jueves, 27 de octubre de 2011

CAMINOS DESENCONTRADOS por SARA RAWICZ

Deambulaba sin rumbo, tratando de asimilar la información descubierta acerca de su historia. No se explicaba cómo en una sola persona se podía concentrar tanta desdicha.
Había esperado con ansia su mayoría de edad, para abandonar por fin el convento donde se crió. Reconocía que las monjas le brindaron una buena educación y le dieron las armas con las que defenderse en la vida; al mismo tiempo les reprochaba su frialdad, su falta de amor.
El primer objetivo una vez que comenzó a trabajar, fue tratar de encontrar a su madre. Sabía por intermedio de una monja, como se llamaba, donde vivía y el motivo por el cual la había entregado a la semana de nacer. No fue tarea difícil. Encontró a Lucy, una amiga de su madre, quien le relató: Tu abuela era una mujer golpeada; tu madre se prostituyó para poder subsistir; quedó embarazada sin saber quien era el padre, pero no quería perderte. Te esperó con ilusión, estaba segura que tu llegada cambiaría su suerte; no fue así. Al darse cuenta que no podía hacerse cargo de vos, te entregó a las monjas para que te cuidaran. Cuando mejorara su situación iría a buscarte. No fue posible y hace un año murió sin llegar a conocerte.
Esperanza piensa que tal vez en algún lugar de la ciudad podría estar su padre, pero… ¿Cómo encontrarlo?

Federico quedó solo, la soledad lo agobia. La muerte de Eduardo le dejó un vacío total. Por rutina y para ocupar su tiempo continuó con las clases en la Universidad; también visitaba a su familia una vez por semana, pues sabía que lo esperaban con cariño. Los hijos de sus amigos lo consideran el tío favorito, no podía alejarse de ellos. Pero él siente que son afectos prestados, no propios.
La nostalgia lo hizo retroceder en la memoria. Como eslabones de una cadena, se fueron sucediendo los recuerdos. Se vio siendo un muchacho muy joven, cuando vivía en el barrio El Trébol. Evocó a aquella chica, de mirada vacía y sonrisa forzada; no recordaba su nombre. Tuvieron una relación muy apasionada, estaba muy enamorado de ella; luego se enteró que él no era el único y que estaba embarazada sin saber quien era el padre. Los acontecimientos se precipitaron; ella desapareció del barrio, él se mudó a la capital, conoció a Eduardo y su vida cambió de rumbo, unieron sus vidas y no se separaron hasta que la muerte se llevó a Eduardo.
Una duda le martilla en la cabeza; él podría ser el padre de aquella criatura.

Caminaba tan ensimismado en sus pensamientos, que no vio a la joven que venía frente a él y la llevó por delante. Ella, sumida en sus propias reflexiones tampoco reparó en él. Con el encontronazo se le cayeron los libros que llevaba. Los dos se sentían culpables y se pedían disculpas mutuamente.
Federico recogió los libros y cuando se los entregó le llamó la atención su mirada vacía y sonrisa forzada…


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