jueves, 25 de marzo de 2010

YO LO VI, por León Binder


(La consigna es: Práctica: Testigos. De un acontecimiento impactante, inusual como puede ser el hallazgo de un cadáver en la calle, aparentemente el suicidio de una mujer que ha saltado desde un octavo piso durante la madrugada de un domingo. Describe a través de posibles testigos lo que pudo haber sucedido: Desde el punto de vista del repartidor del pan, del jubilado que no puede dormir, del adolescente que vuelve de un boliche). 


Los jóvenes y hermosos ojos negros de la rubia del octavo miraban fijamente al cielo. Cielo de un domingo de octubre primaveral que preanunciaba que el sol con su brillo haría florecer todo en la ciudad. Todo menos a la rubia del octavo que acababa de marchitarse tras la caída desde su balcón. Su rostro, inexplicablemente, transmitía una inmensa paz, la bata blanca de satén entreabierta, dejaba entrever un armonioso cuerpo, ataviado solo con su ropa intima, que ya no sentiría ni daría placer a nadie. Sentado en el cordón de la vereda, reponiéndose, Santos, el canillita de la zona contaba su versión de los hechos: -mire doña Amalia eran las cuatro y cincuenta y cinco, y yo, como todos los domingos empezaba el recorrido en el edificio, ya que don Esteban del sexto B quiere tener el diario bien temprano. Cuando estaba a cien metros vi caer algo, que en un principio pensé que era un ángel, ya que tenía una amplia capa blanca y un largo cabello al viento. Tanta fue la sorpresa que caí de la bicicleta desparramando todos los diarios y no podía levantarme. Cuando me repuse corrí hasta el lugar y no lo podía creer, era vuestra vecina que estaba tendida en el piso de cara al cielo. ¡No lo puedo creer!!!  ¡No lo puedo creer!!! A diez metros de allí, al lado del kiosco, don Izquierdo, el español del tercero al frente, contaba lo suyo a quien lo quisiera escuchar: -ustedes saben yo todos los días de mi vida me levanto a las cuatro y media de la mañana, me preparo mi te con leche y espero al amanecer junto a la ventana. Así estaba hoy cuando de repente vi pasar una figura alada vestida de blanco haciendo piruetas en el aire, fue tal el julepe que me lleve, que me tire el te encima y no sabia que hacer, si salir al balcón a ver o cerrar todo con llave. Hasta que me decidí y al asomarme vi sobre la vereda a Gloria la chica del octavo, mirándome con sus enormes ojos negros. Completando la anarquía que se había creado en este pedazo de universo llamado barrio, en la vereda de enfrente recostado contra un árbol estaba Plinio, el hijo de la pintora del primero C, contando a sus ocasionales contertulios, cuando el torrente de alcohol que corría por su sangre lo permitía, lo que había visto y oído: -te juro vago que no lo podía creer, me baje del auto de Roberto acá a la vuelta y venia caminando despacito, despacito, cuando llegue a la esquina, pensé que la birra me había tocado el mate, vi que desde el cielo llegaba tata Dios, solo atine a esconderme detrás de un árbol, prometiendo a todos los santos que no tomaba mas nada en mi  vida. Mas al instante sentí el ruido, y pensé:” al tata se le rompieron los frenos”, pero cuando me pude asomar, la vi ahí, era la turrita del octavo despatarrada, casi desnuda tirada en el piso. Trastabillando llegué a su lado, junto con un par de tipos y nos dimos cuenta que en vez de bajar el de arriba, ella se había ido a charlar allá. Te digo hermano, te regalo el sofocón, menos mal que tenia encima bastante combustible como para pasar el mal momento.

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