¿Qué me espera? – me preguntaba, mientras me acomodaba en mi puesto, y estiraba los pies, buscando desentumir las articulaciones. Me apoyé ahora del lado izquierdo y moví la mano. Me sentía apretado así que estiré el cuello buscando mayor libertad. La hora de la verdad se acercaba y yo, nervioso, me movía incontrolable. Durante largos e interminables meses de preparación, mi mente trabajaba sin parar. Había hecho una larga lista de propósitos a realizar. En alguna sesión, hablamos entre todos los compañeros acerca de los problemas existentes y quedamos de acuerdo que cada uno pondría de su parte para hacer algo por cambiar la situación. Esta vez, me prometía, iba a ser muy constante y cumplir con las metas. Seguía moviendome inquieto, cuando sentí un fuerte apretón sobre la cabeza. Algo me empujaba con fuerza, y yo intenté resistir. La presión aumentaba y yo sentía que me ahogaba. Cuando se agotaron las fuerzas, me dejé llevar por la corriente. De repente todo cambió y el medio ambiente conocido desapareció. Algo me golpeó en el trasero y quise reclamar, pero de mi boca sólo salió un hosco ¡buahhh! ¿Buahhh? , que buahhh ni que ocho cuartos, Otro intento por hablar y seguí escuchando mi voz irreconocible. Me quedé en silencio, observando en donde estaba. Las caras de algunos desconocidos asomaron, y empezaron a hablar estupideces. "Cuchicú, agú, puchi puchi". ¿Será algún idioma raro que no conozco? Esperé un rato y me pasaron a otras manos y de ahí al cuerpo de una mujer, que comenzó a besarme y abrazarme... No me llevó mucho entender la situación. ¡Ella era mi madre, y yo, acababa de nacer!
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