domingo, 23 de octubre de 2011

SUEÑOS ENCERRADOS por GABY SZUSTER


"Caballero de edad muy avanzada, sin familia, enfermo, busca persona o pareja que quiera darle compañía y cuidados sencillos. Ofrece a cambio la propiedad del inmueble a su deceso" .El artículo ajado casi se desintegraba entre sus manos. Lo dobló cuidadosamente por las líneas marcadas y lo guardó en la caja, archivándolo junto con sueños y viejas ilusiones. Una sonrisa amarga se dibujó tenue en su cansado rostro. Se acomodó en la gran cama, ahora suya. Estiró las piernas, y puso los brazos en la nuca. Miró el desgastado papel, unas flores que habían perdido todo el amarillo, eran ahora patéticos esqueletos dibujados. Triste. Todo era tan triste. Y lúgubre. El destino le jugó una mala pasada. Otra de tantas.... Se quedó dormida, un sueño intranquilo, con voces del pasado que la acosaban y no le permitieron relajarse. Se despertó más agotada aún. En la cocina se preparó un té, evitó el azúcar, como un acto de rebeldía. El viejo adoraba el té excesivamente dulce. Pegajoso, como él. No quería pensar en eso, pero estaba en su cabeza siempre. Se fue al jardín, a respirar un poco de aire fresco. Era el único lugar agradable de la casa. Gracias a ella, que durante veinticinco años le había dedicado los pocos ratos libres que disponía. El sol ya estaba ocultándose, dándole al cielo un color rojizo digno de una postal. Se sintió apenas reconfortada  por el entorno. El viejo se coló en su mente, con toda su inmundicia y tiranía. Sus caricias eran ásperas, y la hacían sentirse absolutamente desdichada. Sumida en sus pensamientos ni siquiera se dio cuenta que ya estaba oscuro, y hacia frío. Fue a buscar una manta y regresó al jardín. Los recuerdos la atacaron nuevamente con la fuerza de un tornado, dejándola indefensa y se rindió frente a ellos: Cuando se presentó por el aviso, estaba desesperada. No tenia dinero para comer ese día, ni pagar la pensión, las últimas monedas las utilizó para comprar el diario, buscando la salvación. Al leer el aviso, sintió que la había encontrado, que Dios al final de cuentas, no se había olvidado de ella. Tocó el timbre y un hombre deplorable, repulsivo y maloliente abrió la puerta. Era eso o dormir en la calle. Pensó que al menos por esa noche, era preferible la primera opción. Esa decisión marcó su vida, comprendiendo ahora que estuvo presa durante un cuarto de siglo. Le sonaba irónico pensar que los primeros días se autoconvenció de quedarse pensando que el viejo no podría durar mucho, y luego ella seria dueña de una mansión. Se rió fuerte, y su risa se convirtió en llanto. Un llanto violento, que le sacudía el cuerpo, y el alma. Se secó las lágrimas. Su vida no valía nada, la había desperdiciado, esperando un sueño que llegó tarde. Demasiado tarde. 

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