viernes, 2 de abril de 2010

DE CABALISTA A BRUJO por David Adelson

(la consigna, continuar el microcuento de Jorge Luis Borges, El brujo y el adivino)


En Sumatra, alguien quiere doctorarse de adivino. El brujo examinador le pregunta si será reprobado o si pasará. El candidato responde que será reprobado. Se trata del Rab Mauricio Melamed, oriundo de Marruecos, seguidor incondicional del Rambam, experto en cábala, que un día se animó a buscar judios en aquella isla del Índico. No los encontró inmediatamente, pero se topó con un brujo adivino que lo cautivó con sus pases y sus métodos "lenguaraces". Entonces, se propuso aprender –desde su visión de la piedad y de la obligación, que rigen el universo- ese conocimiento de la sugestión humana, que manejan tan bien los aborígenes de esas zonas. Su meta no sólo consistía en ampliar sus conocimientos de la mentalidad y procederes humanos. También perseguía el fin de convertir a ese viejo brujo en judío...Cuando escuchó la pregunta, respondió sin hesitar: "Seré reprobado". Sabía que era verdad, dados sus orígenes mosaicos y la lejanía con esa cultura de Oceanía. Pero el viejo adivino, que –como los zorros- sabe más por viejo que por otra cosa, vió quién era Melamed y que él desde su lejana sabiduría le estaba diciendo la verdad. Una verdad plena de sapiencia de cosas no sólo pequeñas o grandes, también de aquellas que no podían mensurarse. Pero era una sapiencia ajena a ese territorio; pertenecía a un conocimiento de allende las aguas y las olas de aquella isla. Y el viejo adivino, quedó atrapado entre la verdad y la necesidad. El estaba para graduar brujos de allí, de esa enorme extensión de tierras, bosques y acantillados, donde saber lanzar el búmerang –algo desconocido para Melamed- incluía conocer el estado de la atmósfera y del aire, con sólo respirarlo, y luego decidir de qué modo arrojar el arma tallado en hueso. Tras unos instantes de reflexión, el anciano adivino expulsó de sí la tensión creada por el dilema. Lo hizoen forma de llanto. Resolvió su angustia del único modo que podía, mientras escuchaba que Melamed le decía: "He aprendido de Ud mucho y tengo una deuda, no importa cuál sea su veredicto. Quiero pagársela y le ruego me conteste que sí. No acepto otra contestación que el sí: voy a enseñarle la lengua sagrada de mi pueblo y así Ud. podrá conocer aún más de las cosas de este mundo tan grande y, al mismo tiempo, tan pequeño para nuestra pequeñez..."

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