxito. Margarita y Estefanía soñaban juntas, con un futuro mejor.
A veces se tiraban en el pasto, de cara al sol, riendo e imaginando lo que podrían lograr. Eran felices.
A medida que pasaba el tiempo, y nadie las volvía a llamar, Margarita comenzó a ponerse nerviosa. Conocía de memoria la frase: "Nos pondremos en contacto con usted si su hija resulta elegida”. Sus días fueron tornándose hostiles, empezaba a verle defectos a su hija, y la retaba si comía. Poco a poco Estefanía perdió la alegría de vivir, se sentía culpable por defraudar a su madre, por no ser lo que esperaba de ella.
Cuando se sentaban a la mesa a comer, Margarita vigilaba cada bocado que su hija se llevaba a la boca, su cara se volvió amarga. Las sonrisas de la casa se habían volado por la ventana abierta.
Estefanía a veces se sentía famélica, comía todo lo que tenía a su alcance cuando nadie la veía, pero luego corría al baño a vomitar todo, expiando así sus culpas. Su cuerpo perdió la frescura, convirtiéndose en un esqueleto que la sostenía.
Una tarde, se produjo el milagro. La llamaron para que se presentara en un desfile. Estefanía tenía quince años, y estaba a punto de recorrer la pasarela de sus sueños.
El día soñado llegó, la casa había recuperado un poco de su anterior alegría, había emoción en el aire, hasta sonrisas tanto tiempo olvidadas.
Le pusieron un vestido diminuto, dejando ver su cuerpo huesudo, desgarbado. Todos parecían felices.
El corazón de Estefanía latía con fuerza, se sentía un poco débil y mareada. Trató de recordar cuando había comido por última vez...
La música era suave, acompañaba su andar lento y casi tambaleante. El público era grandioso, todos la miraban a ella, era el centro de atención. Nadie se perdió su caída acompañada de un murmullo colectivo de sorpresa.
Mientras la ambulancia llevaba a una inconsciente Estefanía al hospital, Margarita se lamentaba, murmurando para sí, como poseída "Estabamos tan cerca de lograrlo..."

1 comentario:

NANCY dijo...

Cuantas veces pasamos a un segundo, tercer, cuarto lugar predominando los intereses creados no lo se, tal vez sea incuantificable, tal vez aceptado, justificado y sublimado, tiempos de cambio qye atañen tambien a nuestros limites en la mayoria de los ambitos