martes, 30 de noviembre de 2010

EL CUARTO DISPARO por YAEL LEVIN


¿Qué hice? Murmuro ¿Qué hice?  Digo ¿Qué hice?  Grito.
Reconozco que los golpes fueron realmente duros y dolorosos, je je, todavía me duelen los puños de los golpes que les di, sonrío, mirando mis manos coloradas e hinchadas, pero que potencia esos tres disparos que nos tiré: ¡Impresionante!

Me miro en el espejo: mis cabellos están sucios y despeinados, estoy descalza, visto un camisón blanco desteñido, casi gris, manchado.  Me siento en el primer escalón.  De repente, la dulce Rosita aparece vestida como yo, pero ella está limpita, tan linda la rubia: los cachetes colorados como dos duraznos, esos ojitos azules como el mar ¿porqué me mira así? Me pregunto, triste.  Sus ojos parecen estar fijos en mí, no se mueven, como si viesen un fantasma.  Tiene miedo.  ¡Soy tu mamá, no me tengas miedo! Ahora la tengo acostada sobre mis piernas y le paso mis doloridos dedos por sus dorados y lacios cabellos, le gusta mucho que la mime, no se mueve y me deja  que le acaricie su cuello lastimado, su pecho húmedo.  Margarita nos ve y viene corriendo hacia nuestra dirección, contenta.  ¿Nos pusimos de acuerdo y vestimos las tres iguales? Margarita es la mayor, tiene cinco años, dos más que su hermana, son parecidas, solo que su cabello es negro y rizado.  Margarita, parada, nos abraza a Rosita y a mí: deja caer su cabecita divina sobre mí perforado cráneo, siento un caluroso y espeso líquido correr de su perfecta frente mezclándose con la mía. Pasa una mano tras mi nuca y con la otra toca suavemente a la bebita.  Yo le paso un brazo tras su espalda y así nos quedamos las tres juntas, mientras yo me muevo adelante y atrás, adelante y atrás, como hamacando, como rezando... 
"Hola" escucho su poderosa voz. Aterrorizada, abrazo fuertemente a mis dos florcitas "No temas" me tranquiliza, tratando de llegar a mí "¿sabés que hiciste?" me pregunta muy despacito, yo muevo mi cabeza arriba y abajo, apretando cada vez más a mis dos nenitas queridas "¿Sabes porqué lo hiciste? Levanto mis hombros e inclino mi cabeza sobre el derecho, quedando así.  Mi mirada queda fija en él, entiendo que él me lo dirá "Porque sos loca" me contesta, gritando "Estás totalmente enferma, lo que hiciste no tiene perdón, no hay excusa que lo justifique, no es normal" sigue "¡Tú no eres normal! Me acusa "¡Sos la persona más miserable que vi en toda mi vida, ni lástima te tengo!"
"Que se calle", me deseo mientras me muevo como una serpiente, inquieta "Él sabe demasiado, él lo sabe todo, que se calle, silencio por favor, no puedo pensar" mendigo, moviéndome nerviosamente.
La explosión fue enorme, espectacular: El cristal se rompió en millones de piedritas chiquitas, preciosas, parecían diamantes no pulidos que caían despacito, sin apuro, tomando su tiempo, como gotitas de lluvia que quieren, sin éxito, limpiar el alma y la conciencia, esparciéndose por todo el corredor, brillando, por el resplandor de la luz, en colores del arco iris.
Se calló.  Todo calló.
Silencio. 

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